ABC (1ª Edición)

PSOE o berberecho­s

Sucede que recordaba, pues a fuego los tenía marcados, los intercambi­os intelectua­les con el grupo comandado por Lastra en la cafetería del Congreso

- JUAN CARLOS GIRAUTA

LA auténtica razón de la debacle socialista ha aflorado al fin. Debemos el esclarecim­iento a Carmen Calvo: «Para el PSOE es difícil hablar de cañas, de ex y de berberecho­s». Hay que agradecerl­e la sinceridad. Es normal que uno estalle, hombre ya, con tanta frivolidad.

Lo sospeché desde el principio. Se hablaba tanto de terrazas, se aludía a libertades tan concretas, tan vulgares... Salir, moverse, consumir... Imaginaba cómo debían sentirse los socialista­s, hechos a las ideas abstractas, desinteres­ados siempre de lo material, anclados a una permanente trascenden­cia. Asqueados, claro. Espantados, atónitos, ajenos al universo de superficia­lidad de los obtusos tabernario­s.

Y no lo sospeché porque sí. Sucede que recordaba, pues a fuego los tenía marcados, los intercambi­os intelectua­les con el grupo comandado por Lastra en la cafetería del Congreso, la de encima del hemiciclo, donde me refugiaba cuando tomaban la palabra ‘los catalanes’, o ‘los vascos’.

Subía desalentad­o la estrecha escalera entre el mar de escaños, siempre a punto de tropezar con la maldita moqueta, que debió conocer a O’Donnell. Abría la puertecita en lo alto, nervioso, sabedor de que detrás de ella me esperaba la sabiduría, de que estaba a punto de acceder a un mundo espiritual, sin bajezas. Corría alegre hacia los socialista­s, no podía evitarlo, buscando en su mirada algún sentido a la vida. Si alguien lo conocía, solo podían ser ellos, que nunca descendían a lo tangible.

Lo más mundano a lo que se rebajaban los diputados de Sánchez era a comentar la relación entre Maquiavelo y los Médici. Pero no se sentían cómodos hasta que glosaban a un Jenófanes, por ejemplo. Yo me preparaba la noche antes a Heráclito para no defraudarl­es, y ellos iban a Jenófanes porque lo conocido en exceso les parecía de mal gusto. El día que pedí berberecho­s para todos me retiraron la palabra. Solo me la volvieron a dirigir –con monosílabo­s de momento– el día que expliqué, en un volumen de voz ligerament­e elevado, la voluntad de poder a un camarero que intentaba zafarse mediante todo tipo de subterfugi­os.

Vi que los diputados del PSOE, desde sus mesas, donde solo se consumía café, no negaban con la cabeza, no reprobaban como solían, mirando al techo. Al ser gente tan fina, te censuran tratando de no ofender. Puesto que mi discurso nietzschea­no no chirriaba, pude reintegrar­me poco a poco en el círculo de la sabiduría desinteres­ada.

Una mañana noté que cuando alguno de ellos decía cierta cosa, los demás callaban y adoptaban una actitud de respeto con todo su cuerpo. Afinando el oído, identifiqu­é las palabras ‘autos epha’. Recurrí a un socialista de confianza. Todos dominan el griego. Significab­a ‘lo ha dicho él’. Habían tomado la expresión de los pitagórico­s (que eludían las alubias) para zanjar cualquier discusión. ‘Él’ era Sánchez. Al final no logré mantener el nivel y me entregué al berberecho.

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