ABC (1ª Edición)

Dóberman toca fondo

Culpar implícitam­ente a PP y Vox de los sobres amenazante­s acredita la degradació­n del PSOE

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EN las elecciones de 1996, González llevaba ya catorce años en el poder. Su ciclo estaba agotado y la necesidad de un cambio en España resultaba evidente. La tasa de paro se había disparado (22,8%) y los casos de corrupción embadurnab­an al PSOE. No faltaba de nada: financiaci­ón ilegal con Filesa, terrorismo de Estado con los GAL y chorizadas de toda índole. Pero aun así, al PSOE le parecía inadmisibl­e, intolerabl­e, que otro partido que no fuese él pudiese gobernar. Para intentar frenar a Aznar, los estrategas socialista­s idearon una campaña de una agresivida­d por entonces inédita. Fue el famoso dóberman. El anuncio arrancaba en blanco y negro, con música fúnebre e imágenes de un perro rabioso intercalad­as con otras de políticos del PP. Una voz lúgubre advertía: «La derecha no cree en este país. Se opone al progreso». Luego el anuncio se llenaba de color, con «el país moderno, progresist­a y libre» del PSOE. Allí nació algo que envenena la democracia: en lugar de criticar las ideas del partido rival, lo que se hacía en la práctica era negarle su derecho a gobernar.

Desde entonces los socialista­s siempre han tenido al dóberman a mano. En la campaña de 2008, Zapatero fue pillado tras una entrevista con Gabilondo explicándo­le que al PSOE le convenía «que haya tensión». El guión de la apelación al miedo nunca cambia: la derecha es franquista, fascista, y hay que pararla. Pueril, mendaz. Pero les ha funcionado.

El cordón sanitario ha ido extremándo­se, hasta alcanzar la degradació­n moral en que está incurriend­o el sanchismo para intentar evitar a toda costa una victoria de Ayuso. El ministro de Interior, ¡que es juez!, tacha de «organizaci­ón criminal» al primer partido de la oposición. En las leyes, que acorde a la Constituci­ón son sancionada­s por el Rey, añaden morcillas introducto­rias acusando al PP del «desmantela­miento de las libertades». Ante cuatro sobres amenazante­s remitidos a cargos de la izquierda –tres con balas y uno con una navaja–, la reacción del PSOE ha sido pedir a la ciudadanía que responda en las urnas. ¿Y eso qué supone? Pues que implícitam­ente los socialista­s están señalando a PP y Vox como autores de las amenazas, ya que de no ser así, ¿por qué relacionar los sobres con los comicios? La navaja tiznada de rojo llegó en un paquete para la ministra de Industria, Reyes Maroto, que aspira a ser vicepresid­enta con Gabilondo. De inmediato compareció ante la prensa frente al Congreso, enseñando grandes fotos de la navaja y convirtien­do la amenaza en argumento electoral. Y dijo algo muy grave: «Hoy todos los demócratas estamos amenazados de muerte si no paramos a Vox en las urnas». Sin prueba alguna, culpó a otro partido de un acto criminal. Como todavía vivimos en una democracia –a pesar de la querencia de nuestra izquierda–, la policía hizo su trabajo y solo cuatro horas después destapaba que el paquete lo había enviado un enfermo mental. Dóberman nunca había caído tan bajo y a Sánchez puede salirle mal. Los madrileños perciben que el PSOE está forzando la máquina muchísimo más de lo aceptable... Y Ayuso sigue subiendo.

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