Sánchez vacía el lenguaje
Todo de lo que presumió es precisamente de lo que carece
Habría que hacer un ejercicio de arqueología periodística para encontrar en los anales del parlamentarismo una intervención tan vacía de contenido como la de Pedro Sánchez al presentar por novena vez su Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia. La ampulosidad de su denominación ya induce a sospecha, pero, por si hubiera alguna duda, evidenció que no hay nada detrás de un plan que es un conjunto de buenas intenciones sin la menor concreción. Todo es retórica sin sustancia alguna.
Sánchez recurrió al uso de palabras comodín, que en realidad pueden significar una cosa y su contraria o, mejor dicho, que no significan nada. He aquí algunos ejemplos: modernización, externalidad, gobernanza, transformación, resiliencia, consolidación, conectividad, sostenibilidad y otras. Su discurso estuvo trufado de tópicos que apuntan a una indolencia mental de quienes lo escribieron, que no se recataron en utilizar expresiones como «los relojes no se detienen» o «un gran salto adelante». Un poco de finura, como diría Andreotti, les hubiera venido bien.
Pero no sólo se limitó a pronunciar un discurso vacío. Se atrevió a comparar la importancia del plan con la llegada de la II República, la aprobación de la Constitución y la entrada en la UE. Una manera de realzar su propia figura política con el mensaje de que él pasará a la Historia como el modernizador de España.
Ignoro si se estaba equiparando a Don Manuel Azaña cuando reivindicó la República como un «vínculo luminoso» con el presente. Aquel régimen acabó en la tragedia de la Guerra Civil y aquellos tiempos nada tienen que ver con éstos. A nuestro presidente le encanta utilizar el pasado como un ariete contra la oposición.
Todo de lo que presumió es precisamente de lo que carece. Habló de «transparencia» cuando su Gobierno es el menos transparente desde la Transición, se refirió a un comité de control que estará formado por sus subordinados, y se jactó de impulsar «un plan España» cuando no ha consultado a nadie. Las «102 reformas» parecen una cifra cabalística o el número de una calle.
El deterioro de la política se manifiesta primero en la degradación del lenguaje. Eso es lo que vimos ayer: fraseología insustancial, retórica banal, huera prosopopeya. Y mucho triunfalismo. En suma, nada.