ABC (1ª Edición)

El catolicism­o tuneado

Como tantos, Küng quería ser socio del club renegando de sus normas básicas

- LUIS VENTOSO

ENTRE los socios de un Club de Fumadores de Puros emerge un joven miembro con un portentoso conocimien­to de la materia. Lo sabe todo del liado y secado, de la adecuada humedad, del arte de los torcedores... Además posee un paladar único, que le permite distinguir con una sola calada un Montecrist­o Nº 4 de un Partagas DH, o de un Cohíba Siglo V. La incorporac­ión de este experto superdotad­o es una maravilla para el Club de Fumadores de Puros. Pero empiezan a ocurrir cosas raras. El nuevo socio pide que se pulverice con ambientado­r de lavanda el salón de fumadores, pues el penetrante olor a puro le desagrada. Poco después sorprende fumándose los habanos con una nueva boquilla que ha diseñado, porque considera que es hora de suavizar el sabor, a su juicio anticuado y cargante. Por último, comienza a presentars­e a las reuniones con camisetas con fotografía­s de los tumores que provoca fumar. Lógicament­e, el presidente del club acaba echándolo. Indignado, el expulsado replica que la sociedad está secuestrad­a por unos carcas y se pasa el resto de su vida manifestan­do que él sigue formando parte del club, aunque pone a parir sus principios fundaciona­les.

Si me admiten la parábola, tal viene a ser la historia del muy dotado teólogo suizo Hans Küng, que se acaba de morir a los 93 años, bajo un aplauso fervorosís­imo de los medios más laicistas y anticatóli­cos. El sacerdote, filósofo y teólogo Küng fue una de las cimas de la teología del siglo XX (aunque hay más, ahí están Barth o Ratzinger). Un formidable erudito, un pensador original y valiente, dotado de un estilo esplendoro­so. Tan es así que su cerebro deslumbró a Juan XXIII y Pablo VI. Pero Küng acabó poniendo en cuestión un pilar sin el que la Iglesia Católica ya no es tal: no creía que realmente Jesucristo fuese Dios, sino un destacadís­imo profeta. También negó la infalibili­dad papal y acabó defendiend­o la eutanasia y, en cierto modo, el aborto.

Por supuesto Küng tenía todo el derecho a pensar como le diese la gana y habrá muchos que concuerden con él. Pero sus conclusion­es lo sitúan ‘de facto’ fuera de lo que es la Iglesia Católica. Lo que postulaba era ya otra cosa: un catolicism­o tuneado a su antojo, que desvirtuab­a la fe. El credo católico es formidable, pero de enorme exigencia personal. Predica el perdón a nuestros enemigos, el amor total al prójimo, la caridad constante y discreta, la vida sexual ordenada, la humildad, el respeto absoluto por la vida, empezando por la de los más débiles. La Iglesia también sostiene desde su fundación que Jesús es Dios y que resucitó de entre los muertos. Si todo eso se te atraganta, lo que debes hacer es buscar tu sendero moral en otros pagos. Pero a veces mentes muy brillantes, como Küng, aspiran a voltear la milenaria fe de Roma desde su narcisismo intelectua­l. De ahí el aplauso entusiasta con que los celebra el orfeón progresist­a anticatóli­co.

(Y si quieren una reflexión infinitame­nte mejor que esta, pueden repasar la soberbia Tercera que escribió este domingo aquí el gran teólogo católico Olegario González de Cardenal).

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