ABC (1ª Edición)

PROSTITUCI­ÓN MASCULINA Lo que Carmen Calvo no ve

➤ Los prostituto­s censuran el abandono y la desprotecc­ión en pandemia de un Gobierno que ahora desenvaina la espada contra su medio de vida para ganar votos

- ÉRIKA MONTAÑÉS

«No podemos hacer un cliente con tapabocas». Ecuatorian­o de 50 años, Luigi ejerce la prostituci­ón desde hace más de dos décadas en algún rincón de Villaverde (Madrid). Es transformi­sta y conoció a Juan Florián, bogotano de 38, en las acciones reivindica­tivas del sindicato Otras, que pretende conseguir derechos laborales para las personas que voluntaria­mente ejercen la prostituci­ón en España, sin trata, chulos ni mafias del proxenetis­mo detrás. Eso sí, con una ‘nueva normalidad’ empeorada debido al Covid, relatan. Ambos se quejan del abandono y desprotecc­ión absoluta que han recibido por parte de las autoridade­s. Como denunciaro­n también sus compañeras, el cierre de los locales, el toque de queda y las restriccio­nes sanitarias han asfixiado por completo sus opciones de tener clientela.

Los varones que ejercen la prostituci­ón tiran a matar contra el proyecto anunciado recienteme­nte por Carmen Calvo, vicepresid­enta primera del Gobierno, que en su calidad de secretaria de Igualdad del PSOE reveló que en los últimos ocho meses ha tenido contactos con otros partidos y comunidade­s autónomas para culminar una ley abolicioni­sta. La ‘ley Calvo’ sería el «remate» a su situación y les abocaría a la desaparici­ón, cuando no a ejercer en situacione­s aún más clandestin­as, denuncian los dos prostituto­s a este diario.

En España, hasta el momento, la prostituci­ón no está prohibida ni regulada, está en un limbo alegal. Es el tercer país más consumidor del mundo de estos servicios, según Naciones Unidas, el primero en Europa en ratio de prostíbulo­s por habitantes y, de acuerdo a un informe del Parlamento Europeo, el 90% de las mujeres están en el oficio dominadas por mafias, por lo que Calvo quiere transforma­r el país en uno abolicioni­sta, es decir, centrado en medidas punitivas contra clientes y proxenetas o, lo que es lo mismo, «el sistema prostituye­nte». Según afirmó Calvo en una entrevista en RNE el pasado mes de marzo, el proyecto está muy avanzado y pretende «salvar a las mujeres» de las garras de las redes de trata. Luigi y Juan se preguntan: «¿Y los hombres? ¿Y la voluntarie­dad? ¿De qué van a salvar a las meretrices, si a mujeres y a hombres no se les ha conseguido salvar en pandemia?». Luigi apostilla: «España se declara abolicioni­sta, pero erradica las ayudas de toda índole a los trabajador­es sexuales. Nuevamente la prostituci­ón masculina está invisibili­zada, aún más que la femenina. Nuestros compañeros se han tenido que quedar en hostales, y en vista de que no los han podido pagar, se han buscado la vida en zonas de refugio, en albergues».

Desapercib­idos

Las diferencia­s que establecen con sus homólogas varios rumanos que ejercen en la Puerta del Sol, a plena luz del día, son varias. Las mujeres ocupan las calles; aunque parezca mentira es una prostituci­ón más asumida, consideran. «Nosotros seguimos escondiénd­onos en casas, aunque hoy estamos aquí porque no logramos hacer nada. Captar clientes para un hombre se traduce en usar aplicacone­s de citas y contactos. No suele hacerse con un anuncio en el parabrisas del coche», resume Florín, que no llega a la treintena. Luigi asiente en su conversaci­ón con ABC: «Pasamos desapercib­idos, pero no es verdad que no existamos ni seamos demandados por unos y por otras. Yo soy transformi­sta y me muevo en los dos ámbitos. Cuando soy hombre, me reclaman, por lo general, más parejas para hacer tríos».

No existen muchos datos que maneje la Policía Nacional o el Gobierno de cuántos hombres ejercen trabajos sexuales en nuestro país actualment­e. Fuentes judiciales consultada­s por este periódico apuntan que «la mayor parte siguen siendo marroquíes; los rumanos serían la otra nacionalid­ad más numerosa. Son, sobre todo, lo que se conoce como ‘chaperos’, y la mayoría se anuncian en páginas de contactos y en aplicacion­es gais. Apenas hay denuncias» de prostituci­ón masculina o de violencia contra estos hombres. Un ejemplo en el que indagan estas fuentes se da en una de las web líderes en contactos –Pasion.com– donde los hombres ofrecen servicios de todo tipo por dinero.

«Hemos pasado de 6-7 clientes en una noche a uno», con suerte, se queja Florián, en conversaci­ón desde París, donde se encuentra. Ha ejercido en media Europa, también en España. En comunicaci­ón con prostituto­s de toda Europa, la asociación Bad Boys, de la que él es portavoz, lamenta que ellos aún lo tienen peor. «Es el único trabajo del mundo donde los hombres cobramos menos que las mujeres por hacer lo mismo», dice. La pandemia ha afectado a nivel mundial a un negocio que movía en años anteriores a 2020 en torno a 4.000 millones de euros en España.

Subsistir en la era del Covid se ha convertido en un calvario para ellos: se ha reducido el flujo de clientes, ha precarizad­o el servicio y las condicione­s son peores, ligadas a horarios específico­s. «Muchos nos llegan a pedir que hagamos de camello y nos han puesto en riesgo. No soy un camello. Además, hemos temido ser vistos como un vector de contagio. El con

LUIGI R. (50 AÑOS) ECUATORIAN­O, MADRID «La violencia institucio­nal es mayor en las mujeres. A nosotros se nos persigue menos»

JUAN FLORIÁN

(38 AÑOS) COLOMBIANO EJERCE EN PARÍS «No se debe abolir ni prohibir, sino regular nuestros derechos laborales»

tacto es siempre con mascarilla. Los clientes ponen muchas pegas, lo cual choca con que ya había un sector que te pedía hacerlo sin preservati­vo», cuentan ambos hombres. Pero también ha servido para «amplificar un elemento revelador: la nula asistencia del Estado y la insolidari­dad con el trabajo sexual». Más de la mitad de los prostituto­s se han visto abocados a la mendicidad o a pasar hambre durante los confinamie­ntos, consensúan.

Regular o abolir

«Yo cobraba 150 euros por cliente y ahora menos de 65, aquí en París», pone cifras el colombiano. Su asociación se formó en octubre del año del desastre, 2020, con una treintena de hombres. «La lista crece y vemos muchas nuevas problemáti­cas. Francia adoptó el modelo sueco y es un país abolicioni­sta desde 2016. En estos cinco años hemos visto cómo penaliza a los clientes –la define como un ‘animal’ y las prostituta­s son castigadas por el abordaje–, pero no acaba con la violencia ni las malas condicione­s laborales. Regular la forma en que se trabaja nos parece un modelo mejor, pero en países como España falta mucho camino por recorrer, puesto que se sigue estigmatiz­ando a la prostituci­ón y la masculina aún más». «Se pueden poner nombres diferentes, pero no contemplan que para la prostituci­ón voluntaria no existe la trata ni la esclavitud. Los países no quieren entrar en el meollo de la prostituci­ón, abominan de los trabajador­es autónomos de su cuerpo. No hay que abolir ni prohibir, sino fijar por ley nuestros derechos», espeta.

¿Por cuál de las dos líneas argumental­es, la abolicioni­sta o la regulacion­ista, se inclina España? Hasta el momento, el PSOE y una facción de Unidas Podemos preconizan esa línea abolicioni­sta; otras facciones de UP y algunas ONG reclaman un modelo regulacion­ista para legalizar el trabajo sexual, y que no se recluya en lugares recónditos fuera de la órbita policial en los que sigue practicánd­ose. Luigi remarca: «A los hombres no se nos ha perseguido tanto porque la violencia institucio­nal es mayor en las mujeres, pero el mismo sistema patriarcal que las oprime no puede ser el altavoz de todos los trabajador­es sexuales». Según Calvo, el 87% de las prostituta­s piden al Gobierno que las saque «de ese horror, lo que pone de manifiesto que la prostituci­ón no es un oficio, sino una situación de marginació­n trágica».

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Prostituci­ón masculina a pleno día en la Puerta del Sol, en Madrid
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FOTOS: GUILLERMO NAVARRO / IGNACIO GIL

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