ABC (1ª Edición)

Iglesias, el profeta desarmado

▶ Quiere presentar las elecciones como un plebiscito entre fascismo o democracia

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Si Isabel Díaz Ayuso había subrayado que lo que se vota el 4 de mayo es «libertad o comunismo», Pablo Iglesias aseguró ayer que lo que está en juego es la elección entre «fascismo o democracia». Toda la intervenci­ón del líder de Podemos giró en torno a esta idea fuerza: si la derecha gana, todas las plagas de Egipto se abatirán sobre Madrid.

No solamente eso, Iglesias atribuyó a Aznar un asombroso poder de anticipaci­ón al calificarl­e de ‘trumpista’ y referirse a un misterioso «teclado negro» que tocaba. Según sus palabras, el PP no sólo ha destruido la democracia y los servicios públicos en su larga etapa de gobierno en la comunidad, sino que ha relegado a los pobres en favor de los ricos cuando necesitaba­n un trasplante de riñón (sic).

Empezó justifican­do su decisión de abandonar el debate en la cadena Ser con el argumento de que «no se puede estar sentado con el fascismo». Y apeló a los cientos de miles de mensajes a su favor en las redes sociales, obviando que otros tantos desaprobab­an su actitud. Resulta llamativo que Iglesias mida sus acciones en función de la sentencia de Twitter.

Tampoco faltó estopa contra los jueces, a los que acusó de «legitimar la propaganda nazi» ni contra los medios que propagan «bulos» contra Podemos. Tal vez se refería a su chalé de Galapagar cuando afirmó que «la derecha odia que alguien que nazca en un barrio humilde disfrute de los privilegio­s de una minoría».

Todo ello da idea de que Iglesias ha abandonado cualquier atisbo de moderación y ha decidido hacer una campaña atizando el odio y el guerracivi­lismo, tal vez convencido de que es la única posibilida­d de ganar su arriesgada apuesta de abandonar el Gobierno para presentars­e a estas elecciones.

No deja de ser una pena que un hombre que ha escrito brillantes páginas sobre Maquiavelo, que es un buen conocedor de la ciencia política y que reúne todas las cualidades de un líder político, caiga en este discurso de brocha gorda, que divide el mundo entre buenos y malos.

Cerrando los ojos al escucharle, evocaba la figura de León Trotski ante los ‘soviets’, cuando incitaba a las masas a la revolución. Creía que el centralism­o democrátic­o de Lenin era un error y que la violencia espontánea del pueblo era el único camino para tomar el poder.

En su magnífica biografía, Isaac Deutscher le llamó ‘El profeta desarmado’ para referirse a su formidable retórica y a la seducción con la que dominaba a sus oyentes como cuando logró aplacar a los marineros que se rebelaron en Kronstadt en 1921. Bastó su sola presencia para paralizarl­es.

Iglesias tiene mucho también de profeta desarmado. Si, como hizo Trotski en aquella ocasión, hubiera utilizado su talento para desterrar el cainismo de nuestra vida política, habría rendido un gran servicio a la democracia. Pero está en el empeño de atizar el fuego y quemar en la hoguera a sus adversario­s.

Hasta sus extremos

Lo peor para una causa es llevarla hasta sus extremos. Eso es lo que hizo el dirigente de Podemos cuando convirtió a la mitad del país en enemigo de la otra mitad. Por eso sonaron a coartada sus palabras cuando dijo que había que ganar a la derecha «con ternura y sin gritar a nadie». Lo contrario de lo que él predicó ayer.

Y es que Iglesias es un hombre que se debate contra sus demonios interiores. Pugnan en su interior un altruismo y una generosida­d que se contrapone­n a un rencor y un sectarismo que emergen para sofocar esos buenos sentimient­os.

Habría que ser un adivino para saber si esta estrategia de campaña le va a salir bien. Puede que muchos votantes de izquierdas opten por Gabilondo o Mónica García, asustados por este discurso que resucita los demonios del pasado. O puede que le salga bien su intento de polarizar estas elecciones como si fueran un plebiscito contra la derecha. Si no lo logra, Madrid será su tumba política. Él mismo lo ha dicho: los votos son el veredicto.

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POOL Pablo Iglesias mira su móvil
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