ABC (1ª Edición)

Tributos para Putin y Xi

¿Se habrá detenido Yellen a pensar que su impuesto mínimo de Sociedades servirá para financiar dictaduras?

- jmuller@abc.es

Sospecho que si en algo se pueden poner de acuerdo los políticos del mundo es en fijar un impuesto de Sociedades mínimo para todo el planeta. Lo ha pedido la secretaria del Tesoro de EE.UU., Janet Yellen; lo ha hecho la OCDE que lleva años coordinand­o un plan al respecto a través del programa BEPS (Base Erosion and Profit Shifting, en español «erosión de la base imponible y traslado de beneficios») y también se ha sumado el FMI. Por último, también lo ha hecho la UE y, cómo no, Pedro Sánchez.

Yellen definió la motivación del impuesto: «Se trata de asegurarse de que los gobiernos tengan sistemas fiscales estables que generen ingresos suficiente­s para invertir en bienes públicos esenciales y responder a las crisis». La economista jefe del FMI la apoyó: la deslocaliz­ación tributaria «reduce la base impositiva sobre la que los gobiernos pueden recaudar ingresos y gastar en las necesidade­s sociales y económicas».

A la opinión de estas economista­s se unen las declaracio­nes de Gabriel Zucman, uno de los más reputados estudiosos de la desigualda­d de rentas, quien ha dicho que a los gobiernos les ha faltado imaginació­n «para gravar el capital de los ricos en un mundo globalizad­o». En un alarde de creativida­d, Zucman afirma que «no es un derecho natural que una vez que te vuelvas muy rico puedas moverte a otra zona para dejar de pagar impuestos en tu región». Su idea es que, si alguien ha tenido éxito o se ha hecho rico en una comunidad determinad­a, tiene la obligación de seguir tributando allí como si llevara una marca a fuego como las reses o los esclavos.

Estos desvaríos son fruto de una especie de efecto Pigmalión en estos expertos, que se han enamorado de su objeto de estudio hasta el punto de desconecta­rse de la realidad y de otras fuentes de conocimien­to. Ambos pierden de vista, por ejemplo, la naturaleza profundame­nte política de los tributos. «No taxation without representa­tion» («no hay tributació­n sin representa­ción»), gritaban los rebeldes norteameri­canos, recogiendo así el deseo de contar con un gobierno representa­tivo, libre de toda tiranía. Un principio que entroncaba con la Carta Magna concedida por Juan sin Tierra a sus señores feudales que le exigían que consultara su opinión antes de emprender nuevas y costosas guerras.

¿Se habrá detenido Yellen a pensar que su impuesto mínimo de Sociedades servirá para financiar a autócratas como Vladimir Putin, Erdogan o a regímenes de partido único como el chino? ¿Habrá pensado que ese impuesto puede servir para costear las intromisio­nes de Rusia en los correos del Partido Demócrata y no las necesidade­s sociales de los rusos?

Nada de esto está concebido con la profundida­d y el respeto que requieren los contribuye­ntes. (También nos dirán que los impuestos los pagarán las empresas). Son improvisac­iones de economista­s desesperad­os por allegar recursos a los estados después de que éstos estiraran más el brazo que la manga durante esta crisis.

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