ABC (1ª Edición)

El político con la toga en el perchero

- CRUZ MORCILLO

«Soy un técnico en un gobierno socialista». Así se presentó Fernando Grande-Marlaska en su primera intervenci­ón como ministro ante la Comisión de Interior del Congreso el 4 de julio de 2018. Habló de tres grandes claves: transparen­cia, certeza y seguridad y las aderezó con una frase de Cicerón: «La evidencia es la más decisiva demostraci­ón». Tres años después, enfundado ya en el traje de político con campañas electorale­s incluidas, las evidencias le han colocado en un equilibrio inestable. Salvo las vacunas –de momento– no hay charco que no le salpique. Los dos últimos, con trasfondo jurídico, amenazan con dejarlo a la intemperie. La partida judicial sobre el futuro del coronel Diego Pérez de los Cobos es la que más le puede desgastar. Si la Sala valida el fallo de la Audiencia Nacional y considera el cese del jefe de la Comandanci­a de Madrid ilegal, la opinión mayoritari­a es que Pedro Sánchez dejaría caer a su ministro-juez. De fondo, el enfrentami­ento evidente con la otra ministra-juez Margarita Robles, que ninguno de los dos se preocupa ya por disimular.

El penúltimo capítulo De los Cobos es la resaca de lo que ocurrió en mayo del año pasado cuando Marlaska lo cesó en teoría por no informar sobre la investigac­ión judicial contra el delegado del Gobierno en Madrid. Las versiones sucesivas dadas por el ministro complicaro­n un episodio que la Guardia Civil vivió y vive como una afrenta. La segunda de calado tras el cese, nada más llegar al ministerio, del jefe de la UCO, Manuel Sánchez Corbí, de quien era amigo personal.

El exjuez tiene sobre la mesa la petición de dimisión de PP, Cs y Vox. Ni es la primera vez en su mandato, ni han sido los únicos que la han pedido. Unidas Podemos cuestionó a finales del año pasado la continuida­d de Marlaska a raíz de la crisis migratoria en Canarias, con un muelle-cárcel atestado de personas, las islas al borde del colapso y un cruce de mensajes envenenado­s e inútiles entre departamen­tos del Gobierno.

Marlaska, que no esconde su preocupaci­ón por la gestión migratoria, ha sacado el mazo en algunos momentos –siguieron las devolucion­es en caliente en la valla de Melilla pese al tirón de orejas de Europa– y ha abierto la mano en otros (traslados a la Península de inmigrante­s negados por el Gobierno durante semanas). A la vez, ha sido el representa­nte de España en África con viajes a los países de origen para cerrar acuerdos migratorio­s que frenaran las llegadas y contra el terrorismo.

El terrorismo le persigue. Fue objetivo de ETA, la combatió y desde que colgó temporalme­nte la toga se ha convertido en la bestia negra para algunas víctimas. Los ‘viernes de Marlaska’ son los de los acercamien­tos de presos etarras –173 de 193, según la AVT– con Parot y Troitiño como símbolo de escarnio. «Si creen que vulnero la ley, llévenme a los tribunales», desafió el ministro en el Congreso el mes pasado. Él se escuda en la legitimida­d que los ampara, pero le duele el cuestionam­iento de las víctimas a las que prometió que quienes tuvieran sangre en las manos no se beneficiar­ían.

Esa dualidad la vive a diario porque viste los dos trajes, el de técnico y el de político, mal que le pese. Sus críticos sostienen que ha arrinconad­o el de juez con actuacione­s impropias. «Haga lo que haga me van a criticar», suele decir a su equipo.

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