Ayuso/Sánchez
El Sánchez de los 100.000 muertos es la imagen que más repugna a una sociedad masacrada
LA eficacia de la ‘teoría del enemigo’ viene de su sencillez. Como tal, la enuncia Carl Schmitt. Y, como tal, hace Hitler de ella sustento de su liderazgo. En su formulación más sencilla, la que el jurista alemán da en su ensayo de 1932 sobre ‘El concepto de lo político’, «la distinción política específica, aquella a la que pueden reconducirse todas las acciones y motivos políticos, es la distinción entre amigo y enemigo». Yo no pienso que el plagiario Doctor Sánchez haya perdido uno sólo de sus preciosos minutos en leer al gran clásico de la juridicidad totalitaria. Alguien lo habrá hecho por él. Sea Redondo, sea cualquier otro empleado de La Moncloa. Da lo mismo.
Lo sí inequívoco en su plan es la aplicación de esa tesis schmittiana, que matiza, no sin benevolencia, cómo «el enemigo político no necesita ser moralmente malo, ni estéticamente feo… Simplemente ha de ser el otro, el extraño, y para determinar su esencia basta con que sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo». Lo ‘otro’ asusta, porque no encaja en mi orden. Y, exhibido, ante la muchedumbre, operará como un espejo inverso: su imagen será una fantasmal amenaza, de la cual sólo el líder providencial, que es portador de la identidad del pueblo, podrá salvarnos. A ese poner mi salvación en sólo la voluntad de quien es más yo que yo mismo, llamaba La Boétie, en el siglo XVI, ‘servidumbre voluntaria’. Fabricado un monstruo a la medida de los terrores colectivos, la muchedumbre se somete gozosa a quien jure defenderla de ese horrible espantajo. Tan sólo se requiere una condición: que el monstruo esté milimétricamente fabricado, a la exacta medida que el fabricado pavor popular exige. Cualquier error ahí –ya por carencia, ya por exceso– corre el riesgo de volverse contra su fabricante.
Al cabo de este ya más de un año de pandemia, el Doctor Sánchez –o quien sea que le escriba los papeles– se ha desvivido por fabricar un monstruo bien individuado, sobre el cual cargar esas 100.000 vidas segadas por la inoperancia del Estado: o sea, por la suya. Le ha puesto nombre, rostro y cargo: Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid. Con la ayuda de una apisonadora televisiva sin precedentes, ha tejido en torno a ella una narración mentirosa de propósito asesino. Y, sin embargo, el resultado ha sido inverso. Allá donde la oposición al Doctor desapareció casi, Díaz Ayuso ha ido emergiendo como lo único que ‘no es Sánchez’. En un momento en el cual el Sánchez de los 100.000 muertos es la imagen que más repugna a una sociedad masacrada.
Es la paradoja del enemigo: que, al final, en el espejo de lo odioso, acabe por reflejarse, no el adversario que fabricó el que manda. Sino el exacto rostro del propio mandatario. Y, la verdad, hoy, entre Ayuso y Sánchez, al madrileño le caben pocas dudas.