Degeneración
Ahora no existe el rival político, sino el enemigo a destruir
LOS divorcios y las campañas electorales sacan lo peor de nosotros mismos. Lo perverso de la degeneración política es que se desarrolla de manera tan discreta como continua hasta que, un mal día, te tropiezas con la evidencia, y te asustas, porque no creías que era para tanto. Y eso es lo más preocupante: mientras en la degeneración ‘progresamos adecuadamente’, como piensan nuestros manipuladores, no nos preocupamos de las consecuencias que esa degeneración nos va a traer bajo el brazo, donde no habrá un pan, sino la cabeza de cualquiera de nosotros a punto de la asfixia.
Esta semana pasada me he dado cuenta de que vivo en un país cabreado, en el que la intolerancia ha alcanzado el sobresaliente cum laude de algunas tesis electorales, y donde el partidismo nubla la inteligencia y sofoca el raciocinio. Es cierto que las balas de las cartas amenazadoras de muerte, pertenecen al Cetme que me dieron en mi lejano Servicio Militar, hace decenas de años, y que dejó de usarse antes de que tuviera nietos, pero las amenazas de muerte deben condenarse por muy sospechosas que resulten. Naturalmente, también me extraña que haya partidos que no condenen que a sus rivales políticos les arrojen piedras y botellas en sus actos electorales, porque más peligrosa es pedrada en la frente que amenaza por carta de arma que ya no se usa.
La degeneración ha llegado a un punto en el que no existe el rival político, sino el enemigo a destruir, y se proyecta de manera abrupta en las formas que hasta se guardan en Venezuela. Allí, al menos, se vacuna al que tiene el carnet patriótico y se evita la grosería de preguntarle si vota al tirano; aquí ya se ha llegado a convertir el BOE (Boletín Oficial del Estado) en el BOGF (Boletín Oficial del Gobierno Frankestein) y donde en la exposición de motivos de las leyes se redacta un panfleto sectario y partidista alegando, que las leyes se dictan para luchar contra las que hizo el PP, enemigo de las libertades.
Decía Mark Twain que si recoges a un perro hambriento y abandonado, y lo conviertes en un perro próspero, jamás te morderá. Y esa es la enorme diferencia entre los perros y estos prósperos políticos, que gruñen y ladran, y amenazan con mordernos.