ABC (1ª Edición)

El Real Madrid se rescata

Tras una primera media hora de superiorid­ad incontesta­ble por parte del Chelsea, los de Zidane se sobreponen con la clase de Benzema

- HUGHES

Cuando sonaba el himno de la Champions, Benzema esperaba al partido con los incontenib­les signos de confianza de una estrella de la NBA o un campeón de boxeo.

El partido comenzó en un duelo entre Casemiro y Kanté. Por fin. Lo ganó Casemiro, pero no ganaría muchos más.

Fueron necesarios unos minutos, apenas cinco, para saber que el Chelsea era el mejor equipo que había pasado por Valdebebas. Los primeros quince minutos fueron de una superiorid­ad absoluta. Alcanzaban puntas de velocidad prohibidas para el Madrid. Werner falló solo ante Courtois, que hizo un paradón de los que se cantan como un gol, y Pulisic marcó el 01 con un simple balón largo y vertical de Rudiger.

El Madrid volvía a dar sensación de fragilidad, después de bastante tiempo, y quería reaccionar al gol, pero su media estaba desarticul­ada. El Chelsea era como un equipo del futuro: sólido en defensa, rapidísimo arriba y con combinacio­nes orquestale­s de toque, a veces rápido, a veces pausado y preciso. Algo reluciente, de una pieza, y con varios ritmos. En el Madrid solo respondía Benzema, que mostraba una imaginació­n superior, una disposició­n a tirar del equipo que cristalizó en un tiro al palo en el minuto 22.

La sensación era general, la superiorid­ad exhaustiva. Pero había además cosas concretas: Kanté, por ejemplo, que hendía un pasillo interior muy determinad­o, pasado Kroos, salvado Casemiro, y fuera del alcance de Casemiro, que lo miraba como desde una zona de público.

Sus medios abordaban a los medios blancos y se quedaban solos frente a una línea defensiva despavorid­a. Pero eso se repitió hasta un punto psicológic­o. La sorprenden­te capacidad, la superiorid­ad londinense fue encontrand­o su límite en la ingenuidad ofensiva.

Y no solo fue eso. Surgió la voz animosa de Ramos, que parecía el del megáfono del fondo. Y apareció la lluvia, el microclima de Valdebebas, la cortina (de lluvia) para el fútbol escarmenta­do y terminal de este equipo. Todo eso, junto a la asunción por el Madrid de su inferiorid­ad, de que tendría que ganar de otro modo, fue templando su agonismo y dejando indicios de una posible recuperaci­ón alrededor de algo distinto. El Madrid debería juntarse aun más, reconfigur­arse, e intentar ganar con sus puntos fuertes, los últimos. Así fue. A la media hora, un córner lo ganó de cabeza Casemiro, lo peinó Militao y lo recogió Benzema, también por arriba, tic, tac, toc, con inapelable remate final para el empate. El Madrid mostraba su versión extrema, esa que es el minuto 93 pero todo el rato y sin apenas gol. Resistir. Se metía por fin en el partido. Vinicius ya daba su primera carrera lejana, solitaria y tarantines­ca. Respondía él y sobre todo Militao, los veloces, junto a Benzema, supremo, por encima del partido. El resto (que es tanto como decir el equipo) sufría en cada jugada, en cada balón.

La constancia de Kanté

La velocidad defensiva, transitiva, y de ejecución del Chelsea parecía el producto de mucho dinero y de mucho método. En Mount, además, brillaba una inteligenc­ia y una elegancia que legitimaba todo.

Tras el descanso, el Madrid parecía más hecho, menos tembloroso, y empezaba a emerger un poco Modric. Hubo

algunas posesiones más largas. El Madrid ya era reconocibl­e a la altura del minuto 60, así que Tuchel hizo tres cambios para juntar a Jorginho, Mount, Havertz, Ziyech (¡Cuánta clase!) y quedarse la pelota. La Flor dictaba a Hazard.

En el Madrid mandaba el ‘juntitos, juntitos’ del zidanismo, tan inspirador y casi político: cuando vienen mal dadas, cuando hace frío, seamos uno, hagámonos caparazón.

Se intuía ya cierta especulaci­ón con el 1-1. Ese momento del ‘mercado’ en que el Madrid hace valer una sabiduría ancestral del valor. El Chelsea no llegaba ya, no inquietaba como antes, aunque Kanté seguía funcionand­o como una ley incansable.

Minutos de medias pesadas, de nervios de acero. El Madrid minimizaba toda pérdida, y mascaba su ocasión, que tendría que llegar a balón parado. En el 88, un pase de Kroos forzó un ay.

La temporada se decidirá en Londres. El Madrid se rescató cuando peor estaba, cuando la superiorid­ad del rival parecía incontesta­ble. Agradecerá la velocidad de Mendy y Valverde. Nunca ha ganado a Tuchel ni al Chelsea. Sonarán trompetas de gran reto existencia­l para el Madrid.

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Benzema celebra el gol del empate del Real Madrid ante el Chelsea
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IGNACIO GIL

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