ABC (1ª Edición)

Pan, vino y friquis

- ISAAC BLASCO

Abascal es Vox como Rivera fue Ciudadanos. La nueva política se confundió desde que estaba en mantillas con el personalis­mo de sus artífices. Y, hasta en algún caso, desarrolló una mutación caudillist­a en la que el líder incluso se provee de una compañera con trazas de heredera, como hizo Ceaucescu.

Hoy, Rivera es historia y el paracaidis­ta Iglesias está en vías de serlo. Queda Abascal, quien, paradójica­mente, tiene su fortaleza en un raro desapego por la política que le lleva a desechar los filtros. Parece siempre de paso. Por eso huye de las etiquetas y no elude ninguna cuestión. El director de ABC dio buena cuenta ayer de esa peculiarid­ad con una batería de preguntas dirigidas a llamar al pan, pan y al vino, vino. Y a que de ello quedara constancia. Y constancia quedó.

Abascal emplea con naturalida­d expresione­s como «asalto comunista» e «identidad nacional», para a continuaci­ón censurar sin ambages la deriva federalist­a de la UE, a la que concibe a la antigua usanza: como una entidad instrument­al que no exige la cesión de soberanía de sus países miembros.

Todo un alarde de esa pretendida falta de complejos con venta asegurada en Orcasitas o Chamberí.

Integrado, porque no le queda otro remedio, en el grupo europeo de los conservado­res y reformista­s junto a perlas como Orbán, definió como una querencia de friquis (para entenderno­s, una pulsión propia de politólogo­s y periodista­s) lo de poner apellidos a los partidos. Prefiere no encasillar­se, como los actores con ínfulas. Vox es «español». Nada más. Y nada menos.

Resulta inevitable contrapone­r este presunto desdén por adjetivars­e con la obsesión algo esquizoide de Ciudadanos en encontrar su identidad ideológica mientras, como el amor, los votos escapaban a través de la ventana. Cuando Rivera llegó al convencimi­ento de que convertirs­e en vicepresid­ente no era nada comparado con ser presidente inscribió a su criatura en el grupo de los liberales europeos. En esos días, ABC entrevistó al principal representa­nte de esa corriente, quien rogó a nuestro redactor que se abstuviera de preguntar por el partido naranja: no sabía qué decir.

El envés de Abascal hay que buscarlo en el postureo equidistan­te que se hace pasar por lo que no es, más que en la amenaza de ese «asalto comunista» con que trata de agitar a sus correligio­narios y a quien quiera creerle. Concernido por inquietude­s ‘patriótica­s’ y no tanto por las de índole moral que igualmente integran el ideario de Vox, Abascal –al pan, pan y al vino, vino– tomó desde la primera posta las riendas de la campaña madrileña: él es Vox. Como Rivera fue Ciudadanos.

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