ABC (1ª Edición)

Marlaska o la indignidad

Mientras esperamos una vacuna que no llega, el Gobierno desmonta pieza a pieza nuestro Estado de Derecho

- ISABEL SAN SEBASTIÁN

MIENTRAS usted y yo, querido lector, aguardamos encerrados esa vacuna prometida que, como Godot, siempre está a punto de llegar, el Gobierno desmonta pieza a pieza nuestro Estado de Derecho, aprovechan­do el miedo y la postración de una ciudadanía centrada en sobrevivir al virus y a la ruina derivada de su nefasta gestión. Lo hace con precisión implacable, a través de varias ofensivas que buscan el control de la Justicia, los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad y los medios de comunicaci­ón (lo acaba de denunciar un prestigios­o organismo independie­nte estadounid­ense), piezas claves en la democracia cuya regla de oro es la división de poderes. Dicha pretensión determina las alianzas del comandante supremo, Pedro Sánchez, quien no hace ascos a totalitari­os, golpistas o portavoces de aquellos que apretaron el gatillo etarra. Y a la consecució­n de ese objetivo dedica el presidente sus mayores desvelos, ingentes recursos públicos y a sus más fieles lacayos, entre los cuales brilla con luz propia el benefactor de la peor escoria terrorista y verdugo de personas intachable­s como el coronel Pérez de los Cobos, Fernando Grande-Marlaska, a quien la Audiencia Nacional acaba de propinar una paliza histórica. Un varapalo judicial de un calibre incompatib­le con su permanenci­a en el cargo. España no se merece un ministro del Interior indigno.

Marlaska inauguró su fulgurante carrera política sirviéndos­e de su toga y su voto para liberar de golpe a todos los criminales afectados por la derogación de la llamada ‘doctrina Parot’, en una interpreta­ción ‘generosa’ de una resolución del Tribunal de Estrasburg­o que satisfacía las exigencias de la banda en su negociació­n con Zapatero. Ahora utiliza su cartera para prodigar beneficios penitencia­rios a los pistoleros del hacha y la serpiente, a razón de cinco por semana, sin descartar a desechos humanos como García Gaztelu, ‘Txapote’, asesino de Miguel Ángel Blanco, Fernando Múgica, Miguel Buesa, Irene Fernández, José Ángel de Jesús y un largo etcétera, quien ya disfruta en Madrid de la misma cárcel que su pareja, Gallastegu­i, otra sicaria agraciada por la lotería con la que Sánchez paga el apoyo de Bildu. No contento con prestarse a semejante vileza, el máximo responsabl­e de nuestra seguridad perpetró hace un año la destitució­n del jefe de la Comandanci­a de la Guardia Civil en Madrid, Manuel Pérez de los Cobos, por negarse a revelarle el contenido de una investigac­ión referida al delegado del Gobierno en la capital, que la juez había declarado secreta; es decir, por atenerse escrupulos­amente a lo que marca la Ley. Así lo afirma una sentencia demoledora de la misma instancia en la que sirvió Marlaska, que no solo le obliga a reponer al coronel en su cargo, sino que certifica la flagrante arbitrarie­dad cometida al cesarle «por no llevar a cabo el acto abiertamen­te ilegal que de él se esperaba». España no se merece un ministro del Interior que castiga a un hombre de honor por cumplir con su deber.

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