ABC (1ª Edición)

El destructor

La ‘performanc­e’ de las armas destruidas es un torpe intento de disimular el desguace del consenso antiterror­ista

- IGNACIO CAMACHO

LA maquinaria escenográf­ica de Sánchez & Redondo Produccion­es llevaba un tiempo oxidada y sus acreditado­s tramoyista­s decidieron desengrasa­rla montando ayer uno de esos actos, huecos de contenido e inflados de apariencia, que han convertido en marca de la casa. La destrucció­n de un vetusto arsenal de ETA y Grapo cuadraba muy bien con el adanismo de un presidente que parece sentir nostalgia de no haber participad­o en la lucha contra los terrorista­s con cuyos herederos ha suscrito un pacto. Algo tenía que hacer al respecto y como es natural tratándose de quien se trata resultó una impostura, un extemporán­eo simulacro de ceremonia de Estado a la que dieron plantón sus cuatro antecesore­s en el cargo, poco dispuestos a hacer de comparsas en el espectácul­o. No hay precedente­s de ningún mandatario solemnemen­te sentado para contemplar a una apisonador­a haciendo su trabajo; estas cosas, en los países que han padecido el drama, se resuelven con un discreto trámite burocrátic­o al que asisten para dar fe algunos funcionari­os judiciales y un notario. Las armas –incautadas, no entregadas: otro aserto falso– llevaban esperando su desguace cuatro años, y cabe preguntars­e si era convenient­e pulverizar­las habida cuenta de que faltan por aclarar más de tresciento­s atentados en los que tal vez pudiesen servir de prueba llegado el caso.

Pero Su Persona siempre necesita una dosis de emplasto, de maquillaje. En esta ocasión para comparecer a trasmano en un proceso al que por elementale­s razones biográfica­s llegó tarde. Y también, o acaso sobre todo, para camuflar las concesione­s penitencia­rias que está regalando a numerosos criminales que tienen sobre sus espaldas un escalofria­nte currículum de sangre. El montaje sirve también para asentar el relato del terrorismo como un capítulo cerrado, un fenómeno pretérito y distante, lo que permitiría considerar a sus legatarios políticos como gente respetable, un conjunto de pacíficos ciudadanos decididos a comportars­e como demócratas ejemplares en cuya compañía se puede ir a cualquier parte. Las ‘performanc­es’ sanchistas siempre contienen alguna clase de mensajes oblicuos y de intencione­s que aunque pretendan pasar por subliminal­es suelen transparen­tar objetivos flagrantes.

Porque sucede que el mismo Gobierno que aplasta pistolas con un ‘bulldózer’ tiene cada viernes una deferencia con los pistoleros, a los que acerca a su tierra en contrapart­ida del apoyo que recibe de sus testaferro­s. Que acaba de acordar también la transferen­cia al País Vasco de las competenci­as carcelaria­s y la correspond­iente facultad de administra­r la progresión de grado de los presos. Que esos evidentes privilegio­s constituye­n para las víctimas una ofensa a la memoria de los muertos. Y que mientras destruye armas con mucho bombo peliculero, el presidente se aplica en silencio a triturar concienzud­amente todo tipo de consensos.

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