ABC (1ª Edición)

DRAMA EN EL KREMLIN

Fue un matrimonio infeliz que provocó que ella se disparara un tiro en el corazón. Su hija Svetlana nunca le perdonó a su padre

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

E

N la madrugada del 9 de noviembre de 1932 Nadezhda Alliluyeva, la esposa de Stalin y madre de dos de sus hijos, se disparó con una pistola en el corazón en su apartament­o en el Kremlin. Fue hallada muerta por su ama de llaves a primera hora de la mañana, tumbada sobre la cama.

El día anterior, Nadia, como la llamaban Stalin y su círculo familiar, había asistido al desfile militar en la Plaza Roja que conmemorab­a el aniversari­o de la Revolución de Octubre. Estaba en la tribuna de invitados y veía a su marido a pocos metros. Por la noche, pese a que le dolía la cabeza, se vio obligada a asistir a una cena en el Kremlin en la vivienda de Voroshilov, amigo de Stalin. Según la versión del historiado­r Sebag Montefiore, se bebió mucho, el ambiente era tenso y el matrimonio tuvo una fuerte discusión.

Nadia estaba muy enfadada con Stalin porque éste había flirteado con la esposa de un diplomátic­o llamado Yegorov. Al final del banquete, Stalin pidió un brindis por el comunismo y ella se negó a alzar la copa. Visiblemen­te enojado, el líder soviético arrojó al parecer una cáscara de naranja sobre su esposa, que abandonó el lugar. Polina, la mujer de Molotov, salió tras ella. Pero Nadia se negó a volver. Horas después, se suicidaba en su dormitorio. Llevaban casados 12 años.

Stalin reaccionó con una mezcla de culpa y desesperac­ión. Estaba desolado hasta el punto de que sus amigos y familiares temían que él también quisiera quitarse la vida. «He sido un mal marido», confesó a Molotov. «Pero me ha dejado como si fuera su enemigo», se desahogó.

Pese a que el forense dictaminó que Nadia había fallecido en el acto al dispararse una bala que entró por un orificio de cinco milímetros junto al corazón, pronto empezaron los rumores de que Stalin podía haberla asesinado. En ese ambiente, el núcleo dirigente decidió atribuir su suicidio a una apendiciti­s. El cadáver quedó expuesto en el edificio que luego se convirtió en los almacenes Gum.

Molotov, Kaganovich, Voroshilov y Ordzhoniki­dze organizaro­n el funeral que discurrió por las calles de Moscú hasta el cementerio de Novodevich­i. El féretro iba acompañado de un regimiento militar y de varias bandas de música con fuertes medidas de seguridad. Se la enterró como una heroína de la Unión Soviética, dado que provenía de una familia de revolucion­arios. Su padre era amigo de Lenin y de Stalin, que acudían a su casa cuando residía en San Petersburg­o.

Stalin conocía a Nadia desde que era niña. Comenzaron a salir cuando ella tenía 18 años. Poco después, empezó a trabajar como secretaria en el Sovnarkom bajo las órdenes de Lenin. Éste siempre la protegió hasta el punto de que vetó su despido tras un informe negativo sobre su cualificac­ión para el puesto. En 1919, Stalin y su esposa se inscribier­on en el registro civil como matrimonio, aunque no hubo ninguna celebració­n.

Desde los primeros meses, la relación de la pareja fue complicada y llena de altibajos. Stalin quería que Nadia se dedicara a las labores de ama de casa, pero ella se negó y se matriculó en la Academia Industrial. El caudillo soviético prolongaba sus jornadas hasta altas horas de la noche y ella sospechaba que le era infiel. Nada más casarse, Lenin envió a Stalin a combatir contra los rebeldes contrarrev­olucionari­os en el Cáucaso. Cumplida su misión, cayó gravemente enfermo con dolores abdominale­s. Fue intervenid­o y estuvo algunos meses en reposo. Tuvieron dos descendien­tes. Vasili nació en 1921 y Svetlana en 1926. Vivían en un espacioso apartament­o de media docena de habitacion­es en el Kremlin. Yakov, el hijo que Stalin había tenido con su primera esposa, también residía allí. Los fines de semana los pasaban en su dacha de Zubalovo, donde pescaban, cogían setas y fresas y nadaban en el río.

La salud mental de Nadia empezó a deteriorar­se a partir de 1927. Se diagnostic­ó que padecía depresión y tendencias esquizofré­nicas. Y, por ello, se la envió a un balneario de Alemania para que se recuperara. Pero las tensiones matrimonia­les se agudizaron. Las broncas eran habituales y ella le confesó a su amiga Polina que no aguantaba más la situación. «No puedo seguir así», le dijo a su cuñada tras encontrar a Stalin ebrio y profiriend­o insultos.

Stalin se sumió en una depresión durante los meses siguientes a su muerte. Kirov, el líder del partido en Leningrado, iba a dormir al Kremlin y pasaba junto a él sus vacaciones en el Mar Negro para hacerle compañía. Su único consuelo era Svetlana, que le profesaba devoción hasta que, al cumplir los 18 años, se enteró de que su madre se había suicidado. La relación se rompió para siempre. Stalin, solo y abandonado por su familia, murió de un infarto cerebral en 1953.

Stalin reaccionó con una mezcla de culpa y desesperac­ión

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Stalin y su esposa Nadezhida Alliluyeva

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