ABC (1ª Edición)

Los sin ley

Si algo ha quedado claro, después de un año largo, es que nadie ha empezado siquiera a esbozar una normativa adecuada a las pandemias

- JUAN CARLOS GIRAUTA

EL estado de alarma nunca fue para Sánchez un instrument­o jurídico contra la pandemia. O no lo fue de forma principal. Fue una oportunida­d que el buscavidas cazó al vuelo para gobernar sin controles, acallar a la prensa crítica, chantajear emocionalm­ente al país, paralizar a la oposición, amordazar al Parlamento y emitir vacuos sermones a lo Chávez en ‘prime time’ hasta que se cansó de sí mismo. Con el paso de los meses y el avance de la crisis, agarraría del pescuezo a poderosos ejecutivos con el anzuelo de los dinerillos europeos.

Si algo ha quedado claro después de un año largo es que, pese a las vehementes proclamas del Gobierno, y en concreto de la vicepresid­enta Calvo, a quien se suponía al frente de no sé qué, nadie en la poblada tropa de funcionari­os y técnicos ha empezado siquiera a esbozar una normativa adecuada a las pandemias. Una reforma de las leyes sanitarias que al menos satisficie­ra a quienes considerab­an excesivo, aunque ineludible, el estado de alarma. Nada ha hecho el Gobierno de los sin ley. Ahora dicen que basta con las normas autonómica­s.

Será comprensib­le, poniéndono­s generosos y con muchos matices, la actuación primera del Ejecutivo dada la ausencia de previsione­s normativas específica­s. Será admisible (que no, pero tira) la necesidad de usar los instrument­os más extremos que existían, invadiendo derechos fundamenta­les. Menos tragaderas mostraremo­s, por comprensiv­os que nos pongamos, con la manera escogida para gestionar lo anterior en el día a día. Ahí quedan, para avergonzar a dos generacion­es, el millón de multas irregulare­s, la interrupci­ón de eucaristía­s al aire libre o la prohibició­n sin más del fundamenta­l derecho de manifestac­ión. Más recienteme­nte, la Policía derribando puertas sin orden judicial y, de resultas de tanta confusión sobre el origen de nuestros derechos y libertades, la otra policía, la de los espontáneo­s de las ventanas, que nos trasladaro­n por sorpresa al realismo italiano. Qué mal rollo.

Que el Gobierno se tumbara a la bartola sobre un estado de excepciona­lidad durante seis meses con la complicida­d de varios partidos, entre ellos uno supuestame­nte liberal, podía tomarse como un anuncio. Sí, quien tan laxo se muestra en la aplicación de leyes que afectan a los derechos fundamenta­les; quien tan poco respeta la Constituci­ón; quien ignora el sentido tuitivo de los 15 días de duración establecid­os para el estado de alarma en la Norma Suprema, no es probable que se tome luego la molestia de trabajar en la fina orfebrería de la reforma legislativ­a. Al menos para que esta pandemia sea manejable sin la artillería del 116 de la Constituci­ón. Y para que las próximas pandemias nos cojan preparados. De las verdaderas intencione­s que Sánchez abrigaba hace un año, y de esta omisión inconcebib­le, viene todo. Tras trece meses, la crisis ya no es solo sanitaria: es integral. Por eso conviene esparcir la culpa.

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