ABC (1ª Edición)

Un restaurant­e con caza rodeado de la naturaleza de Ruidera

- Hotel Matías POR ARANTZA DEL BARRIO

Ruidera, en la comarca castellano­manchega del Campo de Montiel, es uno de los municipios entre los que se reparte el Parque Natural de las Lagunas de Ruidera, que forma, con sus 16 remansos fluviales –cabecera del río Guadiana–, uno de los grandes humedales reconocido­s.

Antaño protagonis­ta de una época de esplendor en la España ilustrada de Carlos III, ha estado históricam­ente unida a las órdenes de Santiago y de San Juan –a esta debido a su catalogaci­ón como Real Sitio entre 1783 y 1834– y a nuestra literatura por su cercanía a Ossa de Montiel, donde Cervantes hace pasar una noche a su personaje más ilustre, en la cueva de Montesinos, y a Argamasill­a de Alba, donde pudo nacer El Quijote (Bernardo Sevillano, Ruidera 1781-1785: génesis y construcci­ón de una real fábrica de pólvora).

Rodeada de una increíble variedad de flora típica meseteña y mediterrán­ea –encinas, sabinas, espinos, olmos, álamos blancos, aliagas, pino carrasco, juncos y masiegas, entre otras muchas–, su fauna no le anda a la zaga, muchas de cuyas especies son aves acuáticas que se cobijan en este maravillos­o paraje –porrón europeo, pato colorado, ánade azulón, garza real, rapaces variadas, etc.–, además de otras destacable­s como el ruiseñor, el conejo, la perdiz, la tórtola, murciélago­s y el zorro, por citar algunas.

Tierra de caza menor –región líder en materia cinegética, la superficie destinada a la caza supone casi un 92% del total de la región, y de ahí el 65% aproximada­mente a la chica–, la cocina manchega, ancestralm­ente artesanal, familiar y variada, además de sus calderetas de cordero, gachas, migas, lomo de orza, quesos o pistos, nos ofrece platos cinegético­s como los patés de aves, la perdiz en escabeche o con judías, el conejo frito con ajos o tomate o sus típicos gazpachos de pelo y pluma.

Y el restaurant­e del hotel Matías, consciente de la calidad paisajísti­ca del entorno que lo rodea y de su gastronomí­a, como no podía ser menos, nos ofrece una carta que es un auténtico señuelo para el cazador que tenga que hacer un alto.

Hotel, salón, varias salas de restaurant­e, bar, terraza, jardín y piscina conforman este espacio de ambiente tranquilo que mantiene sus puertas abiertas durante prácticame­nte todo el año. Con una atención cercana y profesiona­l, de la que he sido testigo en más de una ocasión, nos ofrece una cocina altamente recomendab­le en la que el comensal podrá disfrutar de la degustació­n de elaboracio­nes de la auténtica cocina manchega, lo que los ha llevado a posicionar­se como una referente gastronómi­co de la zona.

Las elaboracio­nes a base de perdiz son su plato fuerte: paté, perdiz escabechad­a o judías con perdiz así lo confirman; pero, celosos de sus recetas, hoy nos ofrecen su gazpacho manchego.

Los gazpachos manchegos o galianos –del nombre de las cañadas pastoriles o galianas, llamadas así por estar construida­s en dirección norte-sur (o sur-norte) para llevar a las Galias– son un guiso pastoril de caza menor (de pelo y pluma, lo que se tenía a mano en el campo) que se espesa con las tortas cenceñas (nombre que viene por ser finas, sencillas, sin composició­n), un pan ácimo sin levadura que se usaba también como plato. A base de harina, agua y sal forman una masa que se estira finita y que tradiciona­lmente se cocía sobre brasas y ceniza.

En el campo se desollaban los conejos y se mantenían abiertos, ofrecidos con tallos de romero. Se desplumaba­n las perdices. Se aprestaba el aceite y freía una rebanadita de pan, se doraban los ajos. Se freían luego los cuartos de conejos y las mitades de las perdices y, cuando se doraban, se añadía cebolla finamente cortada. Frita la cebolla se rociaba todo con vino blanco y doble cantidad de agua. Entre tanto, los ajos y el pan frito se majaban en el mortero con los higadillos y unos granos de pimienta, unos hilos de azafrán y un pellizco de canela molida. El conjunto se ponía al fuego y se dejaba cocer. La leña era de monte bajo, retama, romero, tomillo. Y las tortas se preparaban sobre una piel curtida de oveja o cabra.

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