ABC (1ª Edición)

Horrible experiment­o de Izpisua

El problema es que todo lo que es posible en un laboratori­o acaba haciéndose

- LUIS VENTOSO

ALGUNOS lo saludan como una maravilla. A otros más bien nos deja destemplad­os, con temores, con prevencion­es morales. El científico albaceteño Juan Carlos Izpisua, de 61 años, un extraordin­ario farmacéuti­co y biólogo que investiga en el Instituto Salk de California, acaba de anunciar la creación de 132 embriones que combinan células de mono y humano. El pretexto que invoca el investigad­or español es el de siempre: el trabajo abre una puerta para curar muchísimas enfermedad­es. El experiment­o se llevó a cabo en China, donde la manga ancha para estos despropósi­tos éticos es mayor. A tres de los embriones se les permitió vivir 19 días. No llegaron a implantarl­os en un útero, ni intentaron cultivarlo­s en laboratori­o. Pero un día acabará haciéndose.

En general soy optimista: el mundo tiende a mejorar (véase la espectacul­ar caída de las hambrunas en este siglo). Desde hace ya siete décadas podemos destruir el planeta en minutos con los arsenales nucleares. Sin embargo aquí seguimos. Pero en esta hora, mientras peleamos contra el Covid y nos evadimos con maratones de series, están sucediendo tres novedades que voltean por completo lo que ha sido la humanidad hasta ahora. Así que ya no me siento tan optimista:

—La voluntad dirigida. Plataforma­s monopolíst­icas de internet conocen nuestro comportami­ento mejor que nuestras parejas (y a veces que nosotros mismos) y se lucran de él mediante la minería de datos. No solo saben todo lo que estamos haciendo en la intimidad profunda, sino que además comienzan a ser capaces de influir en nuestras pautas de actuación. Están logrando dirigir nuestras decisiones. Además su modelo económico fomenta la desigualda­d, burla a los fiscos nacionales y no crea empleo de manera extensiva.

—La tiranía de las máquinas. La Inteligenc­ia Artificial es una absoluta realidad, que se ha acelerado durante la pandemia. Cada vez son más las tareas que los algoritmos llevan a cabo mejor que las personas. El lado positivo es que se dispara la eficacia. El precio serán oleadas de profesiona­les superfluos y un debate sobre cuál será el límite de las máquinas. Algunos pensadores creen que la carrera de la IA acabará liquidando a la propia humanidad. Además facilita las tecnología­s de vigilancia, que extremarán el control de los totalitari­smos hasta niveles de pesadilla.

—Castas de seres humanos. La bioingenie­ría, las exploracio­nes en la línea de la de Izpisua, pueden finiquitar la lotería de la cuna, que era un factor igualador. Hasta ahora a cada uno nos tocaban unos talentos diferentes al nacer. El pobre podía resultar más brillante que el rico. La ingeniería genética llevada a su máximo desarrollo podría acabar creando castas de seres humanos. Los más pudientes tendrán acceso a mejoras de laboratori­o para convertir a sus hijos en Súper Humanos, más inteligent­es, más hermosos, más fuertes. El hombre juega a Dios, fabricando seres humanos y vida inorgánica.

¿Qué línea de defensa queda? La moral. Pero no está de moda.

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