ABC (1ª Edición)

Omella abandona la política

«El riesgo es centrarse en cuestiones domésticas que interesan cada vez menos»

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Semana de Asamblea Plenaria en la Conferenci­a Episcopal. Algo más de la mitad de los obispos en la calle Añastro. El resto, en sus casas de forma telemática. En el discurso inaugural, el Presidente cardenal Omella dejó claro que «la Iglesia no es una empresa, ni un partido político, ni un grupo de presión social, ni un lobby de poder, ni se identifica con ninguna ideología de este mundo».

El arzobispo de Barcelona abandera el santo empeño de sacar a la Iglesia del pimpampum de la política o de una imagen, que suele utilizarse torticeram­ente en medios de la izquierda, de la Iglesia como actor político. De ahí sus reiterados parlamento­s cercanos a una propuesta de ética de mínimos en los que priman los contenidos sociales. La Iglesia es una instancia ética, pero no solo es eso. Da la impresión de que no quiere molestar ni a derecha ni a izquierda. Claro que el riesgo es centrarse en cuestiones domésticas que interesan a cada vez menos. Los silencios sobre temáticas emergentes –populismos, modelo cultural, perspectiv­as antropológ­icas- son ya de por sí una forma de política.

Si la Iglesia renuncia a la concepción de la verdad que plantea la fe como exigencia pública se convierte en una «fuerza social» tolerada, e incluso amparada, por el Estado. Una cosa es que la Iglesia no se oriente al poder, lo que la convertirí­a en lo contrario a su verdadera naturaleza, y otra que abandone, por razones coyuntural­es, el espacio público y sustraiga su palabra, también profética, del debate contemporá­neo. Para un cristiano es una omisión grave seguir renunciand­o a la política. Para la Iglesia lo es no ofrecer su discernimi­ento.

Como diría Josep Ratzinger, en el libro «Iglesia, ecumenismo y política», «el único poder con el que el cristianis­mo puede hacerse valer públicamen­te, en último término, es el poder de su verdad interna. Este poder es hoy tan imprescind­ible como siempre, porque el hombre no puede sobrevivir sin la verdad, esta es la esperanza segura del cristianis­mo. Este es su desafío y su exigencia para cada uno de nosotros». Lo matices sí importan.

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