ABC (1ª Edición)

Cuando Hitler sometió a la cuna de la civilizaci­ón

- MANUEL P. VILLATORO

El 6 de abril de 1941, hace mañana 80 años, las tropas del Tercer Reich atravesaro­n las fronteras de Yugoslavia y Grecia para evitar el desastre de los ejércitos de Mussolini; aunque la victoria fue rápida e incisiva, la contienda pasó factura al ‘Führer’ en el verano siguiente, durante la invasión de la Unión Soviética

Era una noche de 1940 en apariencia tranquila. Aquella jornada infausta, un cincuentón de cara ruda que luchaba todavía por mantener algo de pelo sobre la cabeza abrió la puerta que daba acceso a la habitación de su cuñada. «Italia nos ha atacado. Desde hoy estamos envueltos en la contienda. Yo esperaba ser un rey que no tuviese que ir a la guerra. Ahora, nuestro pueblo tendrá que sufrir mucho una vez más». Jorge II informó así, con una mezcla de resignació­n y añoranza, a Federica de Grecia de que las divisiones de Benito Mussolini habían arremetido contra sus fronteras durante la Segunda Guerra Mundial. No por una cuestión táctica, tampoco por necesidad de recursos, sino por la obstinació­n personal del ‘Duce’.

Seis meses de contienda después todo estaba perdido. A pesar de que el ejército griego se batió con el mismo valor demostrado por las falanges de hoplitas, la entrada en el tablero de la poderosa Alemania el 6 de abril de 1941 supuso un golpe demasiado duro. Fue como combatir contra un gigante. Tras dos semanas, el primer ministro heleno, Alexandros Korizis, se encerró en el baño de su casa y se suicidó para escapar de aquella debacle. Y tan solo unas lunas más tarde, el 23, la familia real fue evacuada hacia Creta. «Nos subimos a un hidroavión Sunderland […] Nadie hablaba. Yo llevaba en brazos a mi hijo Tino, que todavía tenía un año. Y a Sofía de la mano», escribió en sus memorias Federica, princesa en aquellos tiempos.

Emular al imperio

La pequeña a la que se refería Federica era la futura reina de España: Sofía de Grecia y Dinamarca. Y es que, aunque por entonces apenas sumaba dos primaveras de vida y faltaban décadas para que conociera a Juan Carlos I, fue una de las muchas damnificad­as por la locura de Adolf Hitler. Un líder megalómano que, aunque en la primavera de 1941 soñaba ya con asaltar la Unión

Adolf Hitler

«Paseando con Mussolini comprendí que es uno de los césares. Es heredero de los héroes de esa época»

Soviética, tuvo que detener sus planes e invadir Yugoslavia y Grecia para asegurar el llamado flanco balcánico y evitar el desastre militar del dictador italiano. «Si no hubiera tenido que enviar unidades a la zona, es posible que el ‘Führer’ hubiera podido conquistar la URSS», explica a ABC David Solar, divulgador histórico y autor de múltiples obras sobre la invasión como ‘La caída de los dioses’ o ‘El último día de Hitler’.

Las raíces de este conflicto, obviado hasta el extremo en los manuales más populares de la Segunda Guerra Mundial, no hay que buscarlas en el Tercer Reich. En palabras de Solar, el instigador fue un Benito Mussolini ávido de equiparars­e a la Alemania nazi. «Al ver que Hitler campaba a sus anchas por

Europa, entendió que la Italia fascista no podía ser menos», desvela. Por ello, en octubre de 1940 «se propuso emular al Imperio romano con la conquista de un territorio sobre el que las legiones republican­as se habían lanzado ya en el siglo III a.C.». A sus generales, sin embargo, les insistió en la posición estratégic­a del país. «Grecia es al Mediterrán­eo lo que Noruega es al mar del Norte», les repitió una y otra vez.

No es exagerado decir que el italiano se veía como la reencarnac­ión de los grandes líderes de las legiones. Un ejemplo es que se nombró dictador vitalicio (cargo que había ostentado Julio César), que se hizo llamar ‘Duce’ (del latín ‘Dux’, general) o que instauró el saludo romano en el país. «Italia tiene, al fin, su imperio. Imperio fascista, porque lleva las insignias indestruct­ibles de la voluntad y del poder del lictor romano», afirmó en 1936. De hecho, el mismo Hitler reiteró en repetidas ocasiones –la mayoría, frente a sus invitados en el Nido del Águila (la ‘Kehlsteinh­aus’)– aquella idea: «Si el ‘Duce’ muriera, sería una desgracia muy grande para Italia. Pa

Esvástica en la Acrópolis

Los doce dioses del Olimpo se estremecie­ron cuando los nazis hicieron ondear su bandera en la Acrópolis y en las ruinas milenarias del país durante 1941 (arriba)

seando con él […] comprendí que era uno de los césares. Es indudable que es el heredero de uno de los grandes héroes de esa época».

El 15 de octubre de 1940, el ‘Duce’ se reunió con sus jefes de Estado Mayor en el palacio de Venecia para ultimar los detalles de la que, pensaba, sería su particular ‘Blitzkrieg’. «Esta es una acción que he madurado largamente, de mes en mes, antes de nuestra participac­ión en la guerra y antes del conflicto», confesó frente a los oficiales del Ejército italiano. La realidad es que aquello no llegaba siquiera a arrebato de infante. El 28 de ese mismo mes hizo palpable su capricho y, convencido de que apenas tardarían unas semanas en atravesar Grecia, empezó la invasión. «’Führer’, estamos avanzando. ¡Al alba de esta mañana las victoriosa­s tropas italianas han atravesado la frontera grecoalban­esa!», escribió orgulloso. Pero la alegría fue perecedera. Días después, los defensores expulsaron a las divisiones italianas hasta las montañas de Albania, donde –según explica el United States Holocaust Memorial Museum– el conflicto llegó a un punto muerto. Y, por si fuera poco, el desembarco de una fuerza expedicion­aria británica hizo aumentar la tensión.

«Gran Bretaña no podía dejar sola a Grecia. Era, junto con Gibraltar, su salvaguard­a para mantener su dominio sobre el Mediterrán­eo. Además, ofrecía los enclaves de Malta (determinan­te para mantener las rutas de recursos navales hacia África) y Creta», añade Solar. Al final, ante el miedo a ser arrasado, Mussolini pidió ayuda a la Alemania nazi. Hitler correspond­ió en 1941 y organizó la Operación Marita para socorrer a su aliado. En principio, con ayuda de Hungría, Rumanía y Bulgaria.

Una vez decidido a conquistar Grecia, al ‘Führer’ solo le quedaba un escollo por superar: Yugoslavia. Basta un vistazo rápido a los mapas de la época para entender que, como bien explica

Solar, la zona «se interponía en el camino directo hacia el territorio heleno a nivel geográfico». Alemania, en principio, se alió con el país el 25 de marzo de 1941. Sin embargo, el estallido de un golpe de estado antinazi el 27 protagoniz­ado por el general serbio Dusan Simovic dio un giro a la situación internacio­nal. Si Hitler quería acabar con los griegos, debía hacer lo propio con su nuevo enemigo para asegurar la retaguardi­a de sus tropas y abrir camino a sus carros de combate. Para líderes como Winston Churchill sonaban tambores de guerra: «El camino será arduo, doloroso y penoso».

Objetivo Yugoslavia

A nadie le sorprendió que, el 6 de abril de 1941, mañana se cumplirán ocho décadas, las tropas del Tercer Reich –apoyadas por italianos, búlgaros, rumanos y húngaros– se dirigieran hacia la frontera yugoslava. Lo que sí llamó la atención fue la inquina demostrada por jerarcas de la talla del líder de la ‘Luftwaffe’ Hermann Göring, quien instó a «borrar de la faz de Tierra» Belgrado, la ciudad más poblada del país. «Hay que aplastar Yugoslavia en el plazo más breve posible», añadió. Cumplió sus tristes amenazas y, antes siquiera de que la infantería comenzase a moverse, la fuerza aérea inició un estremeced­or bombardeo contra la urbe que, según los datos ofrecidos por historiado­res como Antony Beevor, provocó unos quince mil fallecidos.

Después, como escribió un oficial de la 11ª División Panzer, la guerra relámpago arribó a los Balcanes: «Los carros blindados ya están avanzando. La artillería ligera abre fuego, la artillería pesada entra en acción. Aparecen los aviones de reconocimi­ento, luego cuarenta Stukas bombardean las posiciones, el cuartel arde en llamas. Una imagen magnífica al amanecer». Las fuerzas armadas yugoslavas, desfasadas, poco pudieron hacer ante el empuje del golem germano y sus colegas. «¿Acaso creían […] que, con un ejército pobre en efectivos, anticuado y mal entrenado, tenían alguna posibilida­d frente a la ‘Wehrmacht’ alemana? ¡Es como si una lombriz de tierra

pretendier­a engullir una boa constricto­r!», apuntó en su diario un miembro de las SS. La resistenci­a apenas se extendió doce jornadas.

En lo que supuso un verdadero reto logístico que llevó a la ‘Wehrmacht’ a atravesar los ríos búlgaros a golpe de pontoneros, la Alemania nazi invadió Grecia el mismo 6 de abril de 1941. Hitler reunió, en cifras redondas, 750.000 soldados del Eje y multitud de blindados. Por su parte, los aliados contaban con un número escaso de antiguos tanques y 500.000 infantes. Unos 60.000 de ellos, pertenecie­ntes a la fuerza expedicion­aria británica (Contingent­e W). «En aquel momento de peligro mortal, los griegos se volvieron hacia nosotros para pedir socorro. Por muy agotados que estuvieran nuestros recursos, no podíamos negarnos. […] Lo contrario hubiera sido fatal para el honor del Imperio británico. […] Un acto vergonzoso que nos privaría del respeto del que ahora gozamos en todo el mundo», afirmó Churchill poco después.

La caída de los dioses

Como solía pasar en los inicios de la Segunda Guerra Mundial, cuando la ‘Wehrmacht’ y la ‘Luftwaffe’ funcionaba­n como un reloj suizo, el avance fue apabullant­e. Mientras la fuerza aérea castigaba las líneas defensivas a golpe de bombardeos, una primera ofensiva se lanzó contra la Línea Metaxás (formada por posiciones levantadas entre Bulgaria y Macedonia). Allí, la resistenci­a helena fue tenaz. A la par, el XII ejército de Lista atacó la zona que separaba el sur de Yugoslavia del norte de Grecia. A partir de entonces, solo quedó continuar hacia el sur. Poco a poco, con más celeridad que calma, cayó Tesalónica. Poco después, el general Bakopoulos se vio obligado a capitular junto a 70.000 de sus hombres en el que fue el primer golpe severo sobre la resistenci­a. A mediados de mes los británicos ordenaron la retirada hacia la retaguardi­a. El destino se tornaba oscuro.

Allá por el 18 de abril, el país vivió uno de sus momentos más amargos cuando los alemanes pisaron las proximidad­es de uno de sus mayores símbolos. Los partes de guerra germanos recogieron con orgullo aquella triste jornada: «Las tropas que actúan en Grecia han proseguido el ataque y han atravesado la región montañosa del noroeste del Pindo. La presión ejercida por nuestras tropas en ambos flancos del monte Olimpo ha sido causa de que la retaguardi­a del grueso de las fuerzas británicas haya sido batida y puesta en fuga». A su vez, el informe añadía que «los cazadores alpinos han izado la bandera de guerra alemana en la cúspide del monte Olimpo». La desazón llevó al primer ministro, Alexandros Korizis, a quitarse la vida tras escribir una nota

‘Blitzkrieg’ balcánica Yugoslavia, con un ejército anticuado y mal entrenado, se rindió tras menos de dos semanas de combates Termópilas aliadas La Commonweal­th tuvo que defender el famoso paso de las arremetida­s germanas durante 24 horas

en la que pedía al cielo por la superviven­cia de su país.

En mitad de aquella locura, el general Wilson (al mando del Contingent­e W) ordenó a sus hombres que se ubicaran en el famoso paso de las Termópilas para proteger la retirada hasta la zona de reembarque de la Commonweal­th. Allí, días después de que se firmara la capitulaci­ón de Grecia (la primera, el 21 de abril en el cuartel general de Larisa) tuvieron su particular batalla a la espartana. El 24, las unidades de montaña y los carros de combate germanos atacaron a los restos de las fuerzas del Imperio británico. Sin embargo, estas resistiero­n durante 24 horas que, a la postre, resultaron vitales para que sus compañeros subieran a los transporte­s en la costa. Una suerte de Dunkerque griego. El 27, los blindados teutones entraron en Atenas. Para entonces, ya se había evacuado a la familia real hasta la cercana isla de Creta.

Aunque la Operación Marita finalizó a nivel oficial el 28 de abril, la realidad es que no fue hasta el 3 de mayo cuando la conquista de Grecia se hizo efectiva de cara a Europa. Y fue con un gran desfile por las calles de Atenas. Sin embargo, la victoria terminó siendo agridulce para Adolf Hitler. «Alemania no salió ilesa de 1941. Tuvo que emplear bastantes recursos para vencer. Hombres, tanques y aviones que no pudo reponer después de la guerra balcánica y que habría necesitado en la URSS. Si a eso le sumas el contingent­e que envió a África para apoyar a Mussolini, unos 30.000 hombres y cientos de blindados, es sencillo ver cómo disminuyó su empuje», finaliza Solar.

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La obsesión de Mussolini (arriba) por emular al Imperio romano hizo que su ejército se estrellara contra las defensas griegas. Tras la entrada de Alemania en la guerra, las tropas del italiano iniciaron una nueva ofensiva en abril de 1941 (izquierda)
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