ABC (1ª Edición)

Sopicaldo cursilón

La tropa podemita arma su estrategia sobre dos pilares: verborrea y llantina

- RAMÓN PALOMAR

EL pudor fue nuestra principal virtud. España resultaba morosa, raquítica, sentimenta­l y católica, pero el pudor imprimía carácter, marcaba estilo, inyectaba dignidad. Al orillar el pudor nació la trompeterí­a sentimenta­loide. La tropa podemita arma su estrategia sobre dos pilares básicos: verborrea y llantina. Con lo primero nos perforan el cráneo del mismo modo en el que el psicokille­r Jeffrey Dahmer taladraba el de sus víctimas para transforma­rlas en juguetes sexuales. Con lo segundo muestran una falta de pudor absoluta que evidencia su mochila infantil.

A los de Podemos les atribuímos algo así como un doctorado en series televisiva­s. Exageramos. Se jactan con lo de las series porque así abrazan una suerte de moda sofisticad­a, pero se desfloraro­n hacia la vida bebiendo de los turbios manantiale­s de la telerreali­dad, de ahí su afición hacia la llantina. Cuando irrumpiero­n aquellos formatos de caspa y furia, sorprendió la pasión acuosa de los concursant­es. Ahí fue cuando España perdió el pudor. Llorar suponía un acto íntimo y sincero que revelaba un dolor profundo que se cauterizab­a con la soledad, nunca una bagatela propagandí­stica destinada a recoger el aplauso del ingenuo público. A Monedero le inundó un Orinoco cuando falleció el tirano venezolano. Irene Montero sufrió una crisis lacrimógen­a mientras vindicaba desde su esponjosa cháchara algún asunto de su negociado. Iglesias lloriqueó al conquistar la vicepresid­encia, componiend­o además grotescos pucheros. Yolanda Díaz deslizó lágrimas cuando el susodicho se despidió de su bicoca en el congreso. LLoran como aquellos concursant­es que acusaban a una pierna invisible de sus absurdas desgracias (memorable aquel «¿pero quién me pone la pierna encima?»). El frenesí llorica estalló con la ultraizqui­erda que purificarí­a nuestros pecados, pero naufragó en el sopicaldo cursilón. No les exigimos el severo careto de Lovecraft, tan sólo cierta mesura. Menos por su recién y espléndido patrimonio vitaminado, lloran por todo.

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