ABC (1ª Edición)

Un comunista es un comunista es un comunista

El líder comunista de 2021 es un leninista que se manifiesta dispuesto a pelar al Rey, a la Reina, a la Princesa, a la Infanta, al servicio y hasta al perro. No otra cosa significa «hacer lo mismo que Lenin con el Zar»

- POR JUAN CARLOS GIRAUTA

QUE el jefe del PCE ocupe una Secretaría de Estado le sonaría de lo más normal a alguien que se hubiera dormido en 1978 y despertara hoy. A fin de cuentas, diría, estos eurocomuni­stas españoles se han implicado a fondo en la transición a la democracia, beben de las fuentes proatlanti­stas de sus camaradas italianos, su líder de la peluca se ha entendido a la perfección con el Monarca... y encima han pasado cuarenta y tres años desde que me quedé sobado.

Vería el durmiente confirmada su visión de la vieja normalidad cuando supiera que, además, durante su sueño hemos unido nuestro destino y moneda a Francia y Alemania; que no hay fronteras en Europa; que la Constituci­ón que se estaba redactando cuando cayó en los brazos de Morfeo sigue vigente; que a pesar de los golpes de Estado –uno de espadones, otro de separatas– prevalece el Derecho. Que han sido muchos años de prosperida­d. Esto último lo vería muy claro el renacido porque se habría mantenido a salvo de la estupidez ambiente y sabría que siempre se valora en relación con otra cosa. Y que a España hay que compararla consigo misma. Sus libertades con las de cualquier otra etapa. Su bienestar general con cualquier otro periodo de su historia.

Por todas estas razones, nuestro personaje, un experiment­o mental al que conviene que sigamos poniendo cara y capacidad de sorpresa, se diría: pues claro, hombre, habiendo gobernado todos los que hicieron la Constituci­ón –salvo los nacionalis­tas, que rechazaron la invitación para disgusto de los señores Roca Junyent y Duran i Lleida, sucesivame­nte–, algún día tenía que llegarle el turno a los compañeros del buen Solé Tura. Que de comunistas no tendrán a estas alturas más que el nombre.

El chasco del narcolépti­co sería de antología, pues pese al éxito objetivo del sistema del 78, que solo pueden negar los ignorantes de la historia, los sentimenta­les de la política y los resentidos, el líder comunista de 2021 es un leninista que se manifiesta dispuesto a pelar al Rey, a la Reina, a la Princesa, a la Infanta, al servicio y hasta al perro. No otra cosa significa «hacer lo mismo que Lenin con el Zar».

No me voy a detener en el nombre del extemporán­eo leninista, de vocación magnicida. No es nada personal, es solo que no lo recuerdo, y para que uno pase a la pantalla de Google a refrescar un nombre habrá que hacer algún mérito, digo yo. En otro asunto sí me detendré, pero poco: la coletilla engañosa, la cuerda de salvamento moral a la que se agarró el revolucion­ario de sofá, y que tiene

Constata el comatoso que el gran dinero sigue tan chiflado y temerario como siempre

el trenzado lógico de un sofisma metido en una caja de ilusionist­a, de doble fondo, sobre el escenario trucado de un teatro chino: «Si se dieran las mismas condicione­s» haría lo mismo que hizo Lenin con el Zar. Esto es, insisto, matarlo a él, a su familia directa, al servicio y al perro. Si se dieran las mismas condicione­s. Cochambre moral.

Porque si se dieran las mismas condicione­s no estaríamos en España sino en Rusia. Y el nuevo secretario de Estado para la Agenda 2030 no sería un don nadie que disimula sus siglas sino un sociópata grafómano financiado por Alemania. Si se dieran las mismas condicione­s sería el siglo pasado, nuestro héroe de hojalata habría creado el partido y, por si fuera poco, ya se habría muerto, que Lenin cayó a los cincuenta y cuatro. Si se diesen las mismas condicione­s no habría trabajado en su vida, como el ruso. Y sería igual de cobarde y de bajito. También hijo de noble. Porque si se dieran las mismas condicione­s, el sujeto ese del PCE sería Lenin y no él mismo. He ahí la ridiculez intelectua­l y el truco moral.

Ya oigo la voz: ¡Quiere decir condicione­s similares, hombre! Ah, ¿sí? ¿Cómo de similares? Porque, si se detienen a pensarlo unos segundos, el mismo expediente retórico que usa el jefecillo comunista que nos va a llevar la Agenda 2030 podemos usarlo los demás. Y cualquiera podría difundir que, si se dieran las mismas condicione­s, habría que neutraliza­r la amenaza del comunismo. Es el problema de los atajos de sentido, que siempre son atajos morales: ¿qué pasa si los toman contigo? Espejo para estos sujetos. Siempre un espejo.

Lo que en realidad hizo el pobre comunista, aparte de masturbars­e intelectua­lmente imaginándo­se unos segundos a sí mismo como Lenin, pues las perversion­es son libres, fue introducir la idea de que el Rey es asesinable. La verbalizó y, por ende, la empezó a normalizar (ver Ventana de Overton). Las condicione­s del paso de potencia a acto dependen puramente del criterio del PCE, o de su guarida Podemos, o del cabecilla del primero, o del cabecita del segundo. Ellos son, en todo caso, en la nueva normalidad de barajar el asesinato del Rey como algo eventualme­nte lícito, los que sujetarán la banderita. Los que pueden levantarla para señalar que ¡ya! Se están dando las mismas condicione­s. Negar esto conduce al absurdo, tal como quedó establecid­o supra, y estamos todos metidos en la Casa Ipátiev, y es 1918, y el zarevich muestra un temple extraordin­ario. Así que no perdamos el tiempo que te hemos visto el truco, secretario, agendista o lo que seas.

Nuestro dormilón, experiment­o mental, que posiblemen­te estaba en coma, se encuentra en un punto delicado. No sabe si deprimirse por la fatalidad de un comunismo empecinado en la normalizac­ión del crimen, o alegrarse porque el totalitari­smo ha vuelto en forma de agenda buenista. Con veneno, eso sí, que ya sabemos lo que esconde la moto 2030, pero son otras formas. Constata asimismo el comatoso que el gran dinero sigue tan chiflado y temerario como siempre. Y como no entiende nada se vuelve a la piltra.

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