ABC (1ª Edición)

1917. La revolución que cambió España

- POR STANLEY G. PAYNE Stanley G. Payne es historiado­r

«Roberto Villa no sólo consolida su estatus entre los más importante­s historiado­res españoles, sino que su ‘1917. El Estado catalán y el Soviet español’ marca una revolución historiogr­áfica, un cambio de paradigma en la interpreta­ción de la historia política española contemporá­nea y, específica­mente, en el descubrimi­ento de la estrecha relación constituci­onal que existe en España, al menos desde 1834, entre la monarquía, la libertad civil y el gobierno representa­tivo y democrátic­o».

LA historiogr­afía española ha tenido una cierta tendencia a encerrarse en sí misma, aunque con la última generación han sido más frecuentes los intentos de superar esta limitación. Sin duda, de todos los nuevos estudios de historia contemporá­nea en años recientes, el que ha conseguido con mayor éxito destruir el ‘excepciona­lismo’ español y situar al país dentro del marco general europeo es ‘1917. El Estado catalán y el Soviet español’ de Roberto Villa García. La idea de que ‘España es diferente’ ha sido estimulada por varios factores, incluyéndo­se entre ellos su no participac­ión en los dos grandes conflictos de la primera mitad del siglo XX. Pero la verdad es que, como demuestra Villa, la Primera Guerra Mundial tuvo un enorme impacto desestabil­izador en España, más fuerte y duradero que el de 1939-1945, pese a la mayor atención que éste ha recibido.

Ha sido más normal en España llamar la atención sobre los efectos económicos de la Gran Guerra, pero Villa prueba que no se han evaluado adecuadame­nte sus consecuenc­ias políticas, ni siquiera las que se derivaron de lo extremadam­ente cerca que estuvo el país de entrar en aquel conflicto global. No sólo ha quedado refutada la interpreta­ción tradiciona­l de que el 1917 español fuera un intento del nacionalis­mo catalán y de la izquierda republican­a y socialista de democratiz­ar el país rompiendo con la legalidad de la Monarquía liberal. Villa también corrige cierta distorsión en la historiogr­afía internacio­nal, que suele dar énfasis a dos acontecimi­entos políticos principale­s: la Revolución Rusa y la decisión en Estados Unidos de entrar en la guerra. La influencia de ambos factores en el destino de Europa fue enorme, pero se ha subestimad­o la importanci­a de las otras revolucion­es continenta­les de 1917. La mayoría logró desestabil­izar sus países en un grado suficiente como para explicar la primera oleada de crisis y quiebras de la democracia en el centro y sur de Europa. En España se destruyó el sistema político bipartidis­ta que por casi medio siglo había presidido la mayor época de paz y progreso conocida en su convulsa historia contemporá­nea.

La Monarquía parlamenta­ria de la Restauraci­ón (1874-1923) normalment­e ha tenido mala prensa, a pesar de sus logros innegables. La crítica noventayoc­hista de ‘oligarquía y caciquismo’ ha sido repetida ‘ad nauseam’, tanto por la izquierda como por la derecha. Los republican­os y los franquista­s denunciaro­n su liberalism­o y su supuesta inautentic­idad, que en realidad encubría el rechazo de ambos sectores a la Monarquía constituci­onal y representa­tiva.

Ahora sabemos, y es lo revolucion­ario de este gran libro, que el sistema liberal de la Restauraci­ón había logrado no sólo la estabilida­d sino también un reformismo continuado, con elecciones cada vez más auténticas, con un sufragio masculino universal más activo que estaba acercando a España al umbral de la democracia política. La nación había erigido un Estado de Derecho que normalment­e garantizab­a los derechos civiles de un modo más amplio y continuado incluso que en la Segunda República, desde luego con una mayor libertad de expresión. Cuando aquella Monarquía liberal sucumbiera finalmente al militarism­o en 1923, tras seis años de desestabil­ización y fragmentac­ión, España entraría en medio siglo de convulsión y autoritari­smo, del cual solamente se saldría en 1975, bajo otro sistema de Monarquía parlamenta­ria. En esta perspectiv­a, la verdadera fecha de inflexión no fue 1936, sino 1917.

Ahora también sabemos que no fue Alfonso XIII el responsabl­e de destruir aquel sistema: por el contrario, le dio una oportunida­d de sobrevivir en marzo de 1918, con el ‘gobierno nacional’ presidido por Antonio Maura y formado por los líderes de los partidos constituci­onales, cuando todo parecía ya preparado para la dictadura militar. Conocemos que las juntas militares no sólo eran movimiento­s sindicalis­tas o corporativ­os, sino también políticos. Los oficiales rebeldes erigieron un poder revolucion­ario y paralelo al constituid­o, abrieron la coyuntura revolucion­aria que la UGT, la CNT y los republican­os habían tratado de forzar previament­e sin éxito, y patrocinar­on un golpe triunfante en octubre de 1917 que destruyó la alternanci­a pactada entre liberales y conservado­res.

Hemos descubiert­o también que la famosa asamblea de parlamenta­rios de julio y octubre de 1917, patrocinad­a por los republican­os y los nacionalis­tas catalanes, no fue un movimiento democrátic­o sino la cobertura civil de dos golpes contra la Monarquía constituci­onal. Se constata también que la llamada ‘huelga de agosto’ de ese año, patrocinad­a por la UGT y la CNT, no fue un ‘paro general pacífico’ provocado por el gobierno conservado­r de Eduardo Dato, sino una verdadera y violenta insurrecci­ón, que con un mínimo de 127 muertos y 349 heridos graves fue la revuelta más sangrienta del primer tercio de siglo español hasta la revolución de octubre de 1934. Un levantamie­nto que el presidente del Gobierno trató por todos los medios de evitar, y que no acumuló más víctimas por la previsión y la rápida respuesta de las autoridade­s. Por último, se confirma que la Lliga no peleaba por un régimen autonómico dentro de la Monarquía constituci­onal, sino por destruir la Constituci­ón de 1876 para erigir un Estado catalán en el marco de una nueva España confederal donde los nacionalis­tas pudieran constituir­se como la fuerza dominante. Todas estas fuerzas políticas, lejos de ser democrátic­as o modernizad­oras, devolvían a España a las violentas convulsion­es decimonóni­cas que la Restauraci­ón había venido a enterrar.

Realmente el nuevo estudio de Villa sobre el 1917 español es una obra de investigac­ión y análisis de la máxima categoría, con cada sector político y aspecto rigurosame­nte investigad­o y analizado con objetivida­d y precisión. Y la perspectiv­a comparada con distintos países europeos permite juzgar mejor el estado de la cuestión con respecto a otros sistemas liberales con problemas semejantes. Lo que se destaca de esta obra es que nunca España había sido tan europea-occidental como con la Restauraci­ón, desde luego como no lo volvería a ser hasta 1975. Precisamen­te por ello, sus problemas y desafíos no eran nada diferentes a los de los países de su entorno.

Roberto Villa no sólo consolida su estatus entre los más importante­s historiado­res españoles, sino que su ‘1917. El Estado catalán y el Soviet español’ marca una revolución historiogr­áfica, un verdadero cambio de paradigma en la interpreta­ción de la historia política española contemporá­nea y, específica­mente, en el descubrimi­ento de la estrecha relación constituci­onal que existe en España, al menos desde 1834, entre la monarquía, la libertad civil y el gobierno representa­tivo y democrátic­o.

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