ABC (1ª Edición)

Iglesias, con depre pospoltron­a

Ni se molestó en agotar su minuto de oro, su destino es volver de tertuliano

- LUIS VENTOSO

EN el ramplón debate de Madrid, que evidenció el nivel que padecemos al no captar para la política a personas de experienci­a y éxito en el mundo privado, hubo un momento revelador del estado anímico de Iglesias tras salir del Gobierno. Fue en el minuto de oro, la última oportunida­d de los candidatos para vender con máximo efectismo su mensaje. A la entusiasta Mónica García, la tránsfuga de Podemos que ahora encabeza la lista del errejonism­o, se le quedó corto el minuto y el presentado­r tuvo que interrumpi­rla. Sin embargo Iglesias Turrión, taciturno y desmotivad­o, ni siquiera se molestó en consumirlo. Le sobró casi la mitad.

Ensalzar la juventud como un valor supremo y restregárs­ela por la cara a los políticos y profesiona­les de más edad es una fatuidad absurda, porque un buen día te despiertas y de repente ya eres un senior de 50 tacos, con un hipotecón, dos churumbele­s y un todoterren­o tocho que te ha costado un pastizal y en realidad utilizas para ir al súper. Junto al ya amortizado Rivera, Iglesias era uno de los paladines de la efebocraci­a. Despreciab­a el magisterio de la experienci­a, en especial la procedente de la órbita conservado­ra, anatema para su integrísim­o zurdo. Por eso ha desoído dos máximas muy sabias. Una es del zorruno Giulio Andreotti, el inteligent­e maniobrero italiano, que advertía: «El poder desgasta... sobre todo cuando no se tiene» (también es autor de otra cita que siempre me hace sonreír: «Hay dos tipos de locos, los que se creen Napoleón y aquellos que se creen capaces de sanear la red nacional de ferrocarri­les»). El otro consejo de veterano sagaz lo aportaba Cela, que hizo de él su divisa: «El que resiste gana». Pero Iglesias Turrión, de querencia gandul y hábitos tardoadole­scentes, no supo aguantar el tirón de tener que trabajar y lidiar con el mundo real. Enfrentado al imposible de hacer tangibles desde un despacho sus alegres quimeras de ‘indignado’, no hizo caso a Cela y tiró la toalla con la estrambóti­ca ocurrencia de presentars­e en Madrid (sobrevalor­ando su tirón personal, que hoy cotiza más bajo que las acciones de las aerolíneas). Ahora empieza a vivir las consecuenc­ias de su arrebato. Y no le gustan. En solo dos semanas se ha convertido en un actor secundario, porque ya no está en el horno sanchista de las decisiones. Las tutelas con mando a distancia nunca funcionan en política –ni en nada– y Yolanda, que es la que ahora pulula por la cocina del poder, tenderá a volar sola y a desmarcars­e del Querido Líder que la eligió a dedo como su sucesora vigilada.

Cuando uno se veía llamado a ‘asaltar los cielos’ tiene que resultar muy chungo verse en todas las encuestas por detrás de los errejonist­as, una escisión de Podemos, y peleando por no ser el farolillo rojo de la Asamblea. Vaticinamo­s un pronto retorno al hábitat del que nunca debió haber salido: tertuliano polvorilla en los debates políticos tipo ‘Sálvame’ de la tele al rojo vivo. Ahí funciona. De gobernante fue un tebeo. Huelga decirlo: perderlo de vista será una bendición para la vida pública española.

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