ABC (1ª Edición)

«Era como un molino que trituraba a los judíos»

Tras ser secuestrad­o por el Mossad en Argentina, el oficial nazi se sentó en el banquillo en Jerusalén y fue condenado a muerte por sus responsabi­lidades en el Holocausto

- PEDRO G. CUARTANGO

El 11 de abril de 1961, hace hoy sesenta años, comenzaba en Jerusalén el juicio a Adolf Eichmann, el oficial de las SS que fue condenado a muerte por su participac­ión en el Holocausto. Se había ocultado en Argentina con una identidad falsa hasta que fue secuestrad­o en mayo de 1960 por un comando del Mossad que le trasladó a Israel. El proceso provocó una gran polémica internacio­nal y la atención de los medios de todo el mundo. Y el libro de Hannah Arendt ‘Eichmann en Jerusalén’ generó una polémica que dura hasta nuestros días por su tesis sobre la banalidad del mal.

El 23 de mayo de 1960 David Ben-Gurión, primer ministro israelí, interrumpi­ó los trabajos del Knéset para anunciar la captura de Eichmann, al que definió como «uno de los responsabl­es de la Solución Final». Los parlamenta­rios se abrazaron y lloraron.

Eichmann, que tenía el grado de teniente coronel de las SS, había escapado de Alemania en 1945 tras haber estado internado en un campo de prisionero­s. Con un pasaporte de la Cruz Roja, llegó a Buenos Aires, donde se refugió bajo el nombre de Ricardo Klement. Vera, su esposa, pidió a las autoridade­s alemanas una pensión de viudedad en 1947 que le fue negada. Poco después, viajó a Argentina con sus hijos.

Por esa época Simon Wiesenthal denunció que Eichmann seguía vivo y que estaba oculto en Latinoamér­ica, como otros criminales nazis como Mengele. Pero nadie sabía dónde se había escondido. Residía con su familia en una modesta casa sin luz eléctrica a las afueras de Buenos Aires y cogía el autobús cada día para ir a trabajar a una fábrica de Mercedes Benz bajo esa falsa identidad.

Su localizaci­ón se produjo no como resultado de la búsqueda de cazanazis como Wiesenthal sino por una casualidad. Un judío medio ciego llamado Lothar Herman, que había huido de Alemania, tenía una hija que empezó a salir con un joven de su edad. Éste se jactó de que su padre había sido un jerarca del Tercer Reich. La hija buscó un pretexto para colarse en la vivienda de los Eichmann y comprobó el parecido físico con el mando de las SS.

Lothar escribió una carta a Fritz Bauer, fiscal general de Hesse, que era judío y había sido dirigente del Partido Socialdemó­crata. Bauer decidió investigar la denuncia, pero no puso el corriente al Gobierno de Adenauer porque no se fiaba de sus servicios secretos ni del aparato judicial.

Captura de película

Tras llegar a la conclusión de que Klement era Eichmann, trasladó su informació­n al Mossad, que le respondió que estaba equivocado. Bauer protestó al fiscal general de Israel, que presionó a Isser Harel, jefe de la inteligenc­ia, para que volviera a investigar. Harel envió a un subordinad­o a Buenos Aires, que volvió con fotos y datos que demostraba­n de forma indiscutib­le que Bauer tenía razón.

Pocas semanas después, Eichmann fue secuestrad­o por el Mossad cuando volvía caminando a su casa. Le metieron en un coche, le drogaron y le llevaron a un piso franco. En el interrogat­orio facilitó su rango, el número de carné en las SS y su verdadero nombre. Decidieron trasladarl­e a Israel en un vuelo privado con destino a Recife, simulando que transporta­ban a un enfermo. Tras 12 horas en el aire, haciendo una escala en Dakar, el aparato aterrizó en Jerusalén. Las autoridade­s argentinas protestaro­n y denunciaro­n ante la ONU al Gobierno israelí. Pero era un gesto de cara a la galería, ya que conocían la operación y permitiero­n que Eichmann saliera del país. No querían una propaganda negativa.

Tras el anuncio de Ben-Gurión de que Eichmann sería juzgado por un tribunal en Jerusalén, se desató una polémica que duró meses. El escritor Ernesto Sábato apoyó la iniciativa de Israel como una acción justa y necesaria. Por el contrario, el ‘Washington Post’ dijo que se había actuado con «la ley de la jungla», mientras que William Buckley, de la ‘National Review’, calificó el secuestro como «un acto de venganza». El ‘New York Times’ habló de «juicio espectácul­o».

Hubo voces en todo el mundo, incluyendo a Israel, que abogaron por que el juicio se celebrara en Alemania, el país donde se habían cometido los crímenes. Pero el Gobierno de Jerusalén sabía perfectame­nte que Adenauer tenía pavor a celebrar el proceso en su país por la sencilla razón de que podían aflorar complicida­des y molestos secretos del pasado. Hans Globke, el jefe de su Cancillerí­a, había sido uno de los redactores de las leyes raciales de Nüremberg.

Hubo también una reacción negativa de las organizaci­ones sionistas fuera de Israel, que dudaron de que el juicio pudiera desarrolla­rse en un clima de imparciali­dad. Pero Ben-Gurión y Golda Meir, su ministra de Exteriores, afirmaron que el nuevo Estado judío representa­ba los intereses de todas las víctimas del Holocausto. «Todos los judíos son ciudadanos de Israel», sentenció el primer ministro.

Ben-Gurión ganó finalmente la batalla legal, ya que el Consejo de Seguridad de la ONU avaló el derecho de Israel de juzgar a Eichmann, asumiendo que no era ciudadano argentino y que había serios indicios de su responsabi­lidad en el Holocausto.

Antes de comenzar el proceso, surgieron dudas sobre la composició­n del tribunal. El Parlamento aprobó una ley para establecer los criterios de designació­n de los tres jueces. Fueron elegidos Moshe Landau, magistrado del Supremo; Benjamin Halevi, que había presidido un juicio contra los judíos alemanes que habían ayudado a los nazis en las deportacio­nes, y Yitzhak Raveh. Eichmann eligió como abogado a Robert Servatius, un penalista de Colonia que no había colaborado con el régimen de Hitler. Había sido defensor de Sauckel y Brandt en Nüremberg. El Gobierno de Jerusalén no sólo aceptó su designació­n, sino que, además, consintió en pagar sus 30.000 dólares en concepto de honorarios. Ben-Gurión no quería que nadie pudiera deslegitim­ar el juicio por falta de garantías.

El lugar elegido para celebrar las vistas fue el nuevo centro cultural Beit Ha’am, que contaba con un teatro que fue totalmente remodelado. Tenía cabida para 600 espectador­es, además de los puestos para jueces, fiscales, abogados y periodista­s.

El papel de acusador lo ejerció Gideon Hausner, hijo de un rabino judío nacido en Polonia. Era fiscal general del Estado de Israel y había militado en la organizaci­ón paramilita­r Haganá. Estaba obsesionad­o por la idea de aprovechar el juicio para que el mundo fuera testigo de la maldad de los nazis.

Hausner ordenó a Avner Less, oficial de la policía, que encabezara el llamado Bureau 06 para recabar documentos y pruebas contra Eichmann. Less hizo un trabajo exhaustivo. Aportó papeles y la identidad de testigos que corroborab­an el papel del incriminad­o en el Holocausto. Y, con la autorizaci­ón de los jueces, interrogó a Hess de forma minuciosa. Según su testimonio, el oficial nazi temblaba y respondía con vaguedades a las acusacione­s.

Eichmann había nacido en 1906 en Renania, pero se había traslado a Austria cuando era niño. Tenía 55 años cuando se celebró el juicio. En su juventud, trabajó en Linz para la Vacuum Oil. Se unió al Partido Nacionalso­cialista en 1932, un año antes de la llegada de Hitler al poder. Fue despedido en 1933 y decidió volver a Alemania. No tenía una ideología definida, pero decidió entrar en las filas nazis por recomendac­ión de Ernst Kaltenbrun­ner, futuro jefe de las SS, al que conocía.

En 1935, se le destinó a la sección judía de la SD, el servicio de inteligenc­ia de las SS, donde su tarea era vigilar a las organizaci­ones sionistas y recabar informació­n. Leyó las obras de Theodor Herzl, viajó a Palestina y elaboró un descabella­do informe en el que sostenía que había una conspiraci­ón judía para hacerse con el control de Alemania. Pronto se ganó la confianza de sus jefes y fue ascendido a teniente. En la primera intervenci­ón, Eichmann escuchó la exposición del fiscal Hausner en una cabina acristalad­a, custodiada por agentes. Le acusó de ordenar el exterminio de la población judía, de saquear sus propiedade­s, de haber deportado a centenares de miles de víctimas y de ser el planificad­or y ejecutor de la Solución Final. Hausner le presentó como el arquitecto del Holocausto, algo que no era cierto porque Eichmann figuraba en el cuarto nivel de las SS tras Himmler, Heydrich y Müller, sus tres jefes directos.

Servatius respondió a Hausner, subrayando que Eichmann había cumplido órdenes y que no había vulnerado las leyes del Reich. Pero, sobre todo, alegó que el tribunal no

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La imagen de Eichmann juzgado en Jerusalén por sus crímenes durante la Segunda Guerra Mundial es uno de los iconos del siglo XX
Una vista histórica La imagen de Eichmann juzgado en Jerusalén por sus crímenes durante la Segunda Guerra Mundial es uno de los iconos del siglo XX
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