Una relación de amor y odio
Desde que Sergio García pisó por primera vez los ‘greens’ de Augusta en 1999, su relación con el mítico torneo de Georgia ha sido de lo más accidentada. Su estado de ánimo fue variando con el paso de los años y así, de la ilusión inicial de jugar sus primeras vueltas de prácticas con Ballesteros y Olazábal –ganando el torneo amateur esa misma edición–, pasó a una desesperación absoluta años después. Su incapacidad para alcanzar buenos resultados en este vergel (falló cinco cortes en diecinueve años y solo logró tres Top10), le llevó a declarar en 2015 «nunca seré capaz de ganar un grande». Augusta había podido con él y había quebrado por completo su confianza. Sin embargo, fue también el punto de partida para que el español comprendiera que el National es un campo diferente al que no se le puede presionar y que hay que adaptarse a sus ritmos y circunstancias. Por eso en 2017, lejos de cualquier tipo de presión y sin el aura de favorito, salió de la nada para lograr el mayor éxito de su carrera. Aunque es cierto que en el global de sus participaciones el torneo se le ha atragantado en exceso – en sus setenta vueltas jugadas solo ha ganado al campo un tercio de ellas y el promedio se mantiene sobre el par (72,97)–, el recuerdo de Augusta ha quedado para siempre en su memoria. Al igual que le sucedió a Seve, el Masters ha pasado a formar parte de su vida para siempre. Y, así, a su hija la llamó Azalea en recuerdo al hoyo 5 de este campo.