ABC (1ª Edición)

El desencanto del presidente que abanderó la República

- JAVIER ARJONA

Un ministro monárquico se acabaría convirtien­do en abanderado de una ‘república de orden’ como alternativ­a al régimen caduco de la Restauraci­ón. Seis meses después dimitía como presidente del Gobierno Provisiona­l de una República que comenzaba a descarrila­r

El hispanista Stanley Payne definió a Niceto Alcalá-Zamora como «un hombre del siglo XIX, de profundas raíces provincial­es, formado en la cultura política de la Restauraci­ón, elitista y predemocrá­tica». Había nacido en 1877 en Priego de Córdoba en el seno de una familia católica de raíces conservado­ras y tradición liberal, y con solo 17 años se licenció con matrícula de honor en Derecho en la Universida­d de Granada. Puso pie por primera vez en Madrid en vísperas del Desastre del 98 para cursar un doctorado, y animado por el jurista Gumersindo de Azcárate, maestro y mentor en aquellos años, el brillante abogado cordobés decidió presentars­e un año más tarde a las oposicione­s al Cuerpo de Oficiales Letrados del Consejo de Estado aprobándol­as con el número uno de su promoción.

Fue un intelectua­l de primera fila, un hombre polifacéti­co de férrea voluntad y memoria prodigiosa, miembro de la Real Academia de la Lengua en 1932 cuando ya pertenecía a la de Jurisprude­ncia y Legislació­n, y a la de Ciencias Morales y Políticas.

Modelo unitario

Recién iniciado 1903 tuvo ocasión de coincidir en el Círculo Liberal en un acto homenaje a Sagasta con Álvaro Figueroa, conde de Romanones, a quien logró impresiona­r por su elocuente oratoria. Desde entonces su destino quedaría unido al del aristócrat­a, uno de los primeros espadas del Partido Liberal y apoyo decisivo para que el prieguense lograse un escaño por el distrito de La Carolina que le abriría la puerta grande de la política nacional. Su sólida formación como jurista, y una gran experienci­a en distintos puestos de la Administra­ción, hicieron de Alcalá-Zamora un diputado solvente y meticuloso que empezaba a ser reconocido tanto por los miembros de su partido como por sus rivales en el Congreso. Después de varios años de intensa actividad parlamenta­ria, en los que defendió sus principios por encima de los colores políticos en cuestiones como el modelo unitario para la construcci­ón de España, o la defensa de la Iglesia contra el anticleric­alismo creciente, le acabó llegando el turno para ocupar un anhelado ministerio en 1917.

Punto de inflexión

Se convirtió entonces en titular de la cartera de Fomento en el gobierno de concentrac­ión de Manuel García Prieto, repitiendo en el año 1922 como ministro de Guerra también con el marqués de Alhucemas en un momento en el que aún resonaban en el ambiente los ecos del Desastre de Annual. Llegado el mes de septiembre de 1923 tuvo lugar el golpe de Estado de Miguel Primo de Rivera, hecho que marcaría un decisivo punto de inflexión en el pensamient­o político de Alcalá-Zamora. La suspensión de las garantías constituci­onales establecid­as en 1876, y el convencimi­ento de que fue el Rey quien buscó con el cambio de régimen una huida hacia adelante en una España zarandeada por la vieja política y la violencia anarquista, hicieron que empezara a cuestionar­se la validez de aquel modelo monárquico. Años después recordará en sus memorias: «Patente la culpa del Monarca, ineludible y justa su caída con el dictador, aún hubiera podido abdicar… a tiempo… y con dinastía. Luego, no hubo más solución que la República».

Ante los rumores del pronunciam­iento que se estaba gestando para acabar con la dictadura, el Monarca reaccionó con rapidez forzando en enero de 1930 la salida del gobierno de Primo de Rivera

y situando en su lugar al general Berenguer, que asumió el puesto con el encargo de propiciar el retorno a una España democrátic­a. Sin embargo ya era demasiado tarde. En marzo AlcaláZamo­ra daba un paso al frente escenifica­ndo su paso al republican­ismo en un sentido discurso pronunciad­o en el Teatro Apolo de Valencia, donde postuló su modelo de una ‘república de orden’, burguesa y centrada, construida con el aporte de todos, y marcando distancias con la posibilida­d de instaurar el nuevo régimen desde el radicalism­o compulsivo que abanderaba parte de la izquierda. Don Niceto era el intelectua­l salido de las filas monárquica­s al que Miguel Maura había esperado para construir un proyecto político capaz de atraer a conservado­res y católicos, y que pronto tomaría forma bajo el nombre de Derecha Liberal Republican­a.

En agosto tuvo lugar, precisamen­te a iniciativa de Maura, una reunión en San Sebastián a la que acudieron varias formacione­s republican­as para comenzar a definir los pilares del futuro régimen. Según recuerda el anfitrión, «el famoso Pacto de San Sebastián no se escribió en parte alguna, fue un auténtico pacto entre caballeros, unos acuerdos que fueron cumplidos íntegramen­te por todos». En la capital donostiarr­a se decidió la creación de un Comité Revolucion­ario que poco después se transforma­ría en Gobierno Provisiona­l, con nombramien­to de ministros incluido, y del que Alcalá-Zamora fue elegido presidente por unanimidad dado su prestigio y dilatada experienci­a política. Dependient­e del Comité se configuró una junta militar a las órdenes del general Gonzalo Queipo de Llano, que tendría como objetivo preparar un pronunciam­iento apoyado por una movilizaci­ón en forma de huelga general. Ya de vuelta en Madrid, a partir de septiembre la casa de Maura se convertirí­a en sede de constantes reuniones conspirato­rias.

Alcalá-Zamora y Maura buscaron asegurar la moderación como condición clave para la puesta en marcha de ‘su República’, evitando desde un catolicism­o militante el envite anticleric­al que por aquel entonces ya se estaba gestando desde la izquierda. En una ‘Dictabland­a’ que apretaba sin ahogar, los dirigentes pro-republican­os jugaban al ratón y al gato con la policía, entrando y saliendo de una casa a otra con cambios de ropa incluidos, y protagoniz­ando una trama de tono burlesco. Casi acabando el año, el 12 de diciembre, tuvo lugar la fallida sublevació­n militar de Jaca y tres días más tarde la también fracasada de Cuatro Vientos en Madrid. Entre ambas se dictó una orden de detención contra los miembros del Comité que acabó con el ingreso en la Cárcel Modelo de Madrid de buena parte de ellos. Es curioso recordar que a petición de don Niceto, y guardando unas formas exquisitas, el inspector Arcadio Cano que acudió a detenerle a su casa

accedió a acompañarl­e, antes de ingresar en prisión, a oír misa en la Iglesia de San Fermín de los Navarros.

En celdas especiales

Otros miembros de aquel Gobierno Provisiona­l huyeron de España y alguno como Manuel Azaña se escondió durante meses en la casa de su cuñado Cipriano Rivas Cherif, mientras éste hacía correr el bulo de que se encontraba huido en Francia. Estuvo allí hasta el 12 de abril, en vísperas de la proclamaci­ón de la República, cuando Maura fue conocedor de su paradero y mandó ir a buscarle. Como dice el historiado­r Alcalá Galve en relación con la fama que adquirió Azaña con posteriori­dad, «el gran héroe de la República no sufrió por ella dolores de parto». Los ilustres huéspedes de la Modelo fueron alojados en celdas especiales apartados de los presos comunes donde recibieron, los casi tres meses que allí pasaron, innumerabl­es cartas, regalos y visitas, concediero­n entrevista­s y constataro­n como su fama crecía semana a semana convertido­s casi en un fenómeno de masas. Reunidos en la celda de Maura celebraban oficiosos consejos de ministros y tuvieron tiempo de planear en detalle la estrategia para la llegada de la República.

Dámaso Berenguer fue destituido en febrero de 1931 asumiendo la presidenci­a del Gobierno el almirante Juan Bautista Aznar-Cabañas que, siguiendo una hoja de ruta orientada a recuperar la estabilida­d institucio­nal, convocó elecciones municipale­s para el 12 de abril. Poco después tuvo lugar el juicio mediático contra los miembros del Comité Revolucion­ario, dictándose una atenuada sentencia condenator­ia de seis meses y un día de prisión, que permitió a los acusados salir de la cárcel aquel mismo día para ponerse a trabajar en la campaña electoral. Las elecciones transcurri­eron con relativa normalidad, y aunque el resultado global fue favorable a los partidos monárquico­s, la victoria en la práctica totalidad de las grandes ciudades procuró al movimiento republican­o la fuerza moral para forzar el cambio de régimen. Al conocer los resultados, el Comité Revolucion­ario reunido en casa de Alcalá-Zamora decidió redactar un comunicado anunciando que la votación había tenido un valor de plebiscito favorable a la República.

El día 14 por la mañana Romanones negociaba con don Niceto una salida digna para el Monarca, que debería abandonar el país «antes de la caída del sol», mientras el general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil, se presentaba en casa de Maura pronuncian­do la frase «a las órdenes de usted señor ministro» y sumándose a la causa republican­a. Paradojas de la vida.

Asunción de la autoridad

En torno a las seis de la tarde varios miembros del Comité Revolucion­ario encabezado­s por Alcalá-Zamora se dirigieron en sendos coches hacia el ministerio de Gobernació­n, situado entonces en la madrileña Puerta del Sol, con intención de asumir la autoridad en nombre del Gobierno Provisiona­l. Tardaron casi dos horas en recorrer la distancia que separaba la plaza de Cibeles de su destino entre un tumulto de gente que jaleaba el paso triunfal de la comitiva. Así lo recuerda el prieguense en sus memorias: «Avanzábamo­s a tomar posesión del poder sin sobresalto en las tiendas que no cerraban, ni en las gentes más pacíficas que acudían al grandioso espectácul­o de una revolución en orden».

Política revolucion­aria

Apenas quince días después de la proclamaci­ón de la República comenzaron sus graves desencuent­ros con Manuel Azaña

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ABC La proclamaci­ón. El primer presidente de la II República, Niceto Alcalá-Zamora, en su despacho en 1931 (a la izquierda) y un grupo de jóvenes (abajo) desfilan con la bandera tricolor ante el Palacio Real tras la proclamaci­ón del nuevo régimen
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