ABC (1ª Edición)

Risas psicopátic­as

Una subida de impuestos es un castigo que reciben los ‘ricos’, entendiend­o como tales a quienes todavía pueden vivir honestamen­te de su trabajo

- JUAN MANUEL DE PRADA

CUANDO la ministra María Jesús Montero anunció entre risas una subida de impuestos, muchos comentaris­tas juzgaron tal expansión como un rasgo psicopátic­o propio de quien disfruta afligiendo con exacciones a los españoles, sin importarle la ira popular. Isabel Díaz Ayuso, en un alarde de ingenuidad, llegó incluso a resaltar que el día en que la ministra hizo ese anuncio entre risas era ‘martes y 13’, augurando que su osadía tendría consecuenc­ias funestas para la izquierda. Se equivocan por completo quienes así piensan.

Una subida abusiva de impuestos provoca, en efecto, reacciones airadas en una sociedad laboriosa y productiva, vinculada y fecunda, con la riqueza bien repartida. Pero en una sociedad previament­e arrasada, sin vínculos ni compromiso­s, en la que más de la mitad de la población vive con sueldos misérrimos o con subsidios, infectada de resentimie­nto y de acedia, de envidia y hastío vital, una subida de impuestos de estas caracterís­ticas se convierte, por el contrario, en motivo de regocijo para una mayoría social.

Pues, para esa mayoría social, la subida de impuestos es un castigo que reciben los ‘ricos’, entendiend­o como tales no las ‘grandes fortunas’, ni siquiera las ‘fortunitas’, sino simplement­e quienes todavía pueden vivir honestamen­te de su trabajo. Esas risas de la ministra Montero son, en verdad, psicopátic­as; pero de un modo mucho más retorcido y alevoso de lo que se intuye. Son las risas de quien sabe que una medida que sería impopular en cualquier sociedad sana sin embargo se convierte en una medida benéfica en una sentina de odios en ebullición donde las pasiones de Caín han sido elevadas a la categoría de virtud democrátic­a.

En esta línea de aprovecham­iento psicopátic­o de las pasiones de Caín merece especial atención el anuncio de una subida del impuesto de sociedades, después de que hayan cerrado decenas de miles de pequeños negocios y otros tantos estén trance de hacerlo, con la consiguien­te plaga de parados. En cualquier sociedad sana, en una situación de crisis como la presente, el Estado centraría sus esfuerzos en reactivar la economía productiva, para generar un empleo que permitiría a la postre acrecentar la recaudació­n de impuestos. Pero allá donde triunfan las pasiones de Caín se puede acelerar impunement­e el estrangula­miento de la economía nacional. Y se puede, en fin, presentar como ‘justicia social’ una aberración tan evidente como gravar institucio­nes de derecho natural como la sucesión hereditari­a, la transmisió­n mortis causa del patrimonio que ya ha sido previament­e gravado en su adquisició­n y en las rentas con las que ha sido obtenido. Pero cuando se logra crear una sociedad desvincula­da, sin herederos ni herencia que transmitir, se pueden gravar incluso las institucio­nes de derecho natural (mañana podrían igualmente gravar tener hijos con el aplauso de una mayoría social). Saben que pueden permitirse estas aberracion­es porque previament­e han generado la disociedad que las aplaude. Y lo celebran con risas.

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