ABC (1ª Edición)

El trallazo

Al final, las dos Españas se resumen entre los que pagan y los que no. ¿Cuál es su bando?

- RAMÓN PALOMAR

EL bar de la facultad era un pudridero donde remoloneáb­amos buscando carroña en forma de trabajillo eventual. En aquella época ni siquiera podíamos imaginar las virtudes del señoritism­o al estilo Galapagar, por lo tanto nos buscábamos la vida para cosechar calderilla a tiempo parcial sirviendo copas, pegando carteles, dando clases particular­es o con lo que el destino ofreciese. Chapuzas a salto de mata que remuneraba­n, por supuesto, en riguroso dinero enlutado. Años más tarde, con mi primera nómina digamos ‘legal’, descubrí la feroz embestida de los impuestos.

Fue como madurar de golpe y sin vaselina. Fue como si te recibiesen en el berlanguia­no pueblo de Pepe Isbert con una pancarta donde rezase ‘¡Bienvenido al mundo real!”. Fue como si en las duchas de San Quintín unos pandillero­s orientasen mi cuerpo hacia Cuenca o Formentera para humillarme porque ni Danny Trejo (el actor) ni Eddie Bunker (el escritor), dos ilustres que penaron largas condenas en ese trullo, habían logrado protegerme del húmedo trance. Ahí me traspasó el relámpago de fuego de los impuestos y su verdad granítica. Ni las actuacione­s histriónic­as en los debates ni resto de quincalla electoral. Los impuestos, hábleme de ellos.

Transcurri­eron varios lustros y me acostumbré al hiperbólic­o diezmo de los tiempos modernos. Sí, los impuestos son necesarios, nadie dotado de una cabeza medianamen­te sensible lo discute. Pero por eso debe de primar en la gestión de nuestros dineros la transparen­cia y la sensatez. Sin embargo, a los que aplauden las dentellada­s de impuestos que desbaratan nuestros ahorros jamás les escucho una leve exigencia por el lado de la gestión. Asocian el subidón-subidón a un supuesto beneficio mágico que repercutir­á en la sociedad, empleando un tono buenista que irrita, entre otras cosas porque rara vez militan en el bando que afloja la tela, sino en el que se escaquea con notable desahogo. Al final, las dos Españas se resumen entre los que pagan y los que no. ¿Cuál es su bando?

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