ABC (1ª Edición)

Con dos dragones

- HUGHES

Además de entretener­nos, ‘Juego de tronos’, de la que ahora se cumplen diez años, hizo un servicio a la política española: dejó en evidencia (más, si cabe) a Pablo Iglesias, que durante un tiempo, con su autoridad de profesor de políticas, interpretó la historia a su modo, llegó a regalarle la serie al Rey, y hasta dejó por escrito en un libro su identifica­ción con la Khaleesi, a la que veía como una mujer ajena a la casta y liberadora de pueblos, esclavos y minorías en un progresivo proceso de empoderami­ento.

Así la interpreta­ba él, aunque luego llegó el desenlace final y se vio quién era realmente el personaje. Daenerys, ‘La que no arde’, resultó ser una peligrosa loca totalitari­a que cargada de buenas intencione­s y de sus dragones de fuego demagógico acabó arrasando la ciudad y parte de su población.

La serie presentaba dos peligros, dos riesgos de apocalipsi­s. Por un lado, desde el norte, la amenaza de los Caminantes Bancos, que eran una consecuenc­ia de la profanació­n humana de la Tierra al apoderarse del Árbol Sagrado. Esto sería algo así como una advertenci­a metafísica sobre el peligro de la técnica y su impacto en el planeta.

Pero el otro gran peligro de la serie, que desencaden­a un final sangriento, llega del sur, con Daenerys o Khaleesi, la ‘liberadora de pueblos’, que acompañada de los Inmaculado­s (el hombre nuevo, emancipado) avanza a la conquista de los viejos reinos, la destrucció­n de las viejas costumbres. «¿No harías tú todo lo necesario si tuvieses la certeza de que es lo

correcto?», le dice Tyrion a Jon Nieve al ver su desvarío. No es que esté loca, que probableme­nte, es que persigue el bien, y persiguien­do el bien arrasa con todo.

Esa es la lección de ‘Juego de tronos’, una advertenci­a sobre las utopías socialista­s. Por eso Iglesias se identificó con la Khaleesi, cuando podía haberlo hecho con figuras como lord Varys, sutil y maquiavéli­co, preocupado por el mejor equilibrio entre el poder y el pueblo, tal cual son, fueron y serán. Claro que Lord Varys ni sentía ni padecía y (todo apunta) estaba de alquiler en Palacio.

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