Saber irse
Estos políticos de moda efímera valen solo para ser tendencia de sí mismos
TENGO dicho a mis amigos, asiduos de la borrachera sabatina en nuestra casa en la era a. C, entiéndase antes del Covid, que tan importante es saber llegar como saber irse. Quiero pensar que es mi forma elegante de aclararles mi firme intención de disfrutar de la velada sin tiempo a que su verbo derrapado por el alcohol mute mi legendaria generosidad de anfitrión en un sincero arrepentimiento por mero hartazgo, que yo los sábados los tengo vedados a la política y donde os sentáis es un sofá de tres plazas y no el ambón del beodo con ganas de expandir soflamas ante un público cautivo. Entre líneas, o no tanto, les vengo a decir antes de llenarles el vaso con alcoholes varios «sed bienvenidos, no la jodamos».
Con la nueva política me pasó algo parecido. Celebré su llegada casi en aluvión, como un cascote desprendido del Perito Moreno y, venga, enorme ola de fervor, entusiasmo y sentida emoción. Luego, no aprendo, veo a estos popes de nuevo aggiornamento como el dipsómano que busca el hombro de algún incauto para su etílica exaltación de la amistad. Esos políticos de moda se convierten en tendencia, trending topic de sí mismos. Valen lo que el número de seguidores, prueben a decir ‘followers’ con cuatro güiscazos de más, para al final ser un recortable sobre el que probar vestimentas ideológicas cuando entiende que esto no va de convencer sino de venderse bien. Valen por cómo lo dicen, nunca por lo que hacen. Ahí están, afilando la lengua y untando vaselina a las yemas de sus dedos, raudos al tecleo de su nuevo hallazgo.
Arrimadas fue la lady Godiva de un sueño que muchos en Cataluña creímos real. Supo llegar, de la mano de Rivera. Pero Inés no sabe irse. Lo peor, no tiene intención de hacerlo y tijeretea su figura jibarizada para ver si encuentra ropaje que la camufle. Malo es, como el borracho, acabar convertido en caricatura de uno mismo. Peor aún, que aquellos que la creímos y admiramos tengamos que ver ahora como una decepción el triunfo de los malos por incomparecencia en la batalla que renunció a dar porque, ay, no afianzó la plaza conquistada. Inés, como Boabdil, llora lo que renunció a defender. En su caso porque no supo, o no quiso, quedarse.