La violencia política, otra vez en campaña
La crispación en las calles anticipa la irrupción de la violencia en la campaña en Madrid. No es una opinión; es el análisis de expertos de la Policía que ven con serena preocupación los días que quedan hasta las elecciones
Hasta no hace muchos años –en realidad, hasta que el independentismo catalán decidió romper las reglas del juego de forma unilateral y puso en marcha el ‘procès’– y desde el final de la Transición en España, la violencia política había quedado relegada, prácticamente, a la siniestra actividad de la banda terrorista ETA y sus satélites, que una y otra vez han condicionado la vida nacional con asesinatos unos, y sometiendo a acoso y señalando a quienes no pensaban como ellos los segundos. Hace ocho o diez años, por ejemplo, nadie hubiera pensado que la Policía tuviera que diseñar un dispositivo específico en una campaña electoral para proteger a un partido constitucional, tercera fuerza política en el Congreso y que defiende sus ideas de forma pacífica y legítima.
Sin embargo, eso es lo que sucedió en las últimas elecciones autonómicas en el País Vasco y Cataluña y eso es lo que ocurre ahora en Madrid, donde han saltado todas las alarmas tras las agresiones sufridas por Vox en la llamada ‘plaza roja’ de Vallecas durante la presentación de su campaña para el 4-M. En todas esas ocasiones hay dos elementos comunes: la víctima de los ataques (Vox), y la justificación de las agresiones por parte de un sector político –el independentismo vasco y catalán, en los dos primeros casos, y Unidas Podemos, en el tercero–, con discursos que sirven de aliento a los autores de los ataques.
Es muy llamativo que quienes con sus palabras refuerzan a los radicales formen parte del Gobierno. Y también lo es que el ministro del Interior, Fernando Grande-Marlaska, no haya exigido a Iglesias y compañía de forma clara, pública y contundente que dejen de justificar la violencia, porque eso genera más violencia. La realidad es que en el ministerio hay ya un notable hartazgo con esta ‘izquierda extrema’, que diría José Luis Rodríguez Zapatero, y no solo por este asunto; pero lo cierto es que el mensaje no ha sido todo lo nítido que cabía esperar dada la gravedad de unos hechos que afectan directamente a las reglas más básicas del juego democrático.
Por supuesto, no sería justo olvidar que la sede de Unidas Podemos en Cartagena fue atacada hace solo unos días con un artefacto incendiario,
Retroceso
Al margen del terrorismo, hasta el ‘procès’ los ataques políticos casi habían desaparecido
Cóctel peligroso «Si al hartazgo y a la crisis económica añadimos odio, que nadie se extrañe de lo que pueda pasar»
y que Pablo Iglesias sufrió un ‘pseudo-escrache’ en las calles de Madrid por varios individuos de extrema derecha. La diferencia está en que en esa ocasión, todas las formaciones, incluida Vox, reprobaron sin paliativos la agresión. «Yo condeno la violencia contra los partidos políticos siempre», dijo entonces Rocío Monasterio, la candidata en Madrid de la formación de Abascal.
Si en Cataluña los Mossos no dudaban en afirmar que «la CUP, pero también Junts y ERC refuerzan a los violentos al justificar las agresiones a los constitucionalistas», en Madrid la Policía insiste ahora en que discursos como el de los líderes de Unidas Podemos tras los disturbios de Vallecas «son la gasolina que necesita la extrema izquierda para reafirmarse y continuar con su estrategia violenta. Esta campaña va a ser muy dura y la chispa del odio puede prender en cualquier momento».
La crispación de hoy en la calle es precusora de la violencia de mañana en la contienda electoral, según la Policía, que observa con preocupación, y cierto cabreo, algunas actitudes. «El ciudadano medio está harto, quemado por la pandemia, tiene serios problemas económicos y muy poca confianza en su futuro... Si a todo ello le inoculamos el virus del odio político, que nadie se extrañe luego de que se produzca una desgracia, y con ella un estallido de violencia», reflexionan expertos policiales.
Con todo, la Policía confía en poder mantener la tranquilidad en las calles. Pero le sería mucho más fácil si los políticos colaboraran en ello.