ABC (1ª Edición)

EL CHELSEA DEJA AL MADRID SIN FINAL DE CHAMPIONS

EL CONJUNTO INGLÉS DOMINÓ EN TODO MOMENTO (2-0) Y LUCHARÁ POR EL TÍTULO CONTRA EL CITY

- HUGHES

La idea de Zidane fue el 3-52 con Vinicius de carrilero derecho, en sus antípodas. Esto recordaba al Eto’o del Inter de Mourinho. Vinicius parecía llevar los zapatos del revés. El Madrid tuvo una buena salida. Se posicionó bien. Ganó la batalla de los cimientos, aunque el Chelsea estaba cómodo hecho una roca azul sin fisuras en su campo (un peñón, ay, de futbolista­s). Además salió duro, tobillero. Cada entrada de ellos recordaba al combate de Karate Kid: estopa, cera.

El Madrid intentaba largas posesiones disfrutona­s, pero parecía desconfigu­rado. Sin Vinicius, perdía el cauce de acarreo por la izquierda (Hazard estaba tras Benzema, más centrado), y por la derecha parecía torpe, dubitativo. Era como si, sabiendo que habría pocas ocasiones, Zidane optase por guardar las espaldas. Algo bueno había: Kanté aún parecía no estar.

El Madrid lo intentaba de lejos. Tiro de Kroos, tiro de Modric. Y a la altura del 15 ya llegó el Chelsea, que cristaliza­ba siempre en Mount.

Había subterráne­os movimiento­s tácticos desesperad­os. Modric se iba al lateral, para salvar el abismo entre Viicius y Militao. Modric empezaba a ser ubicuo, a querer estar en muchos sitios, pero fue entonces cuando apareció el Modric de ellos, el Modric y Casemiro de ellos, pues Kanté es dos en uno. Hizo eso que ahora se llama ‘romper líneas’ y destrozó la media blanca; remató Havertz al palo y Werner aprovechó el rechazo. No era posible fallarlo. En la jugada anterior, el Madrid podía haber marcado en un violento tiro que Benzema se sacó de espaldas y que Mendy paró con categoría. Ese tiro coronaba una buena jugada larga del Madrid e indicaba que, quizás, el gol local no debía alterar nada.

Pero el Madrid sí tenía problemas.

No había profundida­d por las bandas. Era todo deliberada­mente central y Hazard no terminaba de aparecer. Parecía que el gran reto del Madrid seguía siendo apiñarse. Volvían a la posición defensiva como jugadores de balonmano, marcando mucho la diferencia entre defensa y ataque, mientras en el Chelsea había algo orgánico, redondo, continuo. Apretaba. Creaba rachas de agobiante presión alta que generaba una sensación de ahogo, de asfixia. El Madrid, su equipo, como un cuerpo jadeante, como un boxeador arrinconad­o, como un ciclista atacado. Un grupo sin oxígeno.

Pero no solo era eso. Cuando el Chelsea se replegaba no era mejor. El Madrid no pisaba los extremos, renunciaba a ellos, pero en la zona de la mediapunta, si alguien intentaba la internada diagonal, se encontraba con Kanté, que aparecía allí como el cuervo de Poe. Succionaba todo, cerraba la jugada. El Madrid sufría. Estaba afrontando el momento supremo con soluciones improvisad­as y hasta inéditas.

No hubo cambios en el descanso y los males del Madrid se fueron agravando. Impenetrab­le el Chelsea, que además ganaba fluidez en el juego. Mount pudo marcar el segundo.

El dominio del Chelsea se hizo exhaustivo. Pero Zidane alarga la fe en las cosas y esperaría al minuto 60 habitual. Courtois sujetaba la esperanza con una parada milagrera en mano a mano con Havertz. El Madrid estaba mal colocado, incómodo, incapaz, atenazado, pero se estaban acariciand­o leyes futbolísti­cas superiores. Vinicius inauguró el extremo regateando a Chilwell en el minuto 61, pero tarde, fue cambiado. Valverde y Asensio naturaliza­ron las bandas, porque el sistema no se tocó. Era como si Zidane se negase a girar el cubo de Rubik. Zidane era más Zidane que nunca. Quietista puro. Valverde cortó una contra de Kanté como aquella vez contra el Atlético. Salvaje y providenci­al. El nivel de riesgo y frenesí subía, pero en un momento a la altura del minuto 70, el peligro del Chelsea empezó ya a parecer gafancia. El Madrid debía dar un paso adelante, hacia el gol. Mismo sistema, pues era el quietismo de Zidane (una vía mística) y no el fútbol lo que debía llevar al gol. Cansado, el Madrid cargó el juego por Asensio, pero fue imposible incluso evacuar un centro.

En la enésima ruptura de Kanté (más que Messi), Pulisic, por fin, marcó el segundo.

La Flor cansada y entre alfileres podía intentarlo contra el ‘gegenpress­ing’ de Tuchel, pero hacerlo además contra Kanté, un centro del campo en sí mismo, era ya demasiado.

Y es como si nos despidiéra­mos dos veces de un equipo. Como si el Madrid dilatara el momento de afrontar el nuevo fútbol. No el de los clubes-estado, el de las altas presiones.

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Timo Werner remata a placer para marcar el 1-0 ante la resignació­n de Courtois y Sergio Ramos
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REUTERS

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