Podemos y Cs, el último que apague
La ‘Nueva Política’ ha durado siete años y no ha arreglado nada
LOS terremotos económicos generan una onda expansiva que sacude también la política. La crisis del 29 provocó el ascenso de los credos totalitarios de los años treinta: comunismo, nazismo y fascismo. Pero como decía Marx, la historia se repite, primero como tragedia y después como farsa. Así que la resaca del batacazo financiero de 2008 abonó el florecimiento de nuevos partidos milagreros, con soluciones para todo que cabían en media cara de un palillo. En España fueron Podemos, desde la extrema izquierda populista, y Ciudadanos, desde un presunto centro altivo e incólume, que miccionaba agua de colonia. Ambos tenían razón cuando reclamaban una regeneración, pues los dos partidos hegemónicos, PP y PSOE, estaban enfangados en bochornosos casos de corrupción. Pero incurrieron en la quimera de pregonar que con ellos nacía un nuevo ser humano, seráfico y desinteresado, que convertiría la política en un edén virtuoso engalanado de recetas infalibles. Además, con la llamada ‘Nueva Política’ surgía la efebocracia. Todo político cercano a los cincuenta tacos era considerado un carcamal obsoleto –y probablemente corruptillo–, que debía aprender de las lecciones de Pablito y Riverita, unos fuera de serie (aunque no hubiesen demostrado todavía nada).
Ciudadanos fue un intento del poder financiero catalán de exportar al resto de España su presunto ‘seny’. Un planteamiento muy original, toda vez que Cataluña era precisamente el perfecto ejemplo de frenopático político. Podemos fue un partido neocomunista, financiado en los peores pesebres del orbe, que ofertaba una esperanza a personas legítimamente indignadas al ver que la crisis los estaba dejando atrás. Nada sienta mejor a los partidos vendedores de crecepelo que divagar instalados en la expectativa y el eslogan. Cuando les toca aterrizar en la realidad, pasar de los sofismas a dar trigo, comienzan los problemas (por eso Vox se resiste astutamente a tocar poder). Ciudadanos resultó un partido veleta. El 24 de febrero de 2016, Rivera firmó un pomposo acuerdo en el Congreso para investir presidente a Sánchez (que tenía 90 escaños, 33 menos que Rajoy, que había ganado las últimas elecciones). Pero dos años y medio después, Rivera se había convertido en el más duro opositor a Sánchez, al que tachaba de okupa’ En cuanto a Podemos, enseguida se notó que era una muchachada doctrinaria a la que gobernar le quedaba largo: recital de incompetencia en los ayuntamientos y luego inoperancia y abulia en el Gobierno, donde el vicepresidente-florero Iglesias ni siquiera se molestó en disimular su gandulería.
La gloriosa ‘Nueva Política’ ha durado siete años. Los presupuestos, que solían aprobarse en plazo, comenzaron a retrasarse. Los gobiernos se volvieron débiles e inestables. La retórica tuitera sustituyó a la conversación sobre los hechos económicos. El Congreso se convirtió en un circo. Pero el globo ha pinchado. Iglesias será el nuevo Jorge Javier de Roures, y Arrimadas se enroca en un candoroso y fútil intento de flotar sobre el vacío. Este cuento se acabó. El último en salir que apague la luz.