Revilla y los insurgentes
Iba a ponerse una inyección, para el telediario, pero salió en todos los programas de jarana
Lo benéfico de Miguel Angel Revilla es que enseguida te regala un pícnic. Eso sí. Te coloca un pregón, pero también un pícnic. La otra mañana, fomentó un plató de promoción donde él se vacunaba, pero a la salida del sitio tenía un pícnic de hosteleros crispados, que saludaron las decisiones sostenidas de cierre de los bares en la zona al grito de «Viva Ayuso». De manera que le tumbaron a Revilla el ‘spot’ de líder que prueba el culín de Pfizer, ante la afición, como el que se atiza un tinto del norte. No estaban previstos los insurgentes en la mañana histórica, aunque pudiera sospecharse la protesta, ante la alegría con que Revilla se promueve, y tampoco estaba prevista la presencia de Ayuso, que ya es un lema de combate reivindicativo y una mujer a un soplo de entrar por lo alto en el santoral, laico o no, del gremio sufrido de la hostelería. Total, que hubo pícnic, o safari.
Se le apreciaba a Revilla el cabreo, incluso con la mascarilla de rigor, que tanto despista, y desde luego a los hosteleros congregados, que no son necesariamente unos ‘encabronados por vocación’, por decirlo en acuñación maliciosa que le birlo a Agustín Pery. Revilla iba a ponerse una inyección, para el telediario, pero de pronto salió en todos los programas de jarana bajo el reproche coral de los reyes del país de bares que fuimos.
Estas cosas pasan por convocar al peatonaje, cuando crees que sólo has reunido a una copa de reporteros. Revilla es un político cruzado de cesta navideña, pero cesta navideña fuera de temporada, porque te explica cualquier tarde un remedio más o menos populista, y de paso te adjunta la actualización última de la sardina cántabra. Está el hombre siempre en campaña, y va a las tertulias de la tele, desde antaño, como va un rato de recreo al fútbol, al fútbol de dar la cátedra de lo que pasa con elocuencias de Platón de aldea. De lo que pasa y hasta de lo que no pasa. Regaló, la otra mañana, la prensa sin querer a los hosteleros adversos. Y sobraba la prensa, o sobraban los espontáneos. Bien lo imagina él, que se quedó sin soltar el párrafo de lo bien que entra el chupito de vacuna.