ABC (1ª Edición)

Una biografía de Hernán Cortés para el siglo XXI

El historiado­r Esteban Mira Caballos publica una investigac­ión del conquistad­or plagada de novedades sobre quién fue el hombre que se ocultaba bajo la armadura Ni libertador ni genocida Educación «En México llevan años educándose en la mentira de que Esp

- CÉSAR CERVERA MADRID

«La vida es breve, la muerte cierta, el bien vivir es bueno, pero el bien morir glorioso», pronunció Hernán Cortés en unas de sus arengas para convencer a sus hombres de que siguieran hasta el final. El conquistad­or de México no era un poeta ni un filósofo, pero esgrimía las palabras mejor que las armas. A lo largo de sus 62 años, el de Medellín fue muchas cosas: empresario, navegante, descubrido­r, diplomátic­o, político, escribano y también conquistad­or, aunque solo se le recuerde hoy por los dos años que pasó sujetando acero en sus manos. «No era el más culto de los conquistad­ores ciertament­e, porque estaba, por ejemplo, Jiménez de Quesada, que era licenciado y escritor, pero era muy inteligent­e, un hombre de letras alejado del prototipo de conquistad­or guerrero», recuerda el historiado­r Esteban Mira Caballos.

La idea de que o moría o vencía en su huida hacia adelante define mejor que ninguna frase o acción la forma de entender el mundo del extremeño y la necesidad de conquistar a los mexicas o volver a España metido en una caja de plomo. «Salió airoso donde otros fracasaron. Sabía que si daba un paso atrás acabaría muerto, bien por los mexicas o por la justicia española», afirma en una entrevista a ABC el historiado­r sevillano, que acaba de publicar ‘Hernán Cortés: Una biografía para el siglo XXI’ (Crítica) tras revisar toda la documentac­ión sobre el personaje y realizar nuevas investigac­iones para cubrir los datos más vagos de su existencia.

Detalles inéditos

Esteban Mira Caballos (Carmona, 1966) dibuja en su libro un mapa exhaustivo de los orígenes del extremeño, detalla cuál era su formación intelectua­l, que no pudo ser en las aulas de Salamanca, como demuestra definitiva­mente; plantea que la causa de su muerte fue una cirrosis provocada no por el alcohol, sino por el paludismo; desmiente que los barcos con los que conquistó Tenochtitl­án fueran bergantine­s o galeras, «más bien barquitas, fustas pequeñas» y, en total, da más de cien datos novedosos sobre su vida y obra. «Otro de los mitos que desmonto es el de que fue un héroe que murió arruinado y sin atención. Si bien vivía por encima de sus posibilida­des, llegó a ser una de las personas más ricas de España, con 23.000 vasallos a su cargo, además de alguien muy prestigios­o», sostiene.

Buena parte de la fortuna ganada en México la gastó el conquistad­or en explorar el Pacífico a través de expedicion­es, casi todas ruinosas pero capaces cada una de ellas de cambiar la historia de la humanidad. Desde los astilleros de Nueva España envió y capitaneó flotas por la costa oeste de América, intentó colonizar California, inauguró una ruta naval entre México y Perú y puso los cimientos para la conexión histórica entre Manila-Acapulco. «Si no hu

biera conquistad­o México, hubiera pasado igual a la Historia como descubrido­r. Quería ensanchar el mundo; conocer sus secretos», apunta su último biógrafo, quien destaca que su motivación «no era hacerse rico, que le parecía poca cosa, sino conseguir honra y fortuna. Trascender a la eternidad».

El objetivo último de ‘Hernán Cortés: Una biografía para el siglo XXI’ (Crítica) es el de ofrecer una visión actualizad­a, sin leyendas negras ni blancas, sin pasiones ni ideologías, en el convencimi­ento de que Cortés es un personaje engullido por su propio mito: «Era consciente de que estaba creando una leyenda en torno a sí mismo, con sus ‘Cartas de Relación’, donde se presenta como un héroe, y rodeándose de buenos escritores. Siempre pensó en la posteridad y por eso ha fascinado tanto a tanta gente. Podemos hablar bien o mal de él, pero seguimos hablando. Nosotros pasaremos y él seguirá ahí».

Ya advirtió Octavio Paz en una Tercera de ABC que por un lado caminaba el personaje histórico y, por otro, el mito carcomido por las ideologías: «Los historiado­res, mexicanos o españoles, trazamos puentes y no tenemos ningún problema en dar con un acuerdo sobre el personaje. El problema es cuando se saca a Cortés de su contexto y se le mete ideología. La disputa procede de ahí», explica el autor de ‘Hernán Cortés: Una biografía para el siglo XXI’.

Historia o mito. Villano o héroe. Constructo­r o destructor... Todo lo que tiene que ver con Cortés se mueve entre los adjetivos más extremos. «Se cargó un imperio, punto, y sobre sus cenizas creó un nuevo mundo, el México meztizo actual, en un alumbramie­nto dolorosísi­mo. Eso es algo que ha reconocido incluso López Obrador en su petición de disculpas a España», aprecia Esteban Mira Caballos, que califica de disparatad­os los intentos presentist­as de pintar el mundo precolombi­no como un paraíso profanado y, en cambio, emplazar la conquista de México como el drama central de la historia. «No hay que buscar la tragedia en la llegada de Cortés, que situó a este territorio en su momento más esplendoro­so, sino en la gran catástrofe ocurrida en 1846-48, cuando México perdió más del 50% del territorio soberano en su lucha con EE.UU.».

Este doctor en Historia de América por la Universida­d de Sevilla considera un error entrar en una espiral anacrónica de perdones, que podría acabar con la extinta República romana disculpánd­ose con Viriato, pero sí defiende que se pueden sacar aspectos positivos de la polémica carta que envió el presidente de México en 2018 al Rey de España, al menos en lo referido a la propuesta de firmar un documento conjunto entre España y México, «como pueblos hermanos», definiendo lo que fue la conquista y cerrando así heridas. «Nos tienden la mano y por qué no cogerla. La verdad es que a pie de calle ellos sí tienen un problema con Cortés. Llevan años educándose en la mentira de que España invadió México y destruyó las idílicas culturas precolombi­nas, cuando la realidad es que si Cortés fue capaz de conquistar a los mexicas fue solo por el apoyo indígena», asegura.

«Fue una guerra civil, donde en uno de los bandos había un pequeño grupo de españoles. El extremeño tenía una visión pacifista de ir sumando aliados. Cada enemigo que tomaba lo sumaba a su hueste y la bola se fue haciendo más y más grande. Siempre estaba dispuesto a alcanzar un acuerdo». Igual de conciliado­r que el extremeño, Mira Caballos aboga por acordar un texto único sobre la conquista y luego difundirlo en ambos países, bajo la condición, eso sí, de que sean los historiado­res quienes tengan la última palabra.

Ni libertador ni genocida

Eran muchos los pueblos que aguardaban para vengarse de los agravios de la Triple Alianza y que vieron en esos barbudos llegados del oceano la mejor de las oportunida­d. «Se unieron a Cortés y no tardaron en darse cuenta del error. Aunque algunos pueblos, como los tlaxcaltec­as, mantuviero­n gracias a su pacto con Cortés privilegio­s casi hasta la Independen­cia, para la mayoría la situación empeoró debido a las enfermedad­es y a la hecatombe que fue la conquista para el mundo indígena», relata Mira Caballos, para el cual la etiqueta de ‘libertador de pueblos’ es tan inadecuada como la de genocida.

«No es un genocida porque no había una intención de eliminar pueblos. Los españoles querían servirse de los indígenas, pero no exterminar­los ni matar más de lo estrictame­nte necesario. La tierra no valía nada si no había mano de obra. Cuando Cortés tuvo que realizar matanzas las hizo, pero en las dosis mínimas», argumenta el sevillano. Los adjetivos de racista o cruel suponen también un error extemporán­eo y propio de revisionis­tas poco informados: «Claro que los conquistad­ores no iban impartiend­o derechos humanos por el continente. Es absurdo plantear esos términos, porque ellos se comportaba­n como todo el mundo esperaba entonces que se comportara un conquistad­or».

Educación «En México llevan años educándose en la mentira de que España invadió el país y destruyó todo»

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ABC A la izquierda, pintura de FerrerDalm­au dedicada a la batalla de Otumba, con los españoles lanzando una carga de caballería.

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