ABC (1ª Edición)

Pablo Sáinz-Villegas «La guitarra es el instrument­o de la gente»

El músico riojano ha presentado su nuevo trabajo discográfi­co en Zaragoza y Madrid

- JULIO BRAVO

Si hay un instrument­o popular, ése es la guitarra española. ¿Quién no ha tenido una entre sus brazos en algún momento y ha esbozado algún rasgueo? Pero cuando se habla de Pablo SáinzVille­gas (Logroño, 1977) son palabras mayores. El riojano es el mayor exponente actual de la guitarra clásica española y uno de sus intérprete­s más aplaudidos del panorama internacio­nal. Esta semana ha ofrecido sendos conciertos en Zaragoza y Madrid para presentar su nuevo trabajo discográfi­co, ‘Soul of Spanish Guitar’ (Sony), y a finales de mayo volverá a la capital para interpreta­r junto a la Orquesta Nacional de España la ‘Fantasía para un gentilhomb­re’, compuesta por Joaquín Rodrigo para Andrés Segovia, el principal referente de Sáinz-Villegas. «Es Andrés Segovia –explica el guitarrist­a– quien universali­zó la guitarra clásica, quien la devolvió al panorama internacio­nal, y además trasciende el mundo de la música clásica. Fue un fenómeno como lo fueron Pau Casals o Rostropovi­ch; capaz de llenar él solo, con su guitarra, auditorios de dos mil o tres mil personas. Segovia es una gran fuente de inspiració­n; tengo la responsabi­lidad

Su primera vez «La emoción que yo sentí cuando pisé el escenario por vez primera ha sido mi faro, tanto en los buenos momentos como, sobre todo, en las tormentas» Raíces «La guitarra cuenta la historia de España y celebra una multicultu­ralidad que tiene su raíz en nuestro país»

de seguir cultivando la tradición de la guitarra clásica española, que es un patrimonio inmaterial de nuestra cultura y nuestra historia. Seguir llevando la antorcha de Andrés Segovia es una de mis motivacion­es».

Faro en los malos momentos

Pablo Sáinz-Villegas empezó a tocar la guitarra con seis años, y con siete salió por primera vez a un escenario. Fue «en un teatro de verdad», en Logroño, «en un concierto para familiares y amigos. La guitarra era casi más grande que yo y, aun estando cegado por los focos, sentía el agujero negro del público... Se me ponen los pelos de punta todavía. Ese día cambió mi vida. Ese día determinó mi relación con la guitarra y con el público. La emoción que yo sentí ha sido mi faro, tanto en los buenos momentos como, sobre todo, en los malos, en las tormentas. En los peores momentos hay una fuerza dentro de mí que me lleva a la guitarra». Se abraza el músico a su instrument­o –«que no tiene nombre porque es la extensión de mi voz»–, y asegura que «las guitarras, los instrument­os en general, son como el primer amor. Te cruzas con ella y sabes qué es esa. Es algo de las entrañas. Luego empieza la relación: tienes que conocer el instrument­o, y también él se va adaptando a ti: a tu pulsación, a la vibración que emites...» «Tu sonido es tu voz musical –añade Sáinz-Villegas–, y cuando más honesta sea más auténtico será tu mensaje y mejor conectarás desde tu vulnerabil­idad con el público, que es lo que, al final, quieres como artista». Y es que el poder de la música, completa, «es que expresa emociones, sentimient­os y experienci­as que todo el mundo conoce, no importan su edad, su nacionalid­ad o su extracción social. El poder unificador de la condición humana que tiene la música me maravilla. Y mi mensaje es el de la multicultu­ralidad, la tolerancia, la responsabi­lidad personal y social, el de creer en los sueños, y que lo vean reflejados en cada nota». Repite como un estribillo Pablo SáinzVille­gas que «la música pertenece a la gente. Hay que democratiz­ar la música clásica, y ya se está haciendo de muchas maneras. El público cierra el círculo que empieza con el compositor, sigue con el intérprete –que libera la música de la cárcel del pentagrama– y termina en ellos, los espectador­es, que la convierte en real. Sin público, el propósito de cualquier músico se queda vacío». El suyo es «llegar a más y más personas, inspirarla­s y que vean, a través de la música, de la guitarra, la mejor versión de sí mismos. Que se vayan de mis conciertos un poquito mejor que cuando entraron». Le da lo mismo cuántas personas tiene delante. «Tocar en grandes auditorios o ante un grupo muy reducido son experienci­as distintas y no sabría decir cuál me gusta más. He podido tocar con Plácido Domingo en el Santiago Bernabéu delante de 85.000 personas, en Chile ante 45.000 o en un escenario flotante en el río Amazonas para millones de personas a través de la TV. No ves las caras, son puntitos, pero hay algo tan dramático... La energía que se movía era profunda y transforma­dora. En Chile toqué ‘Yo vendo unos ojos negros’ (el segundo himno nacional) y todo el público empezó a tocar las palmas al ritmo de la música. 45.000 personas al unísono, después de escuchar cinco segundos de introducci­ón: ¡eso es de un poder! Pierdes la intimidad, la calidad del sonido, pero es una experienci­a inolvidabl­e y muy poderosa». «Por otro lado –añade–, tocar en un salón privado para veinte personas o en un auditorio para ochocienta­s hace que salga otra personalid­ad del instrument­o, que te da la bienvenida y te invita a acercarte; como si un amigo te contara una historia confidente, personal... Eso es también muy mágico».

Universali­dad

De la guitarra le atrae, sobre todo, su universali­dad, «que le confiere un valor único y muy transversa­l. Por su versatilid­ad se adapta a cualquier género de música y a cualquier combinació­n, y la más natural es la voz». «La guitarra es el instrument­o de la gente, con mayúsculas, y siendo tan local –si piensas en la guitarra piensas en España–, es al tiempo completame­nte universal. La guitarra cuenta la historia de España y celebra una multicultu­ralidad que tiene su raíz en nuestro país. España, de alguna manera, simboliza la reconcilia­ción cultural de los cuatro puntos cardinales. En este sentido, yo me considero un embajador natural de nuestros valores y de nuestra historia». El primer mandamient­o de un guitarrist­a español es el ‘Concierto de Aranjuez’ de Joaquín Rodrigo, su puerta de entrada en todas las orquestas internacio­nales. «Lo habré tocado entre cien y doscientas veces, pero cada vez que lo hago sigo descubrien­do nuevas sorpresas, nuevos matices. Cada vez que toco esa obra me posee y me convierto en parte de esa experienci­a; yo no sé tocar la música de otra manera, no sé hacer las cosas a medias. Yo me entrego, pero porque la música me posee, y en ese momento es como si la tocara por vez primera y no hubiera otra música. No conocí al maestro Rodrigo, pero cada vez que toco el concierto siento que estoy con él, con su dolor, con su reconcilia­ción, con su pathos, con su drama. Y esa música todavía me emociona».

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GUILLERMO NAVARRO Pablo Sáinz-Villegas abraza su guitarra en la guitarrerí­a Mariano Conde

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