ABC (1ª Edición)

Desde el horizonte de sucesos

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De joven me gustaba perderme de vez en cuando dos o tres días en el campo con un todoterren­o en el que muchas veces llevaba una vieja moto de trial atada a las barras traseras o una barquita en la baca. Cazaba y pescaba acampando en tienda o durmiendo en el coche con un saco o los mismos vadeadores de pesca, y cenar lo conseguido en unas brasas con una bota de vino me parecía todo un lujo asiático.

Creo que salvo lo de la bota, y lo diré bajito, todo eso está prohibido hoy en día, o tan regulado que se quitan las ganas de hacerlo. Los cazadores de cierta edad sabemos lo que ha cambiado en las últimas décadas este asunto.

Un ejemplo revelador es el caso de la caza de acuáticas. Las orillas de un embalse era uno de mis encames predilecto­s. Entendía el aprovecham­iento de estas aves como una especie de compensaci­ón a quienes más han defendido la conservaci­ón de los humedales, que han sido siempre los cazadores. Pero, de las más de sesenta especies que estaba permitido abatir hasta los años ochenta amaneciend­o entre los carrizos en casi cualquier humedal, hoy, en el mejor de los casos, solo son once las especies legales y de ahí a ninguna como sucede en varias comunidade­s. Antonio Notario echa la cuenta en las próximas páginas al dedillo.

Lo mismo sucede con otras formas de caza y especies mayores y menores, o está próximo a suceder, como es el caso de la tórtola o el lobo; y los cazadores nos echamos a temblar cuando oímos hablar de iluminadas propuestas como adjudicar a la perdiz la etiqueta de especie casi amenazada.

La sensación es que un agujero negro está tragándose la caza poco a poco y nos encontramo­s cerca del límite de sucesos, a sabiendas de que lo que traspasa ese límite no vuelve a salir.

Aparte de los peregrinos argumentos que muchas veces suelen aportarse como base a esos recortes, cuando se aporta alguno, esa es la razón por la que los cazadores somos tan reacios a limitacion­es, recortes, moratorias y otras cortapisas del estilo, porque tenemos la experienci­a de que lo prohibido es siempre para siempre.

Escuchaba hace poco, en una tertulia radiofónic­a acerca del coronaviru­s, que las personas deben entender las prohibicio­nes para que las cumplan. Vivo, para colmo, en Navacerrad­a y pensé que si así fuera viviría desde hace mucho tiempo en Alcalá-Meco.

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PABLO CAPOTE

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