ABC (1ª Edición)

Los cuarenta años de ‘El crack’ y su sueño eterno de presente

Es una película triste pero bien goteada de humor, absolutame­nte entregada al amor de José Luis Garci por el género negro

- OTI RODRÍGUEZ MARCHANTE

El día 1 de abril de 1981 José Luis Garci estrenaba su película ‘El crack’, es decir, seis días después de que la Policía liberara de su secuestro al futbolista Quini y treinta ocho del intento de golpe de Estado de Tejero. También ese año se aprobó en el Congreso la Ley de Divorcio y en el Senado el ingreso de España en la OTAN. Ahora hacemos memoria con lo que entonces se hizo día a día, y sabemos que la memoria es un agua interior (íntima) que contiene sustancias como la melancolía o la añoranza, que vienen a ser un anhelo al revés, algo que se ambiciona hacía atrás, en vez de hacia adelante. También sabemos que Garci es un experto en esos tejidos y un maestro en su confección.

‘El crack’ fue construido por Garci con materiales extraordin­arios, un hallazgo en este sentido: con nostalgia de presente…, una historia, una película, situada en su época, los albores de los ochenta, pero con la atmósfera y la temperatur­a adecuadas para producir ya entonces una emoción inusual, excepciona­l: melancolía del hoy. Cuarenta años después, que se aprecia con la lógica del retrovisor la sensación de aquel Madrid terminal, que levantaba la mano en un saludo convalecie­nte para anunciar su largo adiós, también nos permite evaluar el enorme talento y la gran intuición de José Luis Garci para mostrarlo en la pantalla como si realmente ya se hubiera ido; es decir, que buscaba en el espectador de aquel momento esa perturbado­ra nostalgia de presente.

Mundo terminal

Pero, la mirada de Garci a aquel Madrid, su atmósfera, su aflicción, su pesimismo, llegaba a través de los ojos de su personaje, Germán Areta, detective y dueño de ese ‘crack’ al que alude el título, que proviene de su vida pasada hacia la que ni la película ni él abren apenas ventanas, pero que afectan a cada paso y peso argumental que da la historia. Conocemos a Areta después de su ‘crack’ y se hace respetar cada uno de sus pedazos rotos sin necesidad de exponerlos en la estantería de la pantalla… Hará nuevos ‘crack’ durante el desarrollo de la película, habrá otros estallidos y roturas que alimenten su desesperan­za y su olfato de mundo terminal y que comienza.

Si pasamos de la letra pequeña a pie de página al texto, vemos que ‘El crack’ es una película triste pero bien goteada de humor, absolutame­nte entregada al amor de Garci por el género negro y a ese otro amor suyo por ‘lo auténtico’ (‘lo auténtico’: lo que la realidad te regula, te restringe, te ratea), por la charla fresca, de partida de cartas, de barbería, de billares…, un elogio a la convivenci­a de la negrura de Hammett o Chandler con la cháchara de Rocky el barbero y el parloteo de barrio y santoral de ‘El Moro’… Qué gran mixtura la de las interpreta­ciones frescales de Manuel Lorenzo y Miguel Rellán con la del músico Jesús Gluck que te manoseaba de morriña por dentro junto a la imagen televisiva con las letras de Tarde balanceánd­ose… Y, claro, con Landa.

El Madrid de entonces

Alfredo Landa entra en escena mientras cena, solo, allí al fondo, en un bar de carretera…, y ya su mirada es la de otro Landa, en realidad, Areta. Es un arranque potente que nos descubre la violencia serena, reflexiva, indulgente pero implacable de un personaje solitario, tozudo, triste y final que, sin embargo, se deja inundar por algún rayo de luz que le lanzará el guion (el personaje de María Casanova) y que acepta con gesto adusto y bigote ancho lo bueno y lo mucho peor que se cierne sobre él.

Todo el mundo reconoce el mérito de Landa (y por supuesto, también de Garci) para hacer desaparece­r su marcado cliché de actor de comedia tras el cuerpo y gesto de Areta, pero hay aún en la historia un momento de redoble de tambor: sí, Alfredo Landa interpreta magistralm­ente a Areta, pero en una escena (la visita a la ‘madame’ Mimi de Torres, que encarna Mayrata O’Wisiedo) es Areta quien interpreta a Alfredo Landa y uno de sus clichés, un tipo recién llegado del pueblo y que pretende sonsacarle informació­n.

En fin, un paseo por ‘El crack’ es una oportunida­d de darlo también por Madrid, el de entonces y, en cierto sentido más profundo que epidérmico, el de ahora, un Madrid que se anuncia con atmósfera como ‘en liquidació­n’ pero presto a renovar sus escaparate­s, un Madrid en el que lo nuevo empuja a lo viejo, y lo mejor de lo viejo encuentra su acomodo en lo mejor de la memoria.

 ?? MAYA BALANYÁ ?? Garci, en el gimnasio en el que rodó parte de ‘El crack cero’. Abajo, fotograma de ‘El crack’ (1981)
MAYA BALANYÁ Garci, en el gimnasio en el que rodó parte de ‘El crack cero’. Abajo, fotograma de ‘El crack’ (1981)
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