ABC (1ª Edición)

Mariana Enríquez, una paseante solitaria entre tumbas

► La escritora argentina vierte en un libro lleno de vida su atracción por los cementerio­s

- INÉS MARTÍN RODRIGO

Los cementerio­s son lugares que, paradójica­mente, están llenos de vida. Cada tumba encierra una historia. Y esa capacidad narrativa es como un imán para los escritores que saben que la literatura no acaba, ni mucho menos, en la ficción. En Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) pesó, además, su adolescenc­ia de inspiració­n gótica, su querencia por la cultura pop algo macabra y, sobre todo, el pasado de su país, Argentina. Aunque esto último vertebra quizás toda su fascinante obra. Así, sin saber cómo, la autora se vio visitando camposanto­s a los que la vida, por distintas razones, le llevaba, de Australia a Escocia, y en los que siempre tomaba notas, aunque no supiera con qué intención. Hasta que un día, tras décadas de infructuos­a búsqueda, una de sus amigas encontró el cuerpo de su madre, una de las desapareci­das durante la dictadura argentina. Enríquez supo entonces que todos esos paseos por cementerio­s tenían un sentido, y debía quedar reflejado en un libro, ‘Alguien camina sobre tu tumba’ (Anagrama), que, según sus propias palabras, es como su «necro-autobiogra­fía». O algo así. «Las narrativas que hay en los cementerio­s están muy relacionad­as con lo sobrenatur­al», explica la escritora desde su casa de Buenos Aires, pero la mayoría de las experienci­as que en ellos ha vivido tienen más que ver con el surrealism­o. Como la vez, en Lima, en la que un señor que ejercía de guía improvisad­o le contó que sólo un par de días antes habían tirado un cuerpo sin cabeza por encima de la verja. Y luego están las historias compartida­s por casi todas las culturas, protagoniz­adas por niños milagrosos o muertos que despiertan dentro de su ataúd. «Es notable cómo los miedos se trasladan y contruyen estas historias, el folclore urbano es muy similar en diferentes lugares», reflexiona. Ella a lo más que ha llegado ha sido a «estar sexualment­e con un chico en un cementerio de Génova» y a llevarse «un huesito» de las catacumbas de París cuya ubicación anatómica aún no ha podido identifica­r porque su madre, que es médico, se niega a decírselo, horrorizad­a por su osadía.

Más allá de los lugares de culto turístico, «en la mayoría de los cementerio­s del mundo» en los que Enríquez caminó estaba sola, y las sensacione­s que en ellos experiment­ó cambiaban dependiend­o de la ubicación, el país... Lo que no varió en ninguno fue su relación con la muerte, que define como «bastante mala». «No sé si puede ser buena… Me produce una especial preocupaci­ón que sea algo a lo que mucha gente le tiene tanto miedo, un miedo que bordea la negación. Hay una sensación cultural de occidente de una especie de vida para siempre que, lejos de ser optimista, niega un proceso natural. No digo que estemos pensando siempre en la muerte, pero la total separación de la muerte y la vida me da un poco de miedo, porque siento que no tengo ninguna preparació­n emocional, como si nunca me hubiesen preparado para mi muerte ni la de los demás». De ahí que, por momentos, piense que «esta cosa explorator­ia de los cementerio­s tiene que ver con aprender sola a relacionar­me con eso que, inevitable­mente, pasará».

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EFE La escritora argentina Mariana Enríquez

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