Cameron regresa con otro fiasco al salpicarle la trama piramidal de un antiguo asesor
El premier del Brexit se opaca todavía más por sus gestiones ante el Gobierno de Johnson en favor de un nuevo rico australiano sumido en una espectacular quiebra
Apartado de la política tras la estrepitosa derrota en el referéndum del Brexit, el exprimer ministro británico vuelve a escena por sus gestiones ante el Gobierno de Johnson a favor de un empresario sumido en una espectacular quiebra.
Con este material alguien va a acabar rodando una serie de dinero y poder a lo ‘Succession’ (o tal vez una comedia a lo ‘Yes, Prime Minister’). Y es que la historia lo tiene todo: turbios chanchullos políticos al calor del dinero, puertas giratorias, una quiebra espectacular, un exprimer ministro británico de por medio, y como telón de fondo, tal vez una enorme pirámide de Ponzi de escuela Bernie Madoff. Tres actores principales [dos pícaros y un panoli posh que se dejó llevar por la codicia]:
1.-Lex Greensill, de 44 años y afable rostro conejil, un ejecutivo portento nacido en una modesta granja australiana de melones y caña de azúcar. Supuesto mago de las nuevas fórmulas de financiación, condecorado en Buckingham por la Corona en 2017 por «sus servicios a la economía». En 2011 montó de la nada una enorme financiera en Londres, Greensill Capital, que quebró con estrépito el pasado 8 de marzo, poniendo en jaque 50.000 empleos en todo el mundo.
2.-Sanjeev Gupta, de 49 años, un milagroso y estajanovista empresario anglo-indio, calvo, moreno y siempre impecable y sonriente. Llegado a Inglaterra en la adolescencia desde Punjab, estudia en Cambridge y a partir de 2009 forja en tiempo récord un imperio del acero, comprando por media Europa factorías semiquebradas (aspiraba a la de Alcoa en Lugo, pero el Gobierno español no lo vio fiable y congeló la negociación a comienzos de este año). Políticos de todas las tendencias ensalzaban a Gupta como «el hombre que ha salvado la industria británica del acero». El príncipe Carlos lo eligió como una suerte de embajador para el fomento de la industria. Hoy Gupta, el quinto mayor terrateniente del Reino Unido y conferenciante en Davos, está en el alambre. Su sensacional e incomprensible crecimiento era en realidad un globo inflado a crédito por el ahora quebrado Lex Greensill.
3.-Para que no falte de nada, y como la sal del enredo, David Cameron, de 54 años, empleado de Greensill, que según se acaba de destapar intercedió a su favor ante el Gobierno de Johnson en marzo de 2020, pidiendo al ministro de Hacienda fondos del Covid para la financiera (denegados). Un caso de puertas giratorias, porque siendo primer ministro había nombrado en 2012 a Lex Greensill asesor sin sueldo de su Gobierno, abriéndole así la vía para lograr un goloso contrato con la sanidad pública británica, el NHS. Seis años después, en 2018, el financiero le devolvía el favor y fichaba a Cameron como consultor para su banco, Greensill Capital. El exprimer ministro, que nunca ha tenido la discreción entre sus puntos fuertes, alardeó entonces ante sus amigos de que el fichaje podría reportarle hasta 70 millones de dólares en ‘stock options’ de la compañía. Hoy esas acciones valen cero, tras haberse declarado insolvente Greensill Capital.
Estrepitosa derrota
Tras su inesperada y estrepitosa derrota en el referéndum europeo de 2016, David William Donald Cameron se vio forzado a salir del Número 10 al instante. Tenía solo 49 años, era más joven que Thatcher cuando llegó al poder. Será recordado de por vida por el estigma del Brexit y ha pedido disculpas varias veces: «Siento mucho, mucho, todo lo que ha ocurrido». Pero al tiempo ha intentado defender su legado, sin que nadie le escuche: «Espero que se me recuerde también como la persona que modernizó el Partido Conservador, rescató la economía, creó empleo, mejoró la educación y permitió que los gais puedan casarse». Todo eso es bastante cierto, aunque sus detractores le achacan que siempre fue más un relaciones públicas que un estadista y que convirtió el Número 10 en una «chumycracia» (un Gobierno de amigotes). Siendo todavía líder de la oposición le preguntaron por qué quería convertirse en primer ministro. «Creo que puedo hacer bien ese trabajo». Una respuesta desde el yo, más que un proyecto político.
Una vez fuera del poder, el dinero no debía suponer una preocupación para Cameron. A diferencia de Boris Johnson, considerado un advenedizo por la crema de la todavía muy clasista Inglaterra, Cameron es un patricio
Trato de favor Los laboristas piden que se investiguen los privilegios que concedió Cameron a Greensill cuando era su asesor en el Ejecutivo
Tráfico de influencias Cameron, ahora empleado de Greensill, ha intercedido a su favor ante el Gobierno de Boris Johnson y también con el príncipe saudí
de libro. Estudió primaria en el mismo centro privado que los príncipes Andrés y Eduardo, luego pasó al colegio de Eton, tal vez el más elitista del mundo, y por último se licenció en Oxford. Está casado con una mujer de linaje aristocrático y de todavía más dinero que él, Samantha Gwendoline Sheffield, una ejecutiva de éxito, que reflotó una clásica compañía de papelería de Bond Street y hoy lucha por sacar adelante su firma de ropa de mujer, Cefinn. El exprimer ministro es hijo de un acomodado agente de bolsa, salpicado en los papeles de Panamá. Por sus venas corre remota sangre de reyes, merced a una amante del ‘rey loco’ Jorge III, y es nieto también de un judío sefardí alemán, Emilio Levita. Antes de convertirse en el líder conservador y el premier más joven de la historia, trabajó como relaciones públicas en la firma de comunicación Carlton –merced a un empujoncillo de su suegra, Lady Astor– y también como fontanero tory.
A Cameron le encantaba el poder. Disfrutaba cada minuto al mando. Era famoso por su capacidad de relajarse –lo que llamaban su ‘chillax’, a ser posible con un vinillo– y por su apego por las vacaciones, que oscilaban entre Cornualles y la costa española. Vivía para la televisión y las encuestas y le aburrían los detalles de la gobernación. Algunos amigos lo han definido como «un hombre bueno con una capacidad de juicio ligera». Probablemente sea cierto. En el tête-à-tête resultaba encantador, siempre con su llano y jovial ‘llámame Dave’ como tarjeta de presentación.
Conservadurismo compasivo
Sam-Cam, como llamaban los ingleses al matrimonio Cameron en su días dorados, son padres de tres hijos (dos chicas de 17 y 10 y uno de 15). Su primogénito, Iván, nació con una profunda parálisis cerebral y su corta vida de solo seis años fue un rosario de visitas a urgencias. El político siempre ha contado que aquel drama lo humanizó; lo llevó a conocer de primera mano y apreciar la sanidad pública y a desarrollar un ideario que llamó ‘conservadurismo compasivo’; que al final siempre se quedó más en buenas palabras que en hechos. La familia vive hoy en Londres en su casa de North Kensington, de tres millones de euros, en la zona más chic de Notting Hill. Pero Cameron pasa cada vez más tiempo en su propiedad de la campiña de Oxfordshire y en la gran finca de su suegro en Yorkshire, donde le gusta cazar. También se ha comprado una casa de dos millones de libras en una playa de Cornualles. La prensa se ha mofado de él porque en sus dos casa de campo instaló unas coquetas ‘pequeñas casetas’ para retirarse a escribir... de 25.000 libras la unidad.
Cameron dejó su escaño al poco de salir del Número 10. En su adiós se río de sí mismo con deportividad: «Una vez yo fui el futuro». No ha interferido apenas en política («no quiero hacer un Blair»). Ejerce cierta labor social como presidente de la fundación británica contra el Alzheimer. Pero la vida se le quedó bastante vacía. Juega al tenis, pero muchos de sus amigos le plantan cuando los invita a una partida recordándole aquello de «yo trabajo, Dave». Ha vuelto a frecuentar White’s, el club privado más antiguo de Londres, del que se había dado de baja siendo primer ministro porque discrimina a las mujeres. A veces se le ve en el Whole