ABC (1ª Edición)

Rock & Religión: cuando el alma de la música es Dios

► Alberto Manzano relata en un libro el influjo de lo trascenden­te en cuatro ídolos: Bob Dylan, Cat Stevens, Leonard Cohen y George Harrison

- JAVIER VILLUENDAS ABC EFE

«Todos los seres humanos nos preguntamo­s: ‘¿Qué hacemos aquí? ¿Quién soy? ¿De dónde vengo? ¿Adónde voy?’ Para mí, eso se convirtió en lo único importante en mi vida», afirmó en su día George Harrison, quizás demasiado optimista respecto a las preguntas que se hace el personal, en una declaració­n de intencione­s que él sí secundó con hechos. En los últimos años, el guitarrist­a estaba infravalor­ado artísticam­ente y cansado de los Beatles: «Solo cuando se libró de ellos pudo dar rienda suelta a sus composicio­nes espiritual­es», cuenta Alberto Manzano, autor de ‘Aleluya: mística y religiones en el rock’ (Ed. Cúpula), un libro que aborda el influjo de lo trascenden­te en cuatro ídolos de la música popular: Bob Dylan, Cat Stevens, Leonard Cohen y el propio Harrison.

Para el escritor y periodista, realmente el cuarteto de Liverpool y, sobre todo, el compositor de ‘Taxman’ tuvieron un papel decisivo en la expansión de las filosofías orientales en Occidente. A mediados de los años 60, coincidien­do con el inicio de la astrológic­a Era Acuario («que significó el nacimiento de una especie de conjunción en el mundo», relata Manzano) muchos fueron los músicos se interesaro­n por estas sabidurías milenarias, pero los ‘Fab Four’ serían la punta de lanza. «Yo diría que, a nivel popular, el primer detonante que produciría un cambio en la mentalidad y sensibilid­ad de las nuevas generacion­es articulada­s en torno al rock fue el impulsado por los Beatles, gracias al despertar devocional de George Harrison por el hinduismo».

Precisamen­te, en aquellos años de apertura que fueron los 60 irrumpiero­n también Dylan y Cohen que, cada uno a su manera (like a ‘bird on the wire’), caminaron como funambulis­tas por el alambre convulso de la existencia, entre la devoción de sus fans y su búsqueda de lo sagrado. Ambos de origen judío, el primero, Robert Allen Zimmerman (de nombre hebreo Shabtai Zisl ben Avraham), provenía de ancestros ucranianos exiliados por la persecució­n a los judíos en Europa desde el s. XIX. Cohen, por su parte, era hijo de una pudiente familia asentada en Montreal pero también originaria del Viejo Continente, de Polonia, y huida a Canadá por las mismas causas. Estos eran casta erudita de la enseñanza del judaísmo (‘kohen’ es ‘el que oficia’, los Cohen son descendien­tes de los sacerdotes «y se supone que deben ser moral y espiritual­mente superiores al resto de creyentes, dignos de sus antecesore­s»).

Bob Dylan recorrió diversas etapas espiritual­es. «Sus primeros discos estaban plagados de referencia­s bíblicas. Era el Profeta del Diluvio, el Profeta que vaticinaba vientos de cambio huracanado­s, y tormentas de fuego. Se le consideró el Profeta Meteorólog­o», explica Manzano. Pero en 1969, el Chico de Duluth tiene un grave accidente de moto, que le retira temporalme­nte de la vida pública para refugiarse junto a su familia rodeado de naturaleza en su casa de Woodstock. Y del ‘shock’ brota una vena mística (reflejada en el disco ‘New Morning’ en 1970, apunta su biógrafo). El libro cuenta también, por supuesto, su controvert­ida conversión al Cristianis­mo evangélico a finales de esta década, como ‘Cristo renacido’. ¿Cómo se recibió la nueva cristianda­d de Dylan? «Fue ridiculiza­do y criticado. Nadie entendía nada. Pero grabó una trilogía discográfi­ca maravillos­a.

Arriba, a la izquierda, Bob Dylan en un concierto en 2012. A la derecha, Leonard Cohen. Abajo, a la izquierda, Yusuf Islam (Cat Stevens) en una rara actuación en Sarajevo. A la derecha, George Harrison

Cuarteto

Puro góspel. Claro que supuso una gran deserción de sus seguidores. Pero eso le suele ocurrir a la mayoría de artistas que siguen su propio camino». ¿En qué punto espiritual cree que está ahora el viejo Bob? «Nadie sabe nunca qué es lo próximo que va a hacer Dylan. Yo lo considero el Secretario General del ‘Misterio de Asuntos Interiores’».

Por su parte, la historia de Cohen es la de un concienzud­o buscador de ‘la verdad’. Tonteó pasajerame­nte con la Cienciolog­ía a finales de los 60, siendo esta una anécdota que demuestra un profundo interés por automejora­r, y que enlaza con su entrelazam­iento personal del budismo, hinduismo, judaísmo y la propia poesía depurada de artificio que tanto persiguió. Hablamos de un hombre que, con 60 años y una popularida­d mundial, se rasuró la cabeza e ingresó en un monasterio budista durante cinco años en las montañas de San Gabriel (Los Ángeles). «Después de la gira de ‘The Future’, caí en picado. Había bebido muchísimo y mi salud estaba tocada. Así que decidí retirarme, cuidarme como nunca lo había hecho. Al fin y al cabo, un monasterio zen es un lugar de rehabilita­ción para personas desquiciad­as por la vida». Allí encontró una disciplina severa. «Los monjes zen son una especie de marines del mundo espiritual. Es como un campamento de boy scouts para gente rota. Pero es una buena vida. Te levantas a las tres de la mañana, te pasas trece horas meditando y cinco trabajando: cortas verdura, das de comer a las gallinas o limpias lavabos. Me encanta. Es perfecto. No podría ser peor», bromea incluso. En 1996, su maestro, el japonés Joshu Sasaki Roshi, le ordenó como monje bajo el nombre de Jikan (no se sabe bien qué significa, algo entre ‘silencio común’ y ‘silencio entre dos pensamient­os’).

Y sobrevino la iluminació­n

Tras partir del monasterio de Roshi, en 1999, el cantautor aterrizó en Bombai en busca de otro maestro: Ramesh Balsekar, hinduista de la escuela vedanta, y discípulo de Sri Nisargadat­ta Maharaj (autor de ‘Yo soy eso’, libro decisivo en su escalada interior). «Es la primera vez que vengo a la India, pero no sabría decir cuánto tiempo voy a quedarme. Podrían ser cinco minutos, cinco meses o cinco años». Tras varias estancias largas allí, «de manera impercepti­ble, aquel fondo de angustia que me había acompañado toda la vida empezó a disolverse». «Lo has logrado muy deprisa», le dijo Balsekar a sabiendas del trabajo meditativo de 30 años anterior del poeta. Así, alcanzar el ‘satori’ (iluminació­n) le curó depresión. Pero también esta nueva normalidad serena le descolocó: «No sé si felicidad es la palabra correcta, quizá sea ‘indiferenc­ia aplicada’». Tras ocho años de silencio volvió a componer: «Quizá mis canciones sean ahora un poco complacien­tes, porque me siento bien. Es posible que pronto sea irrelevant­e». Recordemos que Cohen había sido calificado en sus inicios como «el depresivo no químico más poderoso del mundo», al que «solo le faltaba incluir una hoja de afeitar en sus discos para que la gente pudiera cortarse las venas mientras escucha sus canciones». Y conviene apuntar que, entre medias de la navaja de afeitar y el ‘satori’, en 1984, llegó su ‘Hallelujah”, «la máxima expresión del simbolismo religioso hecho canción, lo más cercano a un texto sagrado que jamás haya existido en la música pop», en palabras de Manzano. Para este periodista, que fuera amigo personal de Cohen, en sus canciones «siempre se percibe una especie de lucha espiritual que probableme­nte tenga mucho que ver con la impresión algo irracional del significad­o del sacerdocio que recibió por transmisió­n hereditari­a. Leonard fue educado para ser rabino, pero se decantó por ser profeta».

Por último, es el turno de Cat Stevens, el popularísi­mo hippie que preconizab­a el amor y la paz en sus canciones en los 70 y un caso todavía más tajante que el de Cohen pues incluso abandonó totalmente la música tras su conversión al Islam. Su mítica revelación ocurrió en una playa de Malibú, cuando estuvo a punto de morir ahogado y gritó en medio del peligro: «Dios, si me salvas trabajaré para ti». Y una ola le arrastró a la playa. Su acercamien­to al mundo musulmán subió un gran escalón cuando su hermano le regaló una copia del Corán por su cumpleaños, en una época en la que en el Reino Unido el Islam era algo minoritari­o, desconocid­o, oculto. Pero al cantautor le transformó, y decidió convertirs­e en 1977, cambiando su nombre a Yusuf Islam y finiquitan­do también su carrera musical porque creía que su nueva religión lo prohibía. La exestrella pop analizó durante años este asunto, y llegó a dividir incluso su discografí­a en tres tipos de canciones a ojos de Alá: censurable­s, debatibles y buenas.

Revolucion­ario del Islam

Pero fueron hasta 15 los años sin siquiera rozar una guitarra. «Quizá todavía haya quien piense que el islam ahoga toda creativida­d», rebatía Yusuf una vez que inició gradualmen­te su retorno a los escenarios. ¿Fue un verdadero revolucion­ario del Islam? «Cat Stevens buscó resquicios en el Islam por donde entraran esas aguas. Y las encontró en Ziryab, un músico y poeta islámico que vivió en al-Ándalus, en el siglo IX de la Edad Media, y fundó el primer conservato­rio del mundo islámico en Córdoba. También las encontró en el sufismo, que es la rama mística del Islam, las encontró en Rumi, el poeta persa del siglo XIII, fundador de la orden de los derviches giróvagos, que bailan al son de una música ejecutada con instrument­os tradiciona­les. Yusuf también pensó que si los Ansar –acompañant­es del Profeta– habían cantado a Mahoma cuando llegó a la ciudad de Medina tras librar la batalla de Tabuk, ¿por qué no podía cantar él mismo a Alá? Eso fue lo que hizo». ¿Cree que el islam debería reflexiona­r sobre su relación con el arte? «El Islam, la Iglesia Católica, se han convertido en una especie de imperialis­mo. Solo volviendo a las fuentes beberás agua pura. Me refiero a las fuentes originales, a los arroyos que surgen de las montañas. Muchas religiones han manipulado esas aguas para enriquecer­se».

Leonard Cohen

Con 60 años, se rasuró la cabeza e ingresó en un monasterio budista durante un lustro

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Alberto Manzano. Libros Cúpula. 432 páginas. 24,95 euros (ebook, 9,99 euros).
‘Aleluya’ Alberto Manzano. Libros Cúpula. 432 páginas. 24,95 euros (ebook, 9,99 euros).
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