5.000 pesetas
El cliché playero ha pasado de los bañistas invernales a los juerguistas de la Barceloneta
Nuestra democracia de delación tiene poco que envidiar a la censura
Las bombas de Palomares pudieron desintegrarnos, nos recuerdan en el documental ‘Palomares. Días de playa y plutonio’ (Movistar+). Eran mucho más potentes que la de Hiroshima. Cuatro bombas termonucleares 75 veces más destructivas que la de Hiroshima. Es cierto que hay material desclasificado (americano) y gente que no había hablado, pero me sorprende que la gente joven vea este suceso como un mundo descubierto. Claro que tampoco tendrán ni idea de que Hugo Stuven, otra víctima del covid a los 80 años, era el realizador de ‘Aplauso’. Y de ‘Más allá’ (pero ellos tampoco conocerán a Jiménez del Oso, sólo a Iker Jiménez). La Guerra Fría como fondo de los sucesos en 1966 es un despropósito. El padre de un amigo le decía que siempre tenía que llevar 5.000 pesetas en el bolsillo por lo que pudiera pasar. El equivalente en la Guerra Fría era ir con los aviones cargados de bombas nucleares hasta la URSS y luego volver con las mismas. Lo de la destrucción mutua asegurada era ir con el arsenal atómico en el bolsillo por si acaso.
Con dos capítulos emitidos, ni se ha encontrado la cuarta bomba ni Fraga se ha bañado (siento que a los jóvenes esto les pueda parecer algún tipo de destripamiento). El baño de aquí no ha pasado nada y estas aguas son seguras fue en el mes de marzo. En Mojácar y en la playa de Quitapellejos de Palomares. Del embajador americano y del ministro Fraga. Bañarse en marzo. Ya sé que no es para tanto, pero es que a mí me cuesta el Mar Menor en julio. El otro día estuve en San Sebastián y vi cómo se bañaban esos que luego salen en los telediarios: «Me baño cada día. Y ni un catarro en todo el año». Un lugar común en los informativos. Ahora el cliché playero ha cambiado: «Esto es la Barceloneta» (gente joven apelotonada sin mascarilla, esas cosas, ya saben). Todos los fines de semana en los informativos. No falla. En ‘Socialité’ han pillado a Carmen Borrego yendo de Majadahonda (donde vive y de donde no se podía salir) a Pozuelo. De compras. Cómo no se iba a rebotar. Nuestra democracia de delación tiene poco que envidiar a la censura informativa de 1966.