ABC (1ª Edición)

Resilienci­a o jipijapa

Los sonajeros del sanchismo son las Montero: María Jesús, horrísona cual campana extractora, e Irene, «la hueca y hosca cigarra», en verso suelto de Martí

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UN consejo tribal, los jefes de las diecisiete tribus hispánicas y sus hechiceros (‘expertos sanitarios’, para el vulgo), tendrá, por consenso cojonudist­a, la llave de nuestros derechos constituci­onales. Es lo malo de las cartas otorgadas, como la del 78, que, con la misma mano que te lo da, te lo quita.

El sanchismo no es absceso, sino espuma de un Régimen que sólo se entiende leyendo no ‘El Federalist­a’, sino ‘El Buscón’. Sánchez va de jumento resuelto a ser un gran ruido en España, como Madariaga dijera de don Niceto, El Botas, según su traducción del americano «I am a great noise in Illinois». ¿A qué suena el sanchismo?

El franquismo sonaba a coplas en el patio de vecinos (¡ay, ese patinillo de los Lindo!), o eso decía Serrat, que hacía llorar, pena, penita, pena, a Lola. Y el sanchismo, también: ves al ministro plenipoten­ciario Ábalos con sus mozos de baúles y te sale tararear el ‘Don Triquitraq­ue’ de Miguel de Molina: «Ay, que don Triquitraq­ue/ Traca que traca, traca que traca/ Rejuntando parneses/ Con su comercio de jipijapa»… ¿Qué es esa ‘resilienci­a’ que tanto anuncia Sánchez? Pues el ‘jipijapa’ de Don Triquitraq­ue. «Ay, que don Triquitraq­ue/ Ha traío canela y clavo/ Azúcar cande y oro nativo/ Los colmillito­s de un elefante/ Coquitos frescos y un moro vivo»…

Pero los sonajeros del sanchismo son las Montero: María Jesús, horrísona cual campana extractora, e Irene, «la hueca y hosca cigarra», en verso suelto de Martí, que «grazna, llamando al otoño», en el eterno mediodía de España.

Nada me aterra tanto como ese par de voces, y creo entender, al fin, a aquel amigo alemán de Santayana a quien el temor al ruido no le dejaba dormir por miedo a que alguno lo despertara.

—Solía bajar corriendo más de una vez, después de estar metido en su cama, para cerciorars­e de que había cerrado el piano, porque de lo contrario podía entrar un ladrón y despertarl­o al sentarse a tocarlo.

Es lo que hice yo, tirando en un contenedor la radio y el televisor.

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