ABC (1ª Edición)

Diez años del ‘Juego de tronos’ que cambió las reglas de las series

La ficción de HBO sobre el poder, un fenómeno global, todavía vibra con el presente

- LUCÍA M. CABANELAS

Hay que ser muy valiente, o insensato, para matar al gran protagonis­ta de una historia. Tolkien no se atrevió con Frodo, ni tampoco con Gandalf, al que resucitó como el mago blanco. A George R.R. Martin, sin embargo, no le tembló el pulso para quitarse de en medio a Ned Stark (Sean Bean), el patriarca de la familia más querida de ‘Juego de tronos’, uno de los rostros más conocidos de la ficción y casi el único hombre honrado de los Siete Reinos. HBO tuvo la visión de convertir en serie las novelas del escritor estadounid­ense y la osadía de replicar la crudeza de sus páginas en imágenes casi igual de violentas. No le quitó la peluca a la Madre de Dragones, calva en los libros por el fuego de sus criaturas, ni tampoco dejó sin nariz a Tyrion Lannister, el enano más listo de Poniente, pero supo reconducir lo que era la crónica de un fracaso anunciado.

El piloto dirigido por Tom McCarthy desvirtuab­a la esencia de ‘Juego de tronos’ y casi le provoca un síncope a uno de sus creadores, David Benioff, que describió su visionado, en 2010, como «una de las experienci­as más dolorosas» de su vida. Era fallido y se descartó al instante. Se cambió a la actriz principal, que pasó de ser Temzin Merchant (‘Los Tudor’) a Emilia Clarke y, entre otras cosas, también la dulce noche de bodas entre ‘la rompedora de cadenas’ y Khal Drogo, convirtién­do el encuentro sexual en una violación no exenta de polémica.

La valentía como patrón

Poco sentido tenía que una cadena conocida por producir series extremas endulzara semejante caramelo. «Es de apreciar que HBO apostara por perder a un público para ganar otro que pedía más valentía en los contenidos», valora Arturo González-Campos, guionista y escritor del libro ‘Marvel, qué hermosa eres’. Como Hitchcock en ‘Psicosis’, ‘Juego de tronos’ hizo desaparece­r, de forma inesperada, a las estrellas que le vinieron en gana. «Aquellos con los que te identifica­s acababan muriendo en lugar de ser héroes. Me gustaba porque la crueldad era real, no acaramelad­a», dice Javier Olivares, creador de ‘El Ministerio del Tiempo’.

La serie, que emitió el primero de sus 73 capítulos justo hace una década, se mantuvo en antena durante ocho años. Ocho entregas en las que el invierno, en lugar de la pandemia, congeló hasta a los dragones y modificó para siempre la cultura de las series. Desde que HBO (Movistar+ en España), introdujo esa equilibrad­a alquimia de violencia, morbo y culebrón, la industria cambió su paradigma, el tabú dejó de serlo y las ficciones imitaron su narrativa, sin escatimar en la dureza que, a pesar de ser una fantasía, era tan real como la de la vida misma.

Los maquiavéli­cos juegos de poder de ‘House of cards’, que tanto disfrutó Pablo Iglesias, los inventó Meñique mucho antes de que Kevin Spacey quisiera ocupar la Casa Blanca, del mismo modo que proliferar­on las series medievales, como ‘Vikingos’ o ‘The Last Kingdom’, tan rudas y sangrienta­s como inteligent­es según conviniera. Amazon incluso se ha atrevido, después de este éxito sin igual, a una gesta mayor si cabe: la adaptación, en serie, de ‘El señor de los Anillos’.

Se convirtió en un fenómeno global, en el espejo de un sinfín de series y también en un escaparate para otras tantas. Lo fantástico era algo marginal hasta que HBO convirtió en el Cuervo de Tres Ojos a Max Von Sydow y puso a una especie de demonio congelado a liderar un ejército de zombis que ni ‘Guerra Mundial Z’. Después vinieron otras. Como ‘The Terror’, que se cargó de un plumazo al mayor talento de su primera temporada, Ciarán Hinds.

Se pueden buscar claves entre las rocas del Muro. Para el actor Richard Dormer, el casi inmortal Beric Dondarrion en la serie, «fue tan original como bien escrita», revela a ABC, pero sin duda la piratería apuntaló su éxito. «Reprodujo un patrón que recuerda al de ‘Perdidos’. El consumo ilegal la abrió a un público más mayoritari­o del que tuvo en las tres primeras temporadas», explica Elena Neira, autora del libro ‘Streaming Wars: La nueva televisión’.

Las malas influencia­s

«Como todos los hitos, provocó cambios buenos y malos. Las series empezaron a atreverse a tratar según qué temas sabiendo que había un público para ellos, pero también empezó a haber un intento desesperad­o de sorprender al espectador cada media hora que ha convertido las series más en un parque de atraccione­s narrativo que en un medio donde contar historias que te hagan reflexiona­r. Demasiadas series, después

de esta, se han convertido más en un truco de magia que en una narración», apunta González-Campos. Como ‘Westworld’, que, entre tanto delirio y golpes de timón, se volvió indescifra­ble.

Cambió el mundo de las series pero sucumbió al paso del tiempo, como casi todo. Terminó plegándose a las voluntades de los seguidores y, después de dosificar sus pasos, apuró a la velocidad de la luz su último trago, desvirtuan­do, y pervirtien­do, a ciertos personajes fundamenta­les. «La poca claridad narrativa engulló las tramas. Murió por alambicami­ento y porque ganó el efecto especial y cierto regodeo en personajes sádicos en busca de impacto», afirma Olivares, a quien terminó aburriendo. Otros son más espléndido­s e incluso tienen ‘juguetes’ como la daga de Arya. «Aguanta el visionado. Hay tantas tramas apasionant­es y está rodada con tanta elegancia que, incluso conociendo los giros de guión, es una gozada visual», mantiene, dos años después del desenlace, González-Campos.

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Emilia Clarke y Kit Harington
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