El blues del tío Oscar
Este año todas las películas nominadas han salido tristes
Lo contaba Milos Forman en aquel delicioso texto de Peter Shaffer adaptado al cine llamado ‘Amadeus’: Mozart componía aquellas óperas bufas, llenas de personajes extremos y ridículos en situaciones aún más absurdas, y por tanto divertidas, hasta que la corte intervino conminándole a volver a la seriedad, a hacer obras a las que el rey pudiera acudir solemne.
La pomposidad da prestigio, es el motivo por el que las comedias, los musicales y hasta nuestra zarzuela, han sido siempre despreciados, más bien tolerados pero escasamente premiados. Los grandes actores cómicos sueñan con el papel serio que les coloque, por fin, en el campo de visión de los señores que organizan galas y dan discursos (’El Crack’, ‘Mi Querida Señorita’, ‘Man On The Moon’…). El escritor que logra con sus historias arrastrar a millones de personas a una historia, se arrebuja en las sábanas de madrugada soñando con el discurso que daría vestido de frac. Los premios son pomposos y están para premiar cosas pomposas, no olvidemos que se entregan en una ceremonia, no en un festival.
Me viene estos días una de esas mentiras que, por constantemente repetidas, parecen ciertas: «Este año todas las películas nominadas han salido tristes». En realidad es lo más habitual desde 1929. Tan intenso y repetido es este mal que los Globos de oro llegaron a dividir categorías entre ‘Drama’ y ‘Comedia’ para dar al menos alguna oportunidad a esas películas que nunca premian los señores de gafa gorda. Incluso, hace sólo dos años, la propia Academia americana propuso crear el ‘Oscar Popular’ para que las películas más queridas por el público también recibieran su sitio, el intento fue abortado. Repasen la historia de los Oscar y comprobarán cómo la densidad siempre vence.
No es nuevo que, en un año como este, las nominadas de los Oscars sean todas tristes, de hecho, es lo habitual. Pocas son las comedias, películas de acción o entretenimiento puro y duro que han merecido la estatuilla. La diferencia, en realidad, es que este año necesitamos más que nunca una ópera bufa, perfectamente entretenida, que nos saque de la realidad en lugar, supongo, de meternos en una sala para verla más de cerca. Otro año será… O tampoco.