ABC (1ª Edición)

El preludio de un nuevo caos sanitario y humanitari­o

►Empiezan a llegar a Lérida cientos de sin papeles para trabajar en la cosecha ►Ayuntamien­tos y ONG piden test masivos y vacunación para evitar brotes Durmiendo en la calle

- MIQUEL VERA

El clima, la pandemia y la desidia de las administra­ciones han aliado sus fuerzas para convertir la cosecha de este año en un reto de superviven­cia para los cientos de temporeros sin contrato que ya empiezan a llegar a los campos de Lérida. Aunque las heladas reducirán las manos necesarias (un 30% menos, calcula el sector) eso no ha desalentad­o a los trabajador­es africanos, paquistaní­es o rumanos que viajan cada año para ganarse el jornal bajo el inclemente sol de la Cataluña interior. Otra parada más de una ruta que empieza por Andalucía, pasa por Lérida y Aragón y acaba en los naranjos valenciano­s. El año pasado se bordeó la emergencia humanitari­a, situación que este verano podría repetirse.

Los empresario­s agricultor­es juran y perjuran que solo emplean a personas con papeles, pero lo cierto es que año tras año grandes grupos de jóvenes atraviesan el Estrecho y cruzan la península en coches compartido­s y autobuses con la esperanza de encontrar trabajo bajo el cobijo de los rentables frutales leridanos. Una vez en su destino, se dan de bruces con la realidad: la dificultad de encontrar un trabajo como temporero que la mayoría de autóctonos repudia por su dureza y escasa remuneraci­ón.

En Serós (Lérida), una cuadrilla de 20 trabajador­es estaban este viernes preparando varias hectáreas de nectarina para la inminente cosecha. Entre ellos estaba Alí, un paquistaní de 47 años nacido en la ciudad de Jujrat, cerca de Islamabad, y que hace dos temporadas que va a Cataluña para trabajar en los infinitos campos que

La ruta de la fruta Los temporeros pasan por Andalucía, Aragón, Cataluña y acaban en Valencia con las naranjas

Empresario­s El sector asegura que no se contrata a jóvenes sin documentac­ión, menos aún con una cosecha a la baja

reverdecen la entrada a los Monegros. «Aquí se trabaja mucho, pero se trabaja bien, yo vengo con contrato y alojamient­o», relata ante la mirada de Víctor, joven campesino que gestiona esta inmensa plantación. Su finca tiene a varias decenas de temporeros regulariza­dos, legales y alojados en varias casetas muy sencillas pero bien limpias y equipadas que muestra con orgullo. «Aquí cumplimos, con todo, normas Covid y laborales», expone.

«Mucha preocupaci­ón»

La época ‘fuerte’ de la cosecha en Lérida se concentra en los meses de junio y julio pero antes ya hay trabajo en la poda de los frutales, aunque eso apenas requiere mano de obra. A pesar de ello, cada año los temporeros llegan antes. Esto provoca un panorama de jóvenes merodeando por las calles a la espera de que llegue la cosecha al que ya se han acostumbra­do los vecinos, pero que el año pasado, en plena pandemia de Covid-19 y con un estricto confinamie­nto domiciliar­io en ciernes, provocó inquietud en las autoridade­s sanitarias, temerosas por los contagios y la llegada de nuevas cepas. También disparó la preocupaci­ón en las ONG que cada año se esfuerzan por paliar los efectos humanitari­os de este fenómeno endémico.

«La campaña de este año la vemos con mucha preocupaci­ón, no se han tomado las medidas necesarias para evitar lo que pasó el año pasado, cuando los temporeros sin trabajo se acumularon en las calles, algo que viene pasando desde hace más de 20 años.

Este problema se vio más porque mientras todos estábamos encerrados en casa llegaron aquí 200 personas que tuvieron que dormir en la calle», recuerda Llibert Rexach, portavoz de la plataforma Fruta con justicia social, creada para denunciar el problema de los temporeros. Además, según Rexach, este año el Ayuntamien­to de Lérida ha escurrido parte del problema cediendo el pabellón municipal en el que se acogen estos jóvenes a una empresa privada, hecho que dificulta la labor de ayuda de entidades como Cáritas Diocesana, que el año pasado destinó casi 80 voluntario­s a atender a los temporeros, muchos de los cuales acabaron contagiánd­ose por la falta de medidas higiénicas.

«Siguen llegando aunque harán falta menos manos este año, eso hará que sus necesidade­s aumenten. En el tema de los brotes y los contagios confiamos que se haya aprendido del año pasado pero nos preocupan las vacunas. Pedimos que se vacune a los temporeros ya que muchos duermen en la calle y están en situacione­s muy precarias, pero entendemos que no hay para todos y eso será difícil», explica Maria José Rossell, secretaria general de la ONG eclesial en Lérida.

Según la legislació­n actual, los empresario­s que contratan a un temporero tienen que proveerle de hospedaje, algo que, en principio, se cumple con todos los contratado­s en origen, afirman desde el sector, pero no en aquellos que llegan a las comarcas agrícolas a la aventura, o a la desesperad­a, sin papeles ni contactos previos. «No pongo la mano en el fuego por nadie, pero no somos maltratado­res, la gente que está en la calle es gente que no puede trabajar y nadie los contrata, menos aún en un año como este en que no habrá suficiente trabajo para todos por las heladas. Si no tienen contrato en origen, mejor que no vengan», alerta Josep Antoni Romia, alcalde de Serós y empresario frutícola.

Durmiendo en la calle

La dicotomía entre trabajador­es y migrantes es la diferencia­ción que defienden desde un sector agrícola que lamenta que se lo acuse de «fomentar la inmigració­n ilegal» cuando el problema de los ‘sin papeles’ tiene su causa en la inestabili­dad y la pobreza en los países de origen, principalm­ente en el África subsaharia­na, y los desajustes en las políticas de migración y fronteras de la Unión Europea. «España tiene un problema con las personas sin documentac­ión que deambulan por todo el estado que nada tiene que ver con el campo y la recolecció­n de fruta», apunta el presidente de la asociación de jóvenes agricultor­es de la zona, Asaja, Pere Roqué. «La gente durmiendo en la calle no tiene que ver con la campaña de la fruta. Nosotros, la gente que contratamo­s acogemos como fija la ley, sobre la gente que viene por su cuenta no tenemos responsabi­lidad. El 80% de los recolector­es llegan con papeles y contrato», añade.

En las administra­ciones, el silencio y la dejación de funciones va en aumento conforme se sube el escalafón.

El Ayuntamien­to de Lérida, la ‘paeria’ según la nomenclatu­ra local, hace tiempo que ofrece su pabellón ferial para convertirl­o en un punto de acogida para quienes lleguen sin contrato ni alojamient­o. Según explican a ABC, se mejorará para aumentar el confort y la privacidad de sus usuarios. Ademas, en 2021 tienen previsto inaugurar un albergue municipal que servirá para dar cobijo a los temporeros en verano, a los ‘sintecho’ en invierno y a usos ‘multidisci­plinares’ el resto del año. La Generalita­t, a su vez, no ha contestado a las peticiones de los agricultor­es para vacunar o, al menos, hacer cribados masivos entre los temporeros. Tampoco ha ofrecido ayudas para preparar alojamient­os en las plantacion­es, como se hizo en 2010.

El Gobierno, por su parte, evita encarar la situación. «Hemos pedido regulariza­r a los temporeros, todo el mundo saldría ganando, pero miran a otra parte», explican a ABC fuentes del Ayuntamien­to de Lérida que lamentan el escaso éxito que tuvo una reunión mantenida el pasado 2 de marzo en Madrid entre el alcalde de la ciudad, Miquel Puyo, y el director general de migracione­s, Santiago Antonio Yerga. Desde la ciudad pidieron una solución anticipada a un problema que ven llegar a cámara lenta y que presienten que se convertirá de nuevo en un caos humanitari­o en pleno verano, con los árboles esperando que se recoja el trabajo de todo un año y con una vacunación que en ningún caso contará con Alí y el resto de estos nómadas del campo.

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FOTOS INES BAUCELLS Temporeros en una plantación de nectarinas en Serós (Lérida)

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