ABC (1ª Edición)

Francisco, el gran impostor que nunca amó a las mujeres

► Haciéndose pasar por piloto de Iberia, de F1 o directivo del Barça, estafó unos 3 millones

- JESÚS HIERRO

Como en la canción de Sabina, Francisco Gómez Manzanares se puso el traje y la piel de todos los hombres que él nunca sería. Pero mientras el pirata del cantautor solo pretendía hacer volar la imaginació­n con un inofensivo juego, David, que así se empeñó en llamarse durante lustros, convirtió la impostura en su ‘modus vivendi’ para estafar miles de euros a las víctimas que parasitaba. Hace ya tiempo que los barrotes de la cárcel le recuerdan a diario la identidad de la que renegó y pretendía enterrar: su nombre real es Francisco Gómez Manzanares, el menor de los seis hijos de un panadero de Vitoria y de una ama de casa que estuvo media vida en un psiquiátri­co.

El personaje de Sabina quiso vivir mil vidas diferentes a la suya, pero la del policía, oficio del padre del cantante, esa, «ni en broma». Francisco, que todavía no era David, en su temprana juventud sí que vio propicio hacerse pasar por escolta de la Ertzaintza –eran los tiempos del coche bomba y el tiro en la nuca– como primer disfraz. Tras sus primeros pinitos como estafador común, más o menos a partir de 1995, con 21 años, se volvió también un impostor. Comenzaba su carrera de estafas sentimenta­les, especializ­ándose en seducir a mujeres «para dominarlas y saquearlas», con técnicas luego perfeccion­adas. Lo describe con detalle en su nuevo libro –‘El estafador’– Guillem Sànchez, el periodista que hace unos años destapó los escándalos de abusos en los colegios Maristas.

Un piloto de F1 sin carné

Tras estafar, entre otros, a su novia y a varios amigos, Francisco se vio abocado a huir de Vitoria, pues ya casi todos los vecinos sabían que era un farsante. Entre 2000 y 2003, se recorrió España de punta a punta estafando, con Castelldef­els (Barcelona) como puerto base de su impostura. Luego, metió en un cajón su imaginaria placa de agente del orden y se inventó otra vida como piloto de Iberia. Los trajes de aviador, siempre cuidadosam­ente colocados en el armario, o sobre los asientos posteriore­s del coche, cuando fingía ante sus potenciale­s víctimas que acababa de aterrizar. Estafó a su novia de entonces y a varios amigos con la promesa de invertir su dinero en Bolsa. Y, de nuevo, su estrategia de «tierra quemada», como la define Sànchez en su libro. Otra huida.

Francisco recaló en Orense –donde estafó a una novia que conoció en un chat pidiéndole dinero para montarle una agencia de viajes–, pero eso no le privó de recorrerse España de hotel de lujo en hotel de lujo, y parasitand­o a una cifra desconocid­a de mujeres que iba conociendo por internet.

Las raíces más depredador­as las echó en el pueblo guipuzcoan­o de Soraluze. Allí estrenó el nombre de David, abandonó la falacia del aviador, y, más modesto en sus ensoñacion­es que el personaje de Sabina que quería hacer «el mejor tiempo (en el circuito) de Le Mans», el estafador se conformó con transubsta­nciarse en probador de la escudería McLaren. Entonces era el ‘boom’ de Alonso, pero en realidad, él ni tenía carné de conducir. En aquel pueblo que no llegaba a los cuatro mil habitantes, todos le conocían. «¿Cómo iba a pasar desapercib­ido conduciend­o un Ferrari y vestido de piloto ?», explicaban los testimonio­s recopilado­s por Sànchez en el libro. Sobre todo, odiaba pasar desapercib­ido. Y como en la canción de Sabina, Francisco, ahora bajo el seudónimo de David, era también «el más chulo del barrio».

En Soraluze estafó miles de euros a su nueva novia, a sus suegros y a varios amigos. Cuando la relación ya estaba rota, su pareja logró abrir una maleta que hacía años que David guardaba, siempre cerrada. Allí descubrió su DNI auténtico, el de Francisco Gómez. Y también un CD con archivos de mujeres a las que el estafador lanzaba sus zarpas en las redes. Tras dejar un imborrable rastro de toxicidad en el pueblo vasco, se instaló con otra mujer en Zaragoza, donde reprodujo y mejoró su ‘modus operandi’. Pero se confió, se creyó invencible –nunca tuvo la precaución de cambiarse el nombre de David– y acabó con los huesos en la cárcel tras haberla esquivado durante una década. Primero, en una prisión de Álava, y luego en una de Burgos.

En prisión transmutó de probador de McLaren a sargento de Salvamento Marítimo, todas ellas profesione­s que le permitiero­n disculpar ante sus parejas: para volver a prisión cuando estaba en semilibert­ad, o para buscar nuevas víctimas cuando estaba fuera.

Se escabulló en un tercer grado y recaló de nuevo en Cataluña sin que, según valoró Sànchez en una conversaci­ón con ABC, ni jueces ni los cuerpos policiales pusiesen mucho empeño en localizarl­e, pese a estar en busca y captura. En Barcelona, al menos siete mujeres denunciaro­n al tal David. Pero no fue hasta 2016, que con la matrícula del coche, los Mossos averiguaro­n quién se escondía tras ese nombre.

La caída del impostor

Con los investigad­ores pisándole los talones, David siguió a lo suyo y pasó a simular ser un importante miembro del organigram­a del Barça. Los Mossos sabían quién era, qué coche tenía, y también que seguía presumiend­o de su falaz trabajo. Tras varias guardias en el entorno de la ciudad deportiva, que el impostor frecuentab­a, acabó detenido. En el maletero del BMW llevaba camisetas y balones del Barça y botellas de vino de la bodega de Iniesta. «¿Es usted Francisco Gómez Manzanares?», preguntó el agente. «Sí», admitió el prófugo, reconocien­do su identidad por primera vez en años, tras estafar unos tres millones de euros en total, según confesó él mismo a una de sus víctimas. Al final, el pasado siempre vuelve, o tal vez, lo cierto es que nunca se va. A Francisco se lo dijo el policía con menos circunloqu­ios: «Ahora te van a caer todas las denuncias en cascada, ¿eh, máquina?».

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ABC Los coches de alta gama, una perdición para Francisco Gómez
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ABC Francisco, con el pelo largo, en un juicio contra él en la Audiencia de Barcelona

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