ABC (1ª Edición)

EL MEJOR REPARTO DE SASTRERÍA

- ÁNGEL ANTONIO HERRERA

Tampoco hay que hacerle ascos a la condición de pasarela de los Oscars. Estamos, antes, en un picnic de la moda que en una cátedra del cine. No son, los Oscars, una lotería de taquillazo­s, aunque también, sino una fantasía de ropaje millonario, con modelos que salen en las películas, mayormente ellas. Los Oscars sirven para avalar que quienes salen en el cine sí existen. No arriesgare­mos que se convocan para extender la alfombra roja, pero un poco sí, porque sin el cancán de túnicas previo a la ceremonia la fiesta es menos fiesta. Para ilustrar el show de los Oscars hace falta algún crítico de cine, pero sobre todo hace falta una poética de modisto, un mirón de vestuarios. Resultan siempre obligadas las crónicas de ‘corte y confección’, a propósito de la tribu de los Oscars, que son, en efecto, noria de premios, por un lado, y por el otro lado galardón a la sastrería mejor de los convidados. De los Oscars salen las películas de bestseller, y una baraja de guapa gente que gasta un esmoquin de espía o un escote fastuoso que llega hasta el día siguiente. Con los Oscars se apaña la cartelera de domingo de la temporada en curso, y la edición inminente de todas las revistas de tendencias del mundo, donde Halle Berry aúpa un harapo de oro, y Brad Pitt encumbra un peinado despeinado. Obviamente, hay dos entregas de premios en la convocator­ia. Los premios a las películas y los premios a los trajes, que incluyen también un repaso de pormenor a la propietari­a, que igual ejerce el bótox o practica el planchado de cirujano plástico. No sabemos muy bien qué es el glamour, hasta que llegan los Oscars, y vemos el cine sin cine de la alta costura. A los Oscars, incluso a éstos de pandemia, que son una versión abreviada de los Oscars de siempre, a los Oscars, digo, siempre acuden los magistrale­s modistos del mundo, que nunca van, porque mandan un trapo memorable en su nombre. Lo visten Reneé Zellweger o Laura Dern. Hasta los de la prensa se atavían de figurantes de James

Bond. A Glenn Close o Meryl Streep siempre las recordarem­os de diosas sin jubilación, como si fueran un Oscar en sí mismas. Que probableme­nte lo son.

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AFP La actriz Halle Berry, en la edición de los Oscars de 2017
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