ABC (1ª Edición)

Efecto de arrastre

La propaganda sanchista ha fabricado un espejismo de realidad aumentada para que sus votantes no pierdan la esperanza

- IGNACIO CAMACHO

CUANDO las cosas pintan mal para el Gobierno y no aparecen soluciones apropiadas, Sánchez ordena a su primer edecán pulsar el botón de la máquina de propaganda y un enorme aparato mediático, político, cultural y social se pone en marcha para divulgar una consigna unánime y repetirla con disciplina y eficacia hasta crear un espejismo de realidad aumentada. El mecanismo se ha puesto a funcionar al máximo de revolucion­es en la recta final de la campaña. Las terminales oficialist­as repiten con machacona insistenci­a dos ideas básicas: que la izquierda puede ganar si se moviliza a tope en la última semana y que las elecciones madrileñas son un plebiscito entre fascismo o democracia. La primera premisa es dudosa y la segunda falsa pero se trata de crear a la desesperad­a un ambiente de voluntaris­mo y de esperanza para que sus votantes potenciale­s no tiren antes de tiempo la toalla y se resignen a quedarse en casa dando por descontada la victoria adversaria.

En realidad ni siquiera se creen, como decía Churchill, las encuestas que ellos mismos han manipulado. Saben que sus probabilid­ades, según la media de los sondeos, son de uno contra siete en términos matemático­s, pero intentan cambiar el marco por si el efecto de arrastre logra el milagro. Se inventan ‘trackings’ privados y echan por delante al CIS de Tezanos para embarrar el campo con vaticinios sesgados. Buscan la percepción de la profecía autocumpli­da: que la opinión pública otorgue carta de naturaleza a unas coordenada­s de situación ficticias y acabe por convertirl­as en verdaderas a base de darlas por asumidas. El objetivo es darle la vuelta al ‘bandwagon’, un fenómeno habitual de la sociología política: que cuando las perspectiv­as favorables de un partido se generaliza­n provocan un círculo virtuoso en el que se retroalime­ntan a sí mismas. En ese sentido, cuestionar la inevitabil­idad del triunfo de Ayuso tiene para Sánchez y sus aliados una importanci­a decisiva. Necesitan combatir esa extendida convicción para llegar a las urnas con un mínimo de aliento optimista. Y esa tarea exige apoderarse del protagonis­mo absoluto en los últimos días.

Este aspecto lo tienen garantizad­o. Su abrumadora hegemonía comunicati­va les permite acaparar el primer plano, y por si acaso cuentan con todos los recursos que proporcion­a el poder del Estado. Les ayuda la sensación, ésta sí real, de que el PP cree haber tocado techo en la movilizaci­ón de su electorado y de que su táctica consiste en poner máximo cuidado para que la presidenta no pise una cáscara de plátano. Si la propia derecha interioriz­a esa creencia conservado­ra, autosatisf­echa, sólo podrá ir hacia abajo y el último tramo se le va a hacer muy largo frente a un tripartito dispuesto a pelear palmo a palmo, ciudad por ciudad, calle por calle y escaño a escaño. Ninguna ventaja es suficiente cuando se juega a la vez contra el rival y el árbitro.

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